CAPÍTULO 24

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Dos semanas después.

(El asesino)

El dolor en los pies era apenas soportable, había caminado once cuadras desde la casa donde estaba la fiesta de alguna amiga de Violet. Una fiesta aburrida para mí. Durante todo el día la seguí, esperé desde la mañana cuando salió en un Bentley negro junto con alguna joven que parecía ser su amiga. Los dos escoltas de la casa se habían ido con ella. Sabía que la casa estaba sola. La señora de limpieza que vi quizá ya se había ido a su casa. Hubiese preferido llegar en taxi. Caminé acercándome a la casa donde vivía Violet. Desde la calle no se veía mucho, la propiedad estaba más adentro de lo que al principio imaginaba. «Residencia Wittnman», así decía una placa a las afueras de la reja. La fachada desde la calle lucía mejor en persona que en las fotos.

—Suertuda —reconocí. Mi voz estaba demasiado seca, solo traía mi portafolio y nuevamente mi escuadra, era una 9mm con silenciador dentro de mi abrigo largo.

Metí mi mano sobre este y me relajé al sentir que traía mi arma conmigo. Mis dedos tocaron en círculos en gatillo, pero no quería perder más tiempo del que tenía. El tiempo para mí era vital y no quería desperdiciarlo ni un minuto. Subí a la colina que había a la izquierda de la casa, no era muy alta pero pronto me arrepentí; me fue difícil hacerlo y para colmo mi ropa terminó demasiado polvosa. La tarde se estaba volviendo oscura, y a mis espaldas la ciudad de Los Angeles comenzaba a llenarse de luz. Mi pecho me pedía un descanso, me senté un momento sobre la tierra y miré hacia el cielo.

La primera parte ya la había hecho; jamás había viajado tan rápido en mi vida, hace una semana apenas había estado en Nueva York y había dejado una nota a mi esposa, le dije que me iría a Colorado a una exposición. Ella me creía. Hasta hoy no me ha llamado.

—Muero de calor —dije al aire.

Sentía ya el sudor del cuerpo bajo el abrigo, tenía la esperanza de que al entrar la noche se refrescara más el ambiente. Hace un par de días que llegué aquí. No imaginé que fuese a ser así de difícil el acceso a esta casa. Tenía que rodear el fraccionamiento dos millas a la redonda. Observé que no había nadie en la casa, ni una luz prendida.

«Creo que no hay nadie», pensé. Supe que dentro de la casa habría cámaras; «Sí al volver nadie nota nada extraño nadie checará las cámaras».

Puedo saltarme la vaya, creo que no tengo problema. Supe que sus padres estaban de viaje. Ambos tenían fotos en Canadá. No tenía mucho que se habían ido, sus viajes siempre eran de al menos una semana. Estaba seguro de que hoy no regresarían, hoy la casa estaría prácticamente vacía. Esperé a que la oscuridad se interpusiera, mientras vigilé cada ventana de la propiedad buscando alguna señal de vida. No la hallé.

Luego de un descanso mi pierna derecha empezó a acalambrar. Era la alarma que necesitaba para volver a mi propósito; de inmediato me levanté, bajé la colina. Di un último vistazo, nuevamente no vi rastro de gente. Primero pasé el portafolio, traté de ser cuidadoso con él. Finalmente entré yo y de un salto bajé al patio trasero de la mansión. Camino de prisa cruzando la cancha de tenis. Era justo ahora cuando comenzaba a sentir la adrenalina en mi estómago. Hacia la puerta trasera de la casa tenían una piscina, la luz de la luna se reflejaba en ella. Esconderme bajo el agua con un traje de buzo hubiese sido una mejor idea de haber sido más joven. Caminé hacia el costado del garaje este estaba independiente a la casa. Por el pasillo existían montañas de hojas de árboles, todas estaban secas. Me dio miedo imaginar salir a una víbora dentro del montón. Al cruzarlo me detuve en la orilla del muro. Me pareció escuchar alguna voz, quizá mi mente me estaba jugando un juego sucio en un momento inadecuado. Desde ahí me acerqué a una puerta que daba a lo que parecía el cuarto de servicio.

7,001 CARTAS DE FELICIDAD ©Where stories live. Discover now