CAPÍTULO VEINTINUEVE ¿DÓNDE ESTÁN LOS NIÑOS?

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El cuerpo entero de Candice temblaba, apretó sus manos en puños buscando fuerzas para avanzar, pero no pudo, simplemente sus piernas se negaban a continuar.   Sus ojos se anegaron en lágrimas al distinguir entre el fuego y los escombros la silueta de Terence.   Por momentos sintió que el aire nuevamente no llegaba a sus pulmones, pero esta vez se resistió a caer. Como pudo avanzó entre las cenizas de lo que un día fue la imponente mansión Ardlay, hasta llegar donde estaba Terence.

El hombre estaba con la mirada perdida, ni siquiera se había percatado de la presencia de Candice, solo se aferraba a la maltrecha cobijita que sostenía entre sus manos. Sus azules zafiros apagados por el dolor lloraban con amargura, pero paradójicamente su boca esbozaba una mueca similar a una sonrisa.

Y es que su cerebro estaba bloqueado, en ese momento solo podía escuchar la dulce risilla de Sofía mientras su mente proyectaba imágenes de ella.   Recordaba la primera vez que la sostuvo entre sus brazos, su dulce sonrisa desdentada, corriendo por los jardines de su recién comprada casa, queriendo trepar un árbol a como diera lugar o cavando hoyos junto a Jimmy y a Duque. Cada una de las travesuras que recordaba de su pequeña provocaron en él carcajadas llenas de dolor que estremecieron a todos los que estaban ahí.    Bomberos, policías y paramédicos no hallaban palabras de consuelo, optaron por dejar que el hombre llorara su trajedia.

Ella se dejó caer a su lado; pues sus piernas ya no la pudieron sostener. Tomó las manos del hombre que por nada del mundo quería soltar la cobija y las juntó a las suyas para apretar junto con él la chamuscada prenda.    Las escasas fuerzas de ellos cedieron ante el dolor y simplemente se abrazaron para dejar que sus almas agónicas lloraran por su pérdida, clamando al cielo el nombre de su hija.

Cartwright, el corpulento jefe de Bomberos veía desde lejos la triste escena. A pesar de los años de servicio que llevaba a cuestas, siempre ese tipo de escenas terminaban por quebrarlo. No se acostumbraba a mirar con indiferencia el  terrible sentimiento de pérdida de un hijo y mucho menos se resignaba a que todo quedara catalogado como un número más de las estadísticas de accidentes.     Lo que vio aparecer entre los escombros y el humo, lo sobrecogió.   El hombre que hasta hace unos minutos lloraba desconsoladamente sobre el barro, ahora estaba de pie, avanzaba entre las cenizas y las ruinas cargando entre sus brazos a la mujer que sin duda era la madre de la niña desaparecida.

No sabía si lo que iba a hacer era lo correcto, pero si había una ínfima posibilidad de que las cosas fueran diferentes, él haría hasta lo posible porque ese doloroso escenario cambiara. Se acercó hasta Terence y de manera tranquila, le habló.

—Señor, déjeme ayudarlo con la señora, se ha desmayado y necesita que los paramédicos la revisen, además sus manos están muy lastimadas como para que la lleve en peso.

—No se preocupe por mis manos, la señora es mi responsabilidad y yo la llevaré.

—Está bien.  Venga por acá, necesito hablar con usted.

Terence recostó a Candice en una de las camillas de la ambulancia.   Preocupado por el pálido semblante de la rubia, besaba sus frías manos tratando de que recuperara la conciencia. Mientras uno de los paramédicos atendía a la mujer, el jefe de bomberos le habló al castaño.

—Señor, soy el Mayor Cartwrithe, Jefe de Bomberos, y me imagino que usted es el padre de la nena desaparecida y la señora en la camilla, es la madre

—Así es. Soy Terence Graham.

En ese momento, Terence no tenía cabeza para ocultar su paternidad, y aunque estaba devastado por la situación de Sofía y Jimmy, necesitaba saber qué o quién había ocasionado tremendo desastre.  Con la voz quebrada, preguntó

AMOR PROHIBIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora