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Mateo se había recibido de enfermero, hacía más de un año. Esa vocación de atender a aquellos que se encontraban enfermos había nacido en su corazón cuando apenas tenía 12 años y su padre de repente se había enfermado. Ese hombre que era su ídolo, el hombre fuerte que siempre estaba allí para protegerlo, ya no podía hacerlo. De un día para otro era él quien debía ocuparse de ayudar a su padre mientras su madre estaba en el trabajo durante la tarde. Había aprendido a tomarle la presión, la fiebre y hasta colocarle las inyecciones, ya que él no podía hacerlo por si mismo. Así fue como decidió que estudiaría enfermería, porque las personas enfermas son las que más amor y cuidados necesitan, debido a que se sienten vulnerables.

Ya había pasado más de un año desde su graduación, pero todavía no había podido encontrar un trabajo fijo. Durante todo el último año se había dedicado al cuidado de personas que necesitaban internación domiciliaria y de ancianos, ya que ésta era su especialidad.

Había recorrido muchas clínicas y sanatorios de su zona dejando su curriculum, con la esperanza de que lo llamaran para una entrevista, al menos todavía conservaba esa esperanza.

Se levantó temprano como todas las mañanas desayunó con su madre y se dispuso a iniciar su día de visitas a los pacientes que tenía agendados. Iría a la casa de cada uno de ellos para hacerles los controles indicados por los respectivos médicos.
Ya había llegado el otoño, el día era gris y lluvioso. El viento frío no daba tregua a los que caminaban por la calle, los cuales querían llegar rápidamente a sus lugares de trabajo. Mateo le dio un beso en la mejilla a su madre, y se dispuso a salir de su casa, no sin antes ponerse el abrigo, el gorro, tomó el paraguas y el maletín, encaminándose a realizar su recorrido diario para ver a los pacientes indicados en su agenda.-

Primero fue hacia la casa de la Sra. Bermayer. Hacía más ó menos 5 meses que iba todas las mañanas para hacerle los controles e inyectarle los correspondientes medicamentos. Ella era una señora de unos ochenta años muy bien llevados y lo que más apreciaba en ella era la mirada positiva sobre todo lo que le sucedía, a pesar de que había tenido muchas dificultades a lo largo de su vida.

-Ojalá yo tuviera el ánimo que tiene la Sra. Bermayer para enfrentar la vida sin quejarme y con tanta alegría -pensó para si mismo mientras subía los escalones para llegar a la puerta de la casa. Llamó par de veces, hasta que la Sra. Bermayer le abrió muy sonriente.

-Buenos días Mateo, pasa por favor que hace frío y está lloviendo mucho.

-Buenos días Sra. Bermayer. ¿Cómo se siente hoy? -le preguntó mientras entraba y se quitaba el abrigo para dejarlo en la percha para ropa que estaba detrás de la puerta de entrada.

La Sra. Bermayer se dirigió con paso lento hacia la cocina, mientras él la seguía en silencio. Todos los días tenían la misma rutina, antes de realizar los controles..

-Estoy haciendo té. ¿Quieres tomar una taza tu también?

-Sí. Muchas gracias Sra. Hoy es un día perfecto, porque hace demasiado frío y llueve. Me vendrá bien tomarlo para calentar un poco el cuerpo. 

La Sra. Bermayer preparó el té como todas las mañanas y los dos pasaron un largo rato a saborearlo mientras se miraban en silencio.

-¿Hacemos los controles de rutina Sra.? -dijo el joven mientras abría su maletín para sacar todo lo necesario para cumplir con su tarea.

Una hora más tarde, cuando ya había realizado todos los controles indicados por el médico, comenzó a guardar todo los elementos utilizados.

-¿Te han llamado de alguno de los lugares en donde has dejado el curriculum? -le preguntó dulcemente la Sra. Bermayer.

DE REPENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora