CAPÍTULO 30

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Una moneda

(Mark)

Casi resbalaba por las escaleras, apenas tuve tiempo de sujetarme del barandal de madera. Inconscientemente puse la mochila frente a mí.

—¿Está bien señor? —preguntó. Eran dos niños, les calculé tres y cinco años.

—¿Quién... quienes son ustedes? ¿Qué hacen aquí?

—Aquí vivimos, señor —respondió el niño—: ¿Usted quién es?

—Es muy rápido —añadió la niña pequeña.

Tragué saliva y mi mano derecha la llevé al pecho, sentí que corazón me salía. Mi celular estaba marcando, pero no tuve fuerzas para sacar el teléfono del bolsillo.

—¿Viven aquí? —les pregunté.

—Sí. Me llamo Ben, y ella es Anna.

La niña llevaba un oso de peluche sobre la mano izquierda. Ambos vestían con pijama.

—No... no sabía que vivieran aquí, escuchen yo solo... solo bien por algo que es del antiguo propietario yo... —En realidad no sabía por qué daba explicaciones, ellos no entenderían.

—Tenga señor —la niña mostraba en su mano derecha una moneda. Era de cincuenta centavos.

—Yo solo tengo veinte dólares señor, no sé si con esto podamos ayudarle —comentaba el niño mostrándome enrollado un billete.

Me hubiera encantado ver mi expresión en ese momento, juré que no estaba tomado, pero ellos eran reales, tenían sombra y al mismo tiempo se sentía muy real todo.

—¿De qué hablan? —Indagué.

—Lo escuchamos decir que necesitaba dinero.

—Son todos nuestros ahorros señor —la niña tenía una voz muy honesta.

Me quedé callado un momento, el celular estaba sonando, pero no hice nada por responderlo, me había quedado estupefacto.

—Yo... Yo no puedo aceptarlo... —me acerqué a ellos un poco y les señalé el escalón—: ¿Ven esto? Solo vengo por lo que estaba aquí.

El niño se acercó y miró el hueco dentro del escalón.

—Wow ¡un escondite secreto!

—Sí —respondí—; así es; es un escondite secreto. Ahora escúchenme, si ustedes me prometen que no les dirán a sus padres de que me han visto... yo... les daré la llave para este escondite secreto, ¿de acuerdo?

—Cielos, Anna mira —el niño pareció interesarse por ese espacio secreto—: Aquí podremos guardar nuestros ahorros... ¿Mis papás no lo conocen?

—A mí no...

—Me refiero al escondite, señor.

—No, créanme lo que sea que guarden aquí ellos no lo sabrán, pero deben prometerme que no les dirán nada de esto a ellos, solo así seguirá siendo un hueco secreto, es decir ¡Un espacio secreto!

—No les diremos, ¿verdad Anna? —la niña negó con la cabeza.

Un claxon interrumpió la conversación; era mi auto. Recordé que pronto los dueños de la casa volverían, el claxon era la señal de que estaban muy cerca.

Subí a la planta alta y entré al primer cuarto que había, me asomé por la ventana. Eran ellos. Perdí la noción del tiempo, me había tomado más del que habíamos planeado. Tenía que salir de ahí ya. Volví hacia las escaleras, los niños alumbraban hacia adentro del hueco con mi lámpara.

—Escuchen, tengo que irme, prométanme que no le dirán nada a sus padres.

—Ellos no sabrán nada señor, se lo prometo —Ben parecía ser un chico inteligente.

—Son buenos chicos, miren esta es la llave —les mostré el desarmador—: Solo cuando quieran abrir esto basta con poner la punta de la llave sobre la tabla y empujarla hacia afuera, ¿lo ven? —me puse a acomodar la tabla nuevamente en su lugar.

—¡Es genial! Así papá y mamá nunca encontraran nuestros ahorros.

—Créanme; ellos jamás los encontraran, eso es seguro —le di el desarmador al chico y le pedí la lámpara—. Esta la necesito.

—Gracias señor...

—Jhon, soy Jhon —le mentí—. Ahora vayan de nuevo a la cama antes de que sus papás lleguen y vean su escondite, ¿okey?

Me despedí de los chicos, no sin antes volverlos a ver una última vez. La niña se despidió moviendo la mano al igual que su hermano. Ahí fue mi primera sonrisa en ese día. Coloqué el fajo de billetes dentro de la mochila y la cerré, de nuevo la llevé sobre mis hombros.

Bajo las escaleras y camino hacia la puerta trasera de la casa. Al cruzar la sala escuché voces en la calle, eché un vistazo rápido dentro de la casa y observé la camioneta roja de los dueños. Las cortinas eran semitransparentes y delgadas, apenas los pude ver. De nuevo cerré la puerta fui cuidadoso para no hacer ruido.

«¿Qué hago?», No podía quedarme ahí, en el patio trasero de la casa. Ellos estarían improvisando algo mientras me daban más tiempo.

—Piensa, piensa... —me pedí.

Miré a mi espalda y vi la vaya de madera que había, detrás había otra casa.

—Dios ayúdame —imploré. Apagué la lámpara y la metí dentro de la mochila, luego tomé aire y corrí hacia el techo del auto envuelto en la sábana. El patio del vecino parecía no tener perros a la vista. Del techo di un salto hacia el otro lado de la vaya. La altura no era alta, pero si lo suficiente para hacer ruido en caso de que en el otro lado hubiese piso de concreto. Resultó que así era.

Mis pies tocaron el pavimento, la mochila golpeó mi espalda al caer. Esperé un segundo y después abrí paso hacia la salida. De pronto me detuve, al cruzar la chimenea detecté una ventana con la luz interior encendida. Se escuchaba una televisión con el volumen demasiado alto. Por curiosidad me asomé; dentro de la casa existía una señora de edad avanzada tejiendo sobre sus piernas, ella parecía poner más atención a lo que hacía que a la propia televisión. Continué mi caminata hacia la salida a un costado de la casa. Salí con mucha naturalidad. Al tocar de nuevo la acera mi respiración pareció absorber mejor el oxígeno. Estaba a salvo.

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