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La forma en que se había despedido de Eduardo le había dejado un sabor amargo, el irse así de improviso por una urgencia. Sabía que era médico por lo que tal vez era algo concerniente a su trabajo. Igualmente eso no dejaba de inquietarlo.

Salió del hotel para ir a su casa, pensaba descansar ya que esa misma noche tenía el turno de trabajo como normalmente lo hacía a partir de las diez de la noche.

Una vez en su casa, subió la escalera hasta llegar a su habitación. Tomó el celular de su bolsillo, buscó su playlist con su música preferida, la que a bajo volumen se escuchaba en  la habitación.
Mateo se quitó la ropa lentamente, colocándola en el cesto de la ropa sucia. Se metió en la bacha de la ducha y abrió la canilla. 

El agua tibia corría por su cuerpo y Mateo trataba de alejar todas las dudas en su cabeza, pero era como luchar contra un monstruo que crecía dentro suyo con cada instante que pasaba.

Lo que sentía por Eduardo le daba la sensación de estar en un sube y baja.  De  ese momento en el que sentía la embriagadora sensación que le provocaba el recuerdo de las palabras que Eduardo le había susurrado al oído la noche mientras hacían el amor de que se estaba enamorando de él, pasaba instantáneamente al otro extremo del dolor de pensar que había algo oculto que Eduardo no le había contado todavía.
—¿Por qué tengo el presentimiento de que hay algo que no quiere que yo sepa? —pensó para si mismo.
¿Por qué  soy tan cobarde que no me atrevo  preguntarle por la mujer con la que lo vi? Creo que la respuesta es simple —continuó —Yo también me estoy enamorando de él y estoy dispuesto a todo para no perderlo: Aún a costa de tener que vivir con él un amor clandestino. Me estoy convirtiendo en alguien que no quiero ser. Estoy en un lugar en el que seguramente le hará daño a alguien y no quiero hacerlo.

El encargado del edificio subió las escaleras hasta llegar al piso en el cual se encontraba la oficina de Clarisa.
La puerta estaba cerrada con llave desde adentro así que la única solución que tenía a mano en ese momento era golpear  varias veces la puerta hasta lograr romper la cerradura para ingresar.

Al entrar en la oficina, todo era un total desorden y Clarisa se encontraba tendida en el suelo, lamentándose del dolor. Su caída le había provocado un golpe muy fuerte en su cabeza, la cual estaba sangrando abundantemente pero también se había golpeado el costado de su vientre lo que le provocaba un dolor muy intenso.

El hombre fue hasta ella con cuidado de no pisar los vidrios que estaban esparcidos por el piso.

—Clarisa —le dijo. —No se mueva, ya he llamado a la emergencia para que vengan inmediatamente, pero la ciudad está en caos, porque la tormenta fue muy fuerte y el servicio de  emergencias no da a basto para cumplir con los pedidos de ayuda que reciben.

—Llame a mi esposo por favor. Creo que mi teléfono está en la otra sala.

—No se preocupe, ya mismo lo hago. —Se dirigió hacía la oficina para buscar el teléfono de ella entre tantos papeles y objetos que estaban desparramados por todos lados. Finalmente encontró el celular para buscar el número del esposo, cuando fue interrumpido por los ruidos de los paramédicos que ingresaban en el lugar.

Luego de hacer una revisación exhaustiva de las condiciones en las que se encontraba ella, los paramédicos  decidieron llevarla a un hospital de alta complejidad, comunicándoselo al encargado, quien se apuró a buscar en los contactos del celular el número del esposo de Clarisa.

El sonido de la ambulancia legaba a los oídos de Clarisa como un sonido muy lejano. Estaba llegando a un punto donde no podía distinguir nada a su alrededor, parecía sentirse como flotando en el aire, todo daba vueltas a su alrededor.

El golpe sufrido en la cabeza le había causado sangrado y su bebé estaba en peligro.  Debido a las complicaciones causadas en toda la ciudad por la fuerte tormenta, el servicio de emergencia había tardado más de lo previsto en llegar en su auxilio.

DE REPENTEWhere stories live. Discover now