Capítulo 1

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Libertad.

Ese valor tan anhelado y amado por todos; ese valor que nos da el derecho a elegir de qué forma actuar, qué camino seguir, ser nosotros mismos, ser libres. La libertad nos da felicidad, nos vuelve positivos y nos da la alegría de vivir; tener una vida libre de ataduras, de someternos a la voluntad de los demás, solo a la nuestra, y tener la vida que queramos.

Es lo que siempre he querido, es lo único que pido, libertad. Poder ser libre e ir a dónde quiera, pero tal vez nunca lo tendré.

Estar encerrada en estas cuatro paredes me va a volver loca. Soñar con que algún día seré libre es lo único que me ha ayudado a mantenerme  cuerda, a mantenerme a flote.

Suspiro con cansancio mientras recorro con la mirada mi habitación o mejor dicho, mi celda. En este lugar reina el color blanco; el piso pulido, las paredes, las sabanas, y hasta la almohada son de ese color. El bombillo que ilumina es lo que le da un último  toque para volverlo algo perturbador.

La puerta emite una especie de pitido, avisándome que están pidiendo acceso para abrirla, y entran dos guardias vestidos con sus uniformes y cascos negros, y en el lado izquierdo de su pecho el distintivo logo de este lugar, una mariposa roja sangre con detalles negros. Ambos me miran, serios, y uno da un paso al frente.

—Acompáñenos, número 246 — ordena, autoritario.

Asiento y me levanto del suelo para empezar a seguirlos.  Ya sé a dónde vamos, es parte de la rutina que tenemos.

Recorremos los pasillos – los cuales son del mismo color que mi habitación – hasta llegar a una enorme puerta que está al final del pasillo. El guardia rebusca en el bolsillo de su chaleco, saca una tarjeta y la introduce en una ranura al lado de la puerta. Un pequeño bombillo que estaba encima de ésta se ilumina de color verde y la puerta se abre.

Al entrar lo primero que veo es a los otros chicos que viven aquí practicando. Unos disparan a objetos, otros practican combate cuerpo a cuerpo, y otros lanzan cuchillos. Estábamos en la hora de entrenamiento.

Ambos guardias se posicionan uno a cada lado de la puerta, vigilándonos. Me acerco a la mesa donde están los cuchillos, elijo uno y me acerco a unos de los blancos. Me posiciono y tomo el cuchillo por la hoja, tal como me enseñaron, apunto, tomo una respiración profunda, exhalo lentamente, y lo lanzo. El cuchillo da un par de vueltas y se clava en todo el centro del blanco.

Siento a alguien acercarse  detrás de mi.

—Por eso siempre digo que es mejor no meterse contigo—dice la voz de una chica, la cual reconozco de inmediato.

Me giro y me encuentro  con la sonrisa divertida de número 254. Su cabello castaño está recogido en una coleta alta, y uno  que otro mechón ondulado se pega a su rostro. Y su mono color azul claro – mismo que todos usamos- está un poco sudado.

Niego con la cabeza, divertida, y voy a buscar el cuchillo. Al regresar me detengo frente a ella.

—¿Estabas peleando? — pregunto, cruzándome de brazos. De toda la práctica que teníamos su favorita era el combate

Ella sonrió ampliamente.

—Sí, y le pateé el trasero a 287— dijo con aires de suficiencia.

Una risa escapó de mis labios antes de que ella me tomara del brazo para  comenzar a caminar  por la sala de entrenamientos, viendo qué podíamos hacer. Nos acercamos al área de armas y tomamos una cada una. Nos posicionamos y apuntamos a los muñecos de práctica.

Efecto Mariposa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora