Yo jamás mentir

87 7 0
                                    

"No me des ilusiones" y "No me desilusiones" solo hay un espacio.

Cris ascendió los escalones con un nudo en el estómago, sintiéndose traicionada y usada. La amplitud del espacio entre ella y Turey se hacía evidente, un símbolo tangible de la brecha que los separaba. Dos décadas habían transcurrido, tiempo suficiente para que muchas cosas cambiaran. No obstante, a pesar de las circunstancias, ambos eran adultos capaces de enfrentar la realidad, ser sinceros consigo mismos y establecer límites saludables.

En su mente, Cris había concebido su amor como el resurgir del Ave Fénix, creyendo que renacería de las cenizas. Pero su ilusión quedo destrozada; Turey la había buscado solo para satisfacer sus deseos y, una vez saciados, buscó más placer en los brazos de María de Toledo. Un sentimiento de autodesprecio la invadió mientras se maldecía por su propia ingenuidad.

A medida que avanzaba por el pasillo, todavía resonaban en sus oídos las carcajadas de Alejandro. Dobló la esquina y dejó atrás los baños, hasta que encontró la puerta indicada. Sin dudarlo, la abrió de golpe. Tomando una respiración profunda, Cris se acercó a Turey. Anhelaba que él mostrara madurez y tuviera una conversación franca en persona.

Turey percibió a Cris, la viajera, y enseguida supo que estaba en problemas. Ambos ardían por dentro: ella, deseando golpearlo y gritarle; él, compartiendo un sentimiento similar. A pesar de la engañosa apariencia de separación, él seguía considerándola su esposa, la única en su vida. Sin embargo, esta noción no eliminaba la traición que había experimentado, del pacto que ella y su padre tramaron a sus espaldas.

¿Hasta qué punto puede herir la persona a quien se ama con locura? Esta interrogante lo acosaba. Creció sintiéndose excluido por su propia tribu debido a una cicatriz en sus labios, una marca que los dioses parecían haberle impuesto. A pesar de estas dificultades, persistió, avanzando a pesar de las heridas. Siempre anhelando que alguien lo amara sin fijarse en su imperfección física, sino en su corazón.

Era cierto que su matrimonio había sido arreglado, pero él se comprometió a hacerla feliz. Junto a Cris, experimentó momentos de alegría suprema y también profundas tristezas. Quizás había llegado tarde para sembrar y, en última instancia, lo cosechado había sido insignificante. ¿Por qué se ilusionó con un amor irrealizable? ¿Cómo permitió que su corazón se enamorara de alguien que se alió con su padre para infligirle daño? Quería desterrarla de su mente, lo había intentado en vano. Sin embargo, era imposible vivir sin su presencia, ya que ella era su corazón, su sangre, su alma. Recordar el dolor de aquel día, veinte años atrás, era insoportable.

—¿No tienes nada que decirme? —le gritó Cris, llena de furia.

Turey siguió vistiéndose con calma, como si la tormenta emocional a su alrededor no lo afectara. En respuesta, Cris le arrojó la hoja que él esquivó.

—No te hagas el mudo, cobarde—espetó ella con sarcasmo.

—¿Qué esperar que diga? —contestó Turey imperturbable.

—La verdad en tus palabras, no en un papel—le lanzó Cris con vehemencia. —No entiendo por qué vine a buscar una explicación.

—¿Exigirme? —repitió él con tono desafiante.

—¿O acaso te falta coraje para hablar la verdad? —añadió Cris, señalando su entrepierna con desprecio.

—No tener derecho a reclamar nada—declaró Turey con ira contenida.

Cris apretó los dientes con fuerza, haciendo que crujieran ligeramente.

—¿Cómo qué no? —interrogó Cris, intentando controlar su respiración mientras sus ojos se nublaban por la furia—. Si aún no lo recuerdas, sigues siendo mi esposo. Cobarde mentiroso, ¿crees que no sé de dónde vienes?

Atrapada en el tiempo : Ecos de amor taínoWhere stories live. Discover now