CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE ABRIENDO LA CAJA DE PANDORA

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Neal Lagan no podía creer lo que sus ojos veían. A paso lento avanzaba hacia el estrado el antiguo guardaespaldas de William Ardlay. Se suponía que el hombre había muerto en algún hospital de beneficencia luego de que quedara en estado de coma, eso fue lo que le dijeron sus informantes, pero al parecer nada de eso era cierto. El sujeto estaba ahí, caminando hacia el estrado dispuesto a declarar.

Como si la declaración de Snake no hubiera sido lo suficiente para hundirlo, ahora una hecatombe se cernía sobre él cuando reconoció a las dos personas que acompañaban al guardaespaldas. Una de ellas era el enfermero de la casa de reposo donde estuvo recluida Elroy Ardlay y al cual había sobornado; y la otra persona era nada más y nada menos que la insípida mucama de Candice, Dorothy Wilson.

El pelirrojo estaba perplejo; sin embargo tenía que actuar rápido. Si esos tres infelices declaraban en su contra, estaba perdido. Mordiendo las palabras, habló con su abogada.

—¡Muévase, abogada! Esos infelices no pueden declarar. Ya la declaración de ese infeliz de Snake me ha perjudicado enormemente, pero si esos tres hablan, ¡me hundo! ¡Haga algo!

—¡Por dios, señor Lagan! ¡Usted me dijo que ese testigo baleado estaba muerto! ¿Y quiénes son esos otros dos?

—¡No pregunte pendejadas y evite de alguna manera que esos desgraciados declaren! Si ellos abren la boca usted y yo estamos perdidos.

Debido al incesante murmullo, nuevamente el juez Birman se vio obligado a usar con vehemencia su martillo.

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—¡Orden en la sala! ¡Orden en la sala! Abogado Cornwell ¿quiénes son estas personas?

—Su señoría, son mis testigos. Pido que sea llamado al estrado al señor Georges Villers.

—Adelante señor Villers, pase a declarar.

—¡Objeción su señoría! —reclamó Susana— Se nota claramente que el testigo no está en óptimas condiciones de salud como para que su declaración sea tomada en cuenta. A duras penas se puede mantener de pie ¿cómo podemos pensar que su testimonio será confiable?

—Señor Juez, —intervino Anthony Brower — Soy el médico que ha estado a cargo de la recuperación de éste testigo en particular. Puedo certificar que el señor Villers está capacitado para brindar una declaración en pleno uso de sus facultades mentales. Ante usted presento los informes médicos que avalan mi postura.

A Georges se lo veía algo demacrado y hasta un poco delgado, pero definitivamente proyectaba total lucidez. Gracias a los oportunos cuidados del doctor Brown, el hombre había logrado salir de un peligroso estado de coma hace varias semanas atrás. Por la gravedad de las heridas y los golpes, el hombre había presentado una inflamación bastante severa en el cráneo, no obstante Anthony había hecho todo lo posible para su franca recuperación y el resultado estaba a la vista.

—Díganos señor Villers ¿Qué trabajo desempeñaba usted en la mansión Adlay?

—Era guardaespaldas del señor Ardlay y su mano derecha.

—¿Estuvo usted en la mansión el día que ocurrió el terrible flagelo?

—Si, luego de la velada por el aniversario de la compañía, me dirigí hacia la mansión para llevar a mi jefe a que descansara. Para él fue bastante esfuerzo presentarse ese día, así que estaba muy agotado. Todo marchaba con aparente normalidad puesto que las alarmas de seguridad nunca sonaron.  Cuando me percaté del flagelo, ya las llamas estaban apoderándose velozmente de la mansión.  Como estaba en la planta baja,  fue a Dorothy a quien primero le di aviso sobre el incendio y después subí hacia la recámara de mi jefe, luego corrí hacia la recámara de los niños.

AMOR PROHIBIDOWhere stories live. Discover now