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La presión del vacío rodeaba la delgadez del cuerpo

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La presión del vacío rodeaba la delgadez del cuerpo. La oscuridad hacía que su blanquecina piel resaltara con facilidad entre la oscuridad azul de las profundidades, su cuerpo se mantenia relajado en la presión y mantencion del mar.

Dormía como si estuviera muerta, todo por órdenes de la Tsahik.

El mar apaciguaba su dolor poco a poco pero sabía que si salía de allí volvería con mucha más intensidad. Los cuerpos curiosos de los animales la rodeaban a lo lejos, hasta el más temible lamentaba un vínculo roto de esa forma.
El mar da y el mar quita.

"El mar curará tus heridas."

Ante las palabras de la Tsahik fue llevada al mar ese mismo eclipse pero aún sin saber la razón de aquel dolor tan grande que surgía de su pecho, su corazón, su alma. Como madre y como Tsahik, le pidió al mar que curara las heridas de la chica, le pidió que le contara el motivo de aquel desvanecerse en ella.
Sin embargo, el mar sólo la contuvo, contuvo su ser y su sufrimiento. Incluso si sus ojos se abrían y miraban con vacío al mismo que lo rodeaba, sus ojos no reflejarian nada, no hasta que el mar dejara de contener su dolor y sus emociones. Estaba en un trance.

"La superficie..."

Sus brazos estaban estáticos al igual que sus piernas en una posición como si estuviera cayendo pero al contrario, su cuerpo se mantenia sujetado por la corriente en medio del mar, en medio de la oscura densidad de las profundidades. Y con sus vacías perlas miró la superficie, un círculo de azul claro diferenciaba la zona hasta donde todos llegaban y luego, todo su lugar, toda su profundidad. Ella era dueña de aquella oscuridad.

"Hija mía... sube..."

Un profundo palpitar retumbó en todo su interior de manera fuerte, una y otra, y otra, y otra vez. Era un palpitar conocido, el mismo que sentía cuando su mano se apoyaba en medio de su pecho, tal como el palpitar de su corazón, corazón de su gran madre. Lástima que el frenesí que su corazón mantenía siempre se fuera apagando poco a poco. Y con sus ojos, vagos en la inconsciencia de sentirse vacíos miraron con detenimiento la superficie, tan lejos; se veía fija en ese punto pero su mirada estaba tan perdida que ni siquiera su alma sabía si realmente estaba allí dentro.

Fue ahí cuando el zumbido del silencio del mar llegó a sus oídos, a su interior. Le estaba haciendo mucho ruido. Sus dedos se movían lentamente y fue como si estuviera conociendo su cuerpo nuevamente, estaba tan consternada en el vacío y en la nada misma que sus manos se movían solas a tal punto de tenerlas a ambas en frente de su rostro, mirando con una pérdida de conciencia, una pérdida de sí misma.
Su cuerpo se sintió tan cansado que el peso de sus brazos hizo presión para hacerlos bajar y dejarlos caer en medio del agua, total, ella de ese lugar no se movería. El mar la contenía.

𝐄𝐀𝐍𝐀𝐓𝐀𝐍 | 𝖭𝖾𝗍𝖾𝗒𝖺𝗆 𝖲𝗎𝗅𝗅𝗒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora