acto 7 lluvia de balas

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En el barrio orko, el bullicio y la actividad eran constantes. La ciudad estaba llena de seres de todas las razas, especialmente orkos que iban y venían en sus asuntos diarios. En medio de esta agitación, Cain se esforzaba por pasar desapercibido, tratando de ocultar su herida de bala mientras buscaba un lugar seguro para descansar.

Mientras tanto, en otro rincón del barrio, Kinessa continuaba discutiendo con el licenciado mientras este reparaba su arma. La conversación giraba en torno al humano que habían estado persiguiendo.

- Un humanejo está en esa ciudad - dijo el licenciado mientras trabajaba en el arma de Kinessa.

- Sí, hay uno aquí, y lo más probable es que siga herido por el disparo que le propiné. Cualquier humano que veas sospechoso, detenlo - respondió Kinessa mientras recibía su arma reparada.

- ¿Y por qué no se lo cuentan al jefe? Tal vez él podría resolverlo - sugirió el licenciado mientras entregaba el arma a Kinessa.

- Shirou está ocupado últimamente y, además, ¿en qué nos dejaría si no podemos lidiar con un simple humano? - replicó Kinessa con convicción.

- Además, imagina cuánto contento se pondría shirou al atrapar a un enemigo proveniente del imperio. Incluso podría dejarte trabajar en nuevos inventos, como siempre quisiste. ¿No te parece? - añadió Kinessa, tratando de persuadir al licenciado.

Mientras Kinessa y el licenciado discutían su siguiente paso, Cain se encontraba tratando de moverse con cautela por las abarrotadas calles del barrio orko

Caín, apoyándose en su voluntad y determinación, había logrado vendar su herida con pedazos de su ropa. Aunque cojeaba y su paso era lento, seguía avanzando con precaución, tratando de no llamar la atención en medio de la abarrotada ciudad.

En un momento dado, se vio forzado a entrar en un callejón, buscando un respiro momentáneo. Pero para su sorpresa, el callejón estaba ocupado por un grupo de individuos, una mezcla de orkos y humanos, que parecían estar discutiendo entre sí. Caín trató de pasar inadvertido, pero pronto se encontró en medio de la conversación.

- ¡Oye, amigo! ¿No sabes que estás en nuestro territorio? No puedes entrar aquí sin permiso - le dijo un hombre que sostenía un cigarro encendido.

El grupo de individuos lo rodeó, y uno de los orkos lo confrontó, apretando los puños con hostilidad.

- Vamos, piel rosa, lárgate si no quieres que te demos una paliza - amenazó el orko, desafiante.

Caín intentó apaciguar la situación, usando el nombre de Shirou como una especie de carta de presentación.

- Oigan, chicos, Shirou hizo todo esto para que las razas convivieran. Solo déjenme pasar, por favor - suplicó Caín, buscando persuadir a los malhechores.

Sin embargo, su intento de razonar no dio frutos. Los individuos en el callejón mostraron una actitud hostil y despectiva hacia Shirou y su influencia.

- ¿Y a mí qué mierda me importa lo que piense ese pelirrojo hijo de puta? Si quieres pasar, que venga él mismo y me obligue, perra - exclamó uno de los malhechores, sacando un arma y amenazando a Caín.

- ¡Que se joda el amigo! ¿Qué clase de mocoso viene a darme órdenes? Y peor aún, incluyendo a los eldars. Ese hijo de puta que me venga a chupar las bolas - añadió otro maleante, provocando risas entre el grupo.

Caín soltó un suspiro. A pesar de sus intenciones de evitar problemas, se dio cuenta de que esta situación necesitaba ser resuelta de una manera diferente. Shirou había arriesgado mucho por la convivencia de las razas, y no podía permitir que lo menospreciaran de esta manera.

LA ESPADA DEL EMPERADOR Where stories live. Discover now