Una fiesta en la Real Audiencia

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La mano le ardía a Crismaylin, aunque no castigó a los capataces como deseó, quiso darle una advertencia de que no permitiría ese tipo de abusos. No aprobaba la forma, pero esperaba que los resultados fueran los esperados. Apartando de su mente lo que vio y lo que hizo, se puso a pensar en Turey. Necesitaba comprobar por sí misma las palabras de María, confiaba en que ella no le mentiría con relación a la seguridad de él.

El tiempo la estaba alcanzando, los cuatro meses estaban por llegar a su fin y se sentía en peor situación que al inicio. Necesitaba reorganizar sus ideas y trazar nuevos planes si quería regresar a su tiempo con Turey. El ambiente en la casa se volvía cada vez más pesado, incluso a la hora del almuerzo.

—Mi hermano Francisco me informó que lo ofendiste delante de los criados —le reprochó Crescencio—. Solecito, no puedo seguir ignorando tu comportamiento, recuerda que todo lo que hagas me afecta como oidor de la Real Audiencia.

Crismaylin no pudo esconder un resoplido de fastidio. Una de las criadas le sirvió un poco de vino. Aun el sabor le resultaba desagradable, sin embargo, no podía negar que se estaba acostumbrando.

—No entiendo lo que me quieres decir —dijo ella muy despacio.

—Amelia, eres una mujer culta y sabes lo que se espera de ti —expresó Crescencio con el ceño fruncido.

La viajera no pudo evitar una carcajada ante su exasperado comentario.

—Pues me parece, que mis palabras no deberías tomarlas de ese modo —replicó Crescencio, secamente.

Crismaylin se tapó la boca con la mano, pero la risa se le escapó de todas maneras y su eco resonó en las paredes de mármol cubiertas con diseños heráldicos de la corona española y familiares.

—No me río de ti, Crescencio, sino de la forma en que esperas que responda por el hecho de ser tu esposa —comentó ella mientras contenía una risita ahogada—. Eres mi esposo, el dueño de este lugar y entiendo que tengo el mismo derecho sobre todos tus bienes, no tu hermano. Todos los criados están bajo mi mando y eso incluye a los capataces, ¿o me equivoco?

—No, solecito, todo lo mío te pertenece —comentó él con una sonrisa, entrelazando sus dedos con los de ella con suavidad—. Sin embargo, no puedo lidiar con las quejas de mi hermano, no ahora que neutralizamos una rebelión en las tierras de Hato Mayor del Rey. Además, no quiero alarmarte, pero han ocurrido una serie de asesinatos en la colonia en menos de una semana que si no intervengo a tiempo, se me escapará de las manos y mi posición puede verse comprometida.

—No sabía sobre eso —expuso ella, preocupada.

—Estabas recluida en tu habitación, solecito —respondió Crescencio, medio levantándose del asiento para besarle la mejilla—. Gracias a todos los santos que estás recuperada.

—¿Sospechas de alguien? —murmuró Crismaylin, sin mencionar que ella tenía a una persona en particular en mente, capaz de hacer algo así—. Lo pregunto porque podría tratarse de un grupo o de una persona.

—Realmente, no lo sé, pero es brutal la forma en que realiza sus atrocidades —replicó Crescencio con cautela—. No se conforma con degollarlos, le encanta esparcir sus órganos por todo el lugar.

La viajera se detuvo con el tenedor a medio camino de la boca.

—¿Crees que pudiera ser un asesino que se filtró en uno de los barcos? —indagó ella.

Crescencio la miró sin pestañear.

—Esto es obra de un salvaje, solecito, no tengo la menor duda —expuso con expresión preocupada—. No externo mis deducciones porque no deseo causar más alboroto en la colonia.

Atrapada en el tiempo : Ecos de amor taínoWhere stories live. Discover now