3. Te faltan agallas

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—¡¿Tú no estabas drogado?! —le preguntó Ner sin dejar de apuntarle.

—Supongo que deberíais haber esperado a que se disolviera la pastilla antes de ofrecerme la bebida. Esto se os da fatal, ¿eh? Para ser sincero, ahora que sé que queríais matarme, casi que prefería seguir inconsciente—explicó encogiendo los hombros. Tenía el pelo lacio y negro alborotado, lo que le hacía repetir el tic nervioso de quitárselo de delante de la nariz—. ¿O vais a negar que os resultará más difícil volarme los sesos conmigo despierto?

Ana estaba tan nerviosa que notaba un sabor ácido en su esófago. Ner parecía inmutable, pero empezaba a sudar y solo deseaba que Elena siguiera atenta a la carretera. No podían permitirse un accidente; de hecho, para poder apuntar a Devon con el arma, ella había tenido que desabrocharse el cinturón de seguridad.

—¿Sabéis lo que me decepciona de todo esto? —continuó el chico con una mueca de asco—. Que hayáis montado este numerito por Lara... Por lo que tengo entendido, era vuestra madre; bueno, tuya no —añadió mirando a Ner con una sonrisa socarrona—... Lo que sí está claroes que ninguna de las tres la conocía o no desearíais vengarla. Vuestra mamaíta estaba metida en la mierda, cielos míos. Apuesto a que nunca os contó que se fundía el dinero en el casino, tampoco que vivía drogada para soportar su penosa vida...

—¡Cállate! —lo increpó Ner.

—Lara era una zorra. Vosotras creíais, inocentes, que estaba trabajando y en realidad se estaba follando a medio mundo.

—¡Que te calles, maldita sea!—insistió Ner, con el cañón de la pistola a menos de un centímetro de su frente.

Ana no podía dejar de temblar y se cubría los oídos con las manos. Elena, por los nervios, no hacía más que aumentar la velocidad.

—¿Por qué, Ner? ¿No querías eso? ¿Interrogarme para que te contara la verdad? —preguntó con una sonrisa cada vez más amplia y una mirada fija que espeluznaba—. Ahora no lloriquees al conocerla. ¿Hablabais de un compañero? —profirió una risotada—. ¿Acaso esa zorra os hizo creer que era una honorable...?

Ner disparó.

Volvieron los gritos y un segundo volantazo que, por fortuna, no perturbó el viaje de ningún otro conductor.

El disparo retumbó tanto en sus oídos que no podían escuchar otra cosa más que el agudo pitido que les taladraba el cerebro. Ner notaba su corazón en la garganta y el sudor que le empapaba la espalda, pero el pulso no le temblaba, eso nunca.

No había podido evitarlo; si no lo hacía callar por las malas, ese niñato iba a irse de la lengua delante de las hermanas. Ella, en su investigación tras la muerte de Lara, había llegado a sospechar que no era policía, tal y como les había dicho. Sin embargo, había achacado esas conclusiones incongruentes al malestar por la depresión en la que se había sumido, y cuando Elena les habló de un ayudante de su madre tuvo claro que la equivocada era ella... Ahora no lo tenía tan seguro. Ner podría sobrellevar esa noticia, a diferencia de sus hermanas, en especial Elena. Idolatraban a Lara. No habrían soportado la realidad.

—¡Serás cabrona! —gritó una voz que para ella resonó en la lejanía—. ¿Llevas una pistola con balas de fogueo? ¡Vamos! ¡No me jodas!

Ner abrió los ojos. Era Devon quien parecía indignado por el hecho de que no le hubiesen disparado en la frente. Al volante, Elena, una vez pasado el susto, también estaba disgustada.

—Bien decías del que no tenía huevos, pero a ti como que también te faltan agallas, huevos y ovarios, ¡cobarde! —le espetó él, agitando el dedo índice en el aire, acusador—. Si quieres matarme, ¡hazlo de una maldita vez!

El Dragón de los SuburbiosWhere stories live. Discover now