Confesiones

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Cris desayunó en su habitación, envuelta en un aire tenso. Tenía planeado visitar a Turey, esa mañana, pero las decisiones que la atormentaban la mantenían en vilo. Mientras saboreaba el último bocado de su desayuno, el peso de la confesión pendiente resonaba en su mente. Temía perder a Turey cuando él descubriera la verdad sobre la repatriación de sus hijos y los planes de liberar a su hija con una generosa suma de monedas. Aquella confesión amenazaba con cambiarlo todo, y Cris, con el corazón latiendo con la ansiedad de lo inminente, se preparó para enfrentar las consecuencias.

Con cautela, abrió la puerta de su habitación y descendió las escaleras como si fuera una intrusa en su propio hogar. La mansión bullía de actividad, con criados y sirvientes realizando sus quehaceres cotidianos. Petronila limpiaba candelabros, dos mujeres robustas agitaban una alfombra para deshacerse del polvo. Recordando el protocolo, llevó a Blanquita consigo, siguiendo las normas establecidas para las mujeres en ese lugar.

El trayecto hacia la casa de Alejandro se extendía como si el sol quisiera detener el tiempo sobre sus cabezas. En ese momento, un pensamiento lúgubre cruzó su mente, recordándole la gravedad de sus acciones. No dejó a Blanquita afuera cuando le abrieron la puerta de la casa de Alejandro. Entró y aguardó mientras buscaban a Alejandro, sintiendo que las palabras se acumulaban en su garganta.

Finalmente, cuando Alejandro apareció, las palabras se atascaron y un gemido de frustración escapó de Crismaylin.

—¿Qué te sucede? —preguntó Alejandro, con evidente preocupación.

El corazón de la viajera se aceleró, y el peso de sus acciones se hizo más palpable.

—¡Crismaylin! —expresó el behique mientras la conducía hacia el comedor—. ¿En qué otro lío te metiste?

—Envié a dos de los hijos de Turey fuera de la isla. —Hizo una pausa, aclarándose la garganta—. Me acerqué a su primogénito con la intención de convencerlo de alejarse de su padre, y me encontré con Coaxigüey.

—¡¿Qué?!... —dijo Alejandro, sorprendido—. Maldita sea, no te conformas con casi provocar que lo mataran en la casa de Gabriel, ahora te propones alejarlos de sus hijos. Mujer, lo tuyo no tiene nombre. ¡¿Y qué hace ese viejo maniático otra vez por aquí?!

En medio de la tensión, el corazón de Crismaylin latía desbocado.

—¡Qué voy a hacer! —exclamó ella desconsolada, cubriéndose el rostro con las manos.

—Decirle la verdad y que dios te ampare, no puedes hacer esas cosas y que todo te salga bien. —Alejandro la tomó por los hombros y la sacudió con fuerza, elevando la voz. — Me costó bastante perdonarte para que vengas con todo eso ahora.

—Alejandro, no me tortures —gimió Crismaylin, aferrándose a su brazo.

—No, debes de tener el cuadro completo antes de que hagas otro disparate. —La voz del antiguo behique, firme y grave, sonó con fuerza—. Cuando dos personas están dispuestas a matarse, el resultado es un enfrentamiento mortal. Lo que viví aquella noche con esos dos fue espantoso. Me había establecido en la ciudad siendo la escoria de los dos bandos. Los Reescribas me consideran un traidor y los Curadores, una rata asquerosa. Por mi supervivencia, tuve que adaptarme a vivir entre esos dos. No más de un tercio de los taínos que conocí sobrevivieron a la furia española. Ayudé a cuantos pude, pero con otros me hice la vista gorda. No era posible socorrerlos a todos. Sin embargo, cuando Turey entró en la ciudad con Tania y una mujer embarazada, no pude negarle mi ayuda.

—¿Una embarazada? —susurró ella.

—No te hagas, sabes muy bien de quién te hablo —dijo Alejandro, soltando un bufido de fastidio.

Atrapada en el tiempo : Ecos de amor taínoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora