CAPÍTULO 34

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Una sonrisa

(Christopher)

Una gota de sudor bajaba de mi frente al pómulo izquierdo. Los ventiladores giraban en el interior de la iglesia y la gente estaba sentada frente a mí escuchando el salmo del domingo. Yo lo estaba recitando, tratando de que el calor no cambiara el ritmo de mi voz. Mi mirada no se podía detener por más de tres segundos en el mismo lugar, me costaba trabajo concentrarme como antes, cada vez mi mente se dejaba ir de manera muy rápida. Mis rodillas se sentían cansadas y por extraña ocasión me sentía con cansancio a mitad de la misa. Los ventiladores hacían un leve zumbido al girar y el sol entraba por el vitral de mi espalda. Frente a mí, en la primera fila el monaguillo jugaba con el incienso y este se elevaba hacia el techo de manera lenta. De pronto mis ojos se concentraron en uno de esos halos del humo, este salió dando giros en el aire y al elevarse a la mitad de la iglesia mis ojos divisaron detrás de este la figura de una persona, de una mujer; aquella mujer que se había confesado conmigo, aquella que era la esposa del asesino de Brittney.

     «¿Qué hace aquí? —pensé». Mi garganta se había secado en ese instante.

     Por unos segundos no supe si me había quedado callado, pero la observé por un momento. Esta me miró desde la distancia y esbozó una sonrisa, una pequeña y discreta sonrisa. Cuando cruzamos la mirada ella alzó su mano derecha y me hizo la seña de estarse despidiendo. Despegó su mirada de mis ojos y la bajó hacia el suelo. Yo seguí observándola, luego de que me hizo la seña se dio media vuelta y salió de la iglesia por la puerta principal. Una ráfaga del aire que aventaban los ventiladores rebotaba sobre mi frente y esta sembró en mí una sensación de miedo. «Otra vez tú», pensé.

     No supe en qué momento había llegado ni dónde había estado todo ese tiempo.

     A un costado derecho de la iglesia, tras las ventanas, observé a la mujer alejándose sobre la calle, con sus zapatos de tacón cogía de uno de sus pies, no bajaba la planta de este hasta el suelo, quizá se había lastimado el día anterior. Quizá se había arrepentido de irse a confesar, o tal vez se le hacía tarde para otro compromiso. Pese a eso ella se alejaba con un paso determinado y firme, parecía que alguien la estuviese siguiendo, pero ella iba sola. Aquella mujer lucía estar mal internamente, con los años podía detectar su estado interior y el de ella no era para nada saludable. La seguí con la mirada hasta que le perdí de vista. La gente comenzó a mirar hacia la puerta de salida, quizá mi mirada se había quedado hacia esa dirección, con improvisación continué las palabras que estaba diciendo. Me costó trabajo volverme a concentrar en la misa, en todo el día no despegué la mirada de aquella ventana.

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