15° La chaqueta de cuero.

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Teo.

El día de hoy parecía que iba a hacer frío, estábamos empezando septiembre por lo que el clima no era muy de fiar, hasta octubre pasaría esto de que un día el calor puede llegar a los treinta grados y al otro hacía un frío de puta madre, incluso podía llover.

Me coloqué unas botas estilo militar y metí mis jeans dentro, una camiseta con mangas que me quedaba demasiado ajustada ―últimamente todas mis camisetas hacían lo mismo conmigo―, el cinturón y la chaqueta de cuero que había rescatado hace poco, era mi favorita.

Salí del departamento y puse la contraseña del código de seguridad, puse una nota en mi teléfono de comprar camisetas una talla más grande... aunque no estaba seguro de que eso existiera, quizás tenía que empezar a plantearme la idea de comprar ropa para personas con kilos extras, aunque ese no era mi problema. Debía haber algo un poco más grande que la de mis actuales camisetas... o quizás debería dejar de ejercitarme hasta el desmayo... no, creo que pasaría por algunas tiendas de vuelta del trabajo.

Mierda, me devolví corriendo al edificio, el ascensor ya estaba subiendo así que tuve que tomar las escaleras hasta mi piso. Ingresé el código y abrí la puerta, ahí estaba la guitarra, sobre el sofá, vestida ya con su funda, como si estuviese esperando por mí.

―Lo siento, cariño ―me disculpé con ella y pasé la correa por sobre mi hombro―, tenía la cabeza en otra parte.

Esta vez salí del departamento seguro que no había olvidado nada, incluso repasé mentalmente todo lo que podría necesitar para el día y me di una vuelta por el departamento, no confiaba del todo en mi memoria. Volví a salir e ingresar el código.

De camino al ascensor me topé con mi vecina, la saludé brevemente y gracias a dios el ascensor llegó antes que ella pudiera tergiversar mi cortesía como una invitación a hablar. Lo cierto era que ahora mismo eso era lo que menos quería. Todas las mujeres de mi vida tenían la rápida tendencia de convertirse en problemas.

Froté la palma de mi mano sobre mi pecho, donde una opresión me hizo doler, sucedía cada vez que dejaba a mi cabeza vagar en esa peligrosa dirección.

Llegué al -1 y salí del ascensor, caminé directo hacia mi moto, abrí el compartimiento lateral y saqué mi casco para posteriormente dejar mi bolso con libros, el laptop y los cuadernos de las clases de hoy.

Salí del estacionamiento subterráneo y saludé al guardia antes de salir hacia a la universidad.

* * *

―Esto no te compromete en nada, deberías venir con nosotros, Teo, es solo un partido y... no creas que es fácil para mí decir esto... pero te necesitamos.

―Vaya, gracias ―me reí del dramatismo de Ariel―, pero la verdad es que no me sentiría cómodo yendo. Además hoy me toca visitar a los niños ―era la mejor parte del trabajo, cuando tenía que ayudar a la Doctora Vergara y me dejaba enseñarles un poco de música a sus pequeños pacientes.

―Pero tu turno empieza a las cuatro ¿no? Ni siquiera es la una de la tarde y cancelaron el resto de las clases.

―Sí... pero también está el hecho de que hace tiempo que no juego, Ariel, estoy oxidado.

―Siempre dices lo mismo y eres quien termina dándonos una oportunidad de ganar contra esos hippies... lo siento, se me olvidaba que les vendiste tu alma ―dijo con desprecio y luego se encogió de hombros.

Rodé los ojos, jurándome que no caería en sus provocaciones, tenía bunas razones para rechazar su propuesta y nada de lo que me dijera iba a cambiar eso.

―No le he vendido mi alma a nadie.

―Seguro ―ignoré la incredulidad en su tono―. Si lo que te preocupa es que ella pueda estar ahí, lo más probable es que a estas horas este en clases ―miro su reloj, comprobando la hora―, además será algo así como que estas demostrando tu punto, de que ya no te importa y toda esa mierda.

MALA CHICA BUENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora