CAPÍTULO SIETE: LOS RECUERDOS DE MARTHA

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El hombre de grueso bigote y mirada oscura revisaba con detenimiento cada hoja del informe que había recibido. Hoja tras hoja solamente confirmaba que la señora Candice había salido del país con dirección a Londres,  pero esa información le traía más dudas que certezas.

Los golpes sonoros de un bastón sobre el piso del estudio sacaron al hombre de sus cavilaciones.

—¿Qué sucede Georges? ¿Aún no sabes a dónde diablos se metió esa arrabalera?

—Señora Elroy, estoy seguro que ella salió de EEUU, pero su punto de llegada me ha dejado con más dudas.

—¿Y se puede saber a dónde se largó?

—Según los informes que he recibido, la señora Candice se fue a Londres.

—¿Londres? ¡Pero si ella no conoce a nadie en ese país! Cuando la recibimos en esta casa era una simple estudiante que hacía sus pasantías en el corporativo. ¿A quién conocería ella en Londres?

El hombre se levantó del escritorio y comenzó a caminar despacio alrededor del escritorio, era como si meditara las palabras que usaría para explicar las deducciones a las que había llegado.

—Señora Elroy, he averiguado que la señora Candice tiene ascendencia escocesa y eso me hace pensar que tal vez se contactó con algún pariente lejano que vive en Londres, pero...

—¿Pero... qué?

—Usted sabe que el señor William me encargó la seguridad de la señora Candice, más que nada para que ella no terminara por enterarse de las actividades extramaritales que él mantenía, así que por disposición del patrón, yo intervine el teléfono de la señora.

—¿Y qué hay con eso?

—Le puedo asegurar que la señora Candice jamás realizó una sola llamada a Londres o a Escocia; es más, jamás realizó una llamada fuera de EEUU. Le puedo asegurar que ella no conoce a nadie en ese país, por eso se me hace ilógico que se haya ido tan lejos.... a no ser...

—A no ser...qué...

—Que el... amante de la señora Candice se haya ido a Londres.

El rostro de la anciana se volvió de piedra, farfullando entre dientes una maldición volvió a golpear el suelo con la punta del bastón.

—¿¡Pero qué se ha creído esa arrabalera!? ¿Acaso piensa que puede irse a otro país a disfrutar del dinero de los Ardlay con su amante? ¡Cómo la detesto! ¿Ya diste con su dirección exacta?

—Lamentablemente no. Hasta el momento la señora Candice no ha usado ninguna de las tarjetas de crédito desde que llegó a Londres. Por ese motivo se me ha dificultado rastrearla hasta el momento.

—Entonces ¿de qué está viviendo?

—Probablemente esté viviendo en pareja con alguien que le esté ayudando con sus gastos.

—¡Ja! Siempre supuse que a la muy zorra le gustaba ser una mantenida.

Georges era extremadamente fiel a sus patrones Ardlay, pero eso no lo cegaba ante la realidad. Desde que había conocido a Candice sabía a la perfección lo independiente que era la mujer.        Si ella no trabajaba en alguna de las compañías de los Ardlay era porque su esposo se lo había prohibido.      A la pequeña señora Ardlay sola la querían como un simple objeto de exhibición y lejos de su marido para que nunca se llegase a enterar de su vida libertina.

Con calma le explicó a su patrona el nuevo panorama.

—Señora Elroy, sabemos que la señora Candice es una persona con estudios superiores, y siempre ha demostrado ganas de superación.      Aquí no se le permitía trabajar, pero allá es muy probable que haya buscado un trabajo o esté buscando uno para salir adelante sola.

AMOR PROHIBIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora