Una visita en la oscuridad

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No todos los besos son iguales. Solo algunos consiguen que el mundo se pare. Esos son los mejores: los que hacen que el tiempo se detenga y pierda incluso la noción de quién eres. Esther Sanz

—"¡Despierta!" —oyó a alguien exclamar a su oído.

Cris luchó por abrir los ojos, sintiéndose desorientada y confusa. Intentó incorporarse, pero algo la mantenía sujeta. Se esforzó por dejar que la luz tenue de las velas inundara sus sentidos.

—¡Vamos, mujer, despierta, por el amor de Dios!

Saltó en la cama, sobresaltada, y se mantuvo sentada, tratando de asimilar su entorno. Sus ojos recorrieron la habitación mientras su mente luchaba por identificar el lugar. Frotándose la nuca en un intento de recordar, reconstruyó los eventos. Recordaba haber acompañado a Crescencio a una fiesta en honor a su recién matrimonio. La velada había sido una pesadilla, enfrentando la mirada inquisitiva de cada dama presente. Tras la cena, había ingresado a una sala donde Alejandro apareció. Entonces, una persona entró después. Un escalofrío recorrió su columna mientras sus ojos se nublaban.

—Turey—murmuró Crismaylin, casi como una súplica.

—Estás bromeando. Armé tu encuentro con él a toda prisa y luego vienes y te desmayas. —Alejandro le lanzó una sonrisa tenue—. Después eres tú la que me acusa de dramático.

Cris se dejó caer contra los cojines del cabecero. Ahora sí, reconocía el lugar; estaba en su propia habitación.

—¿Cómo llegué aquí? —preguntó ella.

Alejandro la miró con malicia en los ojos.

—En los brazos de Crescencio, por supuesto. Y si no hubiera intervenido a tiempo, te habría despertado de una manera muy diferente—informó Alejandro en medio de una carcajada.

La viajera clavó su mirada en él, furiosa. Alejandro encogió un hombro, sin rastro de remordimiento.

—No es para reírse—reprochó Crismaylin—. ¿Quién me trajo hasta aquí?

Su amigo suspiró con lentitud.

—Uno de mis músicos, naturalmente. Tu galán, aunque quisiera, no podría haber hecho el trabajo—dijo Alejandro guiñando un ojo.

Cris esbozó una sonrisa al imaginar que había sido Turey quien la había llevado en sus brazos. La única frustración era su incapacidad para recordarlo.

—Querida, quita esa expresión de recién venida, porque no fue quien imaginas. Fue Pedro quien te cargó por disposición de Crescencio—le aclaró Alejandro.

La viajera frunció el ceño.

—Mira, tengo que irme. Sabes que es inapropiado que un hombre entre a la habitación de una mujer, pero como eres mi prima, Crescencio hizo una excepción. Ahora, sería prudente que te cambies por algo más cómodo—Alejandro enfatizó la última palabra mientras tomaba sus manos y las apretaba—. Yo me ocuparé de tu esposo; improvisaré algo. Pero ten cuidado de no provocar escándalos. Las paredes pueden tener oídos.

Cris se quedó sin palabras ante la insinuación de Alejandro.

—¿Por qué dices eso? —inquirió Crismaylin algo perturbada.

—Porque los conozco. Si antes se agarraban como conejos, ahora lo estarán aún más—aclaró Alejandro.

Cris rodó los ojos. Pidió ayuda a su amigo y juntos colocaron los baúles junto a la puerta que conectaba con la habitación de Crescencio, para que no entrara en la madrugada si así lo deseaba. En esa época, no era común que las parejas durmieran juntas a menos que quisieran procrear. La otra puerta que daba al pasillo se cerraba por dentro. Una vez resuelto su aparente problema, Crismaylin le enseñó unas piezas de lencería que, para su sorpresa, pudo pasar. El encaje se volvería popular casi un siglo después, convirtiéndose en uno de los tejidos más codiciados tanto para hombres como mujeres.

Atrapada en el tiempo : Ecos de amor taínoWhere stories live. Discover now