120.-¡Se los dije!

344 26 7
                                    

Si la historia había ocultado discretamente a otros bajo la alfombra, en tu caso estaba por ocurrir algo mucho más drástico, por decirlo de una manera suave. ¿Así que en realidad no eras necesario para absolutamente nada, ni siquiera en ese simple planeta perdido entre cuerpos celestes completamente indiferentes? ¿No le hacías falta? ¿Para qué, entonces, gritaba insistentemente tu peculiar mote? ¿Para qué te estaba buscando si al final hubiera de suceder "algo"?

¡Diablos! ¡Eso que habían dicho ambas diosas era algo serio! ¿Ella despertaría dentro de siete, o catorce, o los años que fuesen, sin acordarse de ti? ¿Entonces, todo ese tiempo, te habías engañado? ¿Todo por una mentira? Ella podía ser feliz perfectamente si tu no estabas en su vi... su post-vida, como quedaba sobradamente entendido. Nada nuevo... sólo que ahora tú mismo te lo creíste.

No podías siquiera articular una idea coherente. Veías con inmensa claridad el perpetuo vacío existencial, mucha mayor que en tus accidentadas inmersiones en el mismo; nada, sin principio ni fin. Todo cuanto existía no podía ser más que una sombra errabunda e informe. Estaba tan muerto como alguien a quien no osabas mencionar, si lo mirabas detenidamente. El único lugar donde todos se reunían al final era en ninguno.

―A menos que... ―Aeon, o cual quiera que hubiera sido su verdadero nombre, logró encausar tu pensamiento de nuevo a algo más tangible― No, olvídalo. No lo lograría.

― ¡Démosle una oportunidad! Sería desperdiciar un cerebro extra. ―No pareció muy sincera ninguna de las dos, pero en ese momento, en el que estabas perdido entre la sombría resignación y la necia desesperación, te parecieron lo suficientemente sinceras como para dejar atrás todo por hacerles caso. De hecho, no podías siquiera mover la quijada para dejar salir la de alaridos y palabrotas (¿Y quién sabe? a lo mejor también blasfemias) que tenías en mente.

―Mmmm... eso sí.

―No tienes por qué quedarte tirado aquí, chato. ¿Acaso no moverías cielos y mares por defender ese... diminuto sueño tuyo?

Debías admitir que, para ser deidades alejadas del universo perceptible, conocían demasiado bien algunas cosas. "Sueño". ¡Esa palabra tan rara!

―Pues ya está. Ya está por pasar lo que debía pasarle a esa ingrata. ―Tan pronto se pronunció el "ingrata", de nuevo te desvaneciste por unos segundos. ¡Eso estuvo cerca! ― ¡Y es ahora dónde entra en acción nuestro mayordomo! Veamos que pase.

― Más valdrá mostrarte algunas cosas, para que tú tomes la decisión por ti mismo. ¡Qué lástima que ya no sea posible moverte de un sitio a otro con ese "truco"!

"¡Lo que faltaba!" ―No, no pensaste exactamente eso cuando vislumbraste a lo que había sido la malvada niña Marie en el suelo, y alguien a quién no era necesario nombrar a punto de destruir ese objeto.

Eso debía ser el presente, si todavía se podía hablar de lógica. Fiel a su palabra, esa monja... o, mejor dicho, esa gelatinosa monstruosidad, aprovechó el pequeño descuido de un par de conocidos para impedirlo. Sentenciando rápidamente una frase no del todo desconocida para ti:

―Se te dio otra oportunidad... ¡Y aún así lo único que haces es decepcionar!

¿Debías estarle agradecido o no? Ya nada era seguro. No, las cosas simplemente pasaban, desafiando toda aspiración y todo juicio.

En términos estrictamente mecanicistas, un objeto de cierto volumen pasó a través del repugnante apéndice de esa mon...taña de carne. Algunos detalles te resultaron reconocibles... ¡En efecto! La primera persona que había tenido el dudoso honor en conocerte tras cometer el pequeño sacrilegio en la catedral... Filia Medici. ¡Vaya que podía moverse velozmente si se lo proponía!

Siete Veranos (Squigly X Lector)Where stories live. Discover now