6. ¿Quieres que te cante una canción?

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¿Cómo meter su vida en una única maleta? En el cine parecía muy sencillo elegir tres cosas que, además, no pesarían nada; la vida real era muy diferente. Ner había seleccionado lo esencial: ropa de verano, dos chaquetas, ropa interior y zapatos. Todavía le faltaban el portátil, los cargadores, toallas, el neceser y algunos de sus libros preferidos. Al paso que iba, no lograría cerrar la cremallera.

Ana no se apartaba de su lado. Parecía tan encantada con la idea de que Devon no desapareciera de sus vidas que no le había pedido que regresara a casa ni una vez.

En uno de los viajes del baño a su habitación para completar el neceser, descubrió que tenía un libro más en la maleta. Era una novela de pocas páginas, blanca, con el título Enviados en letras doradas. Lo sacó y se giró hacia su hermana.

—¿Y esto?

—Para que te lo lleves de recuerdo y, si por fin lo lees, pienses en mí —respondió ilusionada—. Sé que ni a ti ni a Elena os hace gracia la fantasía, pero palabrita que al leerlo te darás cuenta de que Devon parece un enviado de los que se describen. Tan guapo, con esa aura magnética... ¡es que no parece real! Es más, si lo midiesen con la escala esa de belleza científica, seguro que quedaría en primer lugar.

Ner volvió a meter el libro en la maleta con tal de no continuar con esa conversación.

—Creo que ya lo tengo todo —comentó tras echarle una última ojeada rápida a su vida apelotonada en tan reducido espacio.

Como temía, cerrarla fue una misión casi imposible. Ana tuvo que subirse encima mientras ella, haciendo acopio de su fuerza, corría la cremallera. Las costuras de la maleta violeta, forzadas al límite, parecían suplicar que detuviesen esa tortura, pues de un momento a otro reventarían sin remedio.

Se despidió de Ana con un fuerte abrazo y con la promesa de que un día la invitaría a cenar a casa de Devon. Para su desgracia, cuando abrió la puerta se encontró con Elena al otro lado, con la llave en alto, preparada para abrir. Fueron unos segundos de tensión que terminaron cuando Elena la estrechó contra ella.

—Has vuelto, dime que has vuelto, por favor —le suplicó sin soltarla.

Ner también la rodeó con los brazos. Quería decirle que sí, que se quedaría allí, pero primero debía comprobar si su obsesión contra Devon había desaparecido o, como poco, mermado.

—Elena, volveré cuando descubra quién asesinó a Lara —respondió, temblorosa.

Su hermana adoptiva se separó de ella. La barbilla se le movía por el incipiente llanto.

—¡Ner! ¿Por qué? Con los años que hemos convivido juntas, ¡somos familia! ¿Por qué no confías en mí? ¿Por qué me haces esto? Sabes que no miento. De verdad, te estás equivocando y no quiero tener que decirte que ya te lo había advertido —sollozó dolida.

No, la obsesión continuaba. Chasqueó la lengua y suspiró.

—De verdad, espero que, si me estoy equivocando y me lo hacen pasar mal, si regreso triste y derrotada, no vengas a meter el dedo en la llaga para recordarme mis errores con tal de sentirte bien tú.

Elena apretó la mandíbula y movió las aletillas de la nariz. Cerró los puños hasta que los nudillos se le tornaron blancos.

—Si quieres irte, ¡lárgate! ¡No pienso impedírtelo! Lárgate con ese asesino. Si un día apareces en una cuneta, tranquila, no te diré que ya te lo había advertido —le gritó con odio. Acto seguido, la sacó de la casa con un empujón y cerró con tanta fuerza que Ner creyó que tiraría la puerta abajo.

El Dragón de los SuburbiosOnde histórias criam vida. Descubra agora