6.Refugiados en un armario

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Únicamente oigo los desenfrenados latidos de mi corazón, que parecen haberse
multiplicado en sonido, ya que retumban como tambores en mi cabeza.

A medida que voy calmándome, su sonido disminuye y comienzo a apreciar otros ruidos a mi alrededor: una carcoma alimentándose de mi mueble (tengo que acordarme de cargármela cuando salga de todo este lío, si es que salgo ...) ; el ruido de fondo de los
alienígenas buscándonos (eso me estresa bastante) ; el suave aliento del Doctor (que
huele a menta, no sé cómo lo hace) ; el leve crujido de la ropa al rozar con nosotros...; y
un último ruido que me deja helada: tres latidos de corazón.

-¡Doctor! -susurro, presa del pánico -¿por qué oigo tres corazones?

-¿Qué? -me pregunta -¡habla más alto!

-¡Que oigo tres latidos de corazones! -repito, un poco más alto.

Lo más espeluznante de todo es que oigo un latido de corazón aparte del mío y del
Doctor, como si hubiera alguien más oculto en el amario, pero no oigo ni su respiración
ni algún movimiento que delate su presencia.

-¡Ah, no te preocupes! -dice el Doctor, despreocupado.

-¿¡Que no me preocupe!? -rebato, irritada.

-Tengo dos corazones -suelta.

-No hace falta que me mientas para hacerme sentir mejor -contesto.

-No te estoy mintiendo -susurra, sonriendo.

Retira un mechón de cabello que me cubre la cara y alza mi barbilla, quedando así
ambas miradas cruzadas. Aunque estamos en penumbra, puedo observar su rostro
perfectamente.

-Mira... , -dice, colocando mi mano sobre su pecho.

Siento el latido de un corazón. Después, coloca mi mano sobre el otro lado, y también
puedo apreciar otro latido.

-¿Ahora me crees? -me sonríe, mostrando sus blancos y perfectos dientes.

-Oh, dios mío... -suspiro.

-Te va a dar un ataque cardíaco -me dice, y debe ser por el hecho de que estoy pegada a
él, y puede apreciar que tengo otra vez el corazón desbocado (de lo cuál ni yo misma me he dado cuenta hasta que me lo ha mencionado).

-¿¡Qué!? -digo, nerviosa, sin saber muy bien qué contestar.

-Tranquila, Casandra -susurra dulcemente, y me rodea por la cintura con un brazo, atrayéndome aún más hacia él. Y así nos quedamos: abrazados en el armario, oyendo sus dobles y rítmicos latidos (los míos aún están un poco acelerados), la tela de lino arrebujada contra mi cuerpo ... ¡¿LA TELA DE LINO!?

¡Estoy en camisón! -digo, horrorizada, rompiendo el silencio.

-Es posible -dice el Doctor, un tanto sobresaltado por la repentina frase.

-¿¡Cómo que es posible!? -me escandalizo -huí contigo al bosque, escapamos de esos alienígenas, ¡y durante todo ese tiempo iba en camisón! ¡En ropa de estar por casa!

-Técnicamente aún no hemos escapado de los alienígenas... -observa.

-¡No desvíes la conversación!

-¿Qué conversación? Simplemente estás en camisón, no es una catástrofe -debate.

-¡Estoy en camisón, con un extraño, dentro del armario de mi casa, la cuál está siendo registrada por unos alienígenas! ¡No me digas que eso tampoco es raro! -digo, alzando la voz.

-¡Shh, no hables tan alto! Y no es raro, solo inusual.

-¿Y lo de que los seres grises estén en mi casa buscándonos para librarse de nosotros?

-Bueeno ... -recula -eso puede ser potencialmente problemático.

-¿¡Potencialmente problemático!? -estallo.

-¡No te preocupes! -exclama -tengo un plan.

-Un buen momento para tener un plan -resoplo.

-¿Me vas a escuchar o no? -me corta.

-Sí ...

-Cuando los extraterrestres se hayan ido al otro extremo de la planta, salimos del armario, corremos hacia la puerta principal y llegamos hasta la cabina azul que hay en tu jardín.

-Tu ... ¿Tardis? -pregunto.

-Sí.

-¿No es un plan un poco arriesgado?

-¡Claro que sí! ¡Quedémonos aquí a esperar que nos encuentren! -dice, sarcástico.

-Vale ... -gruño.

-Demonios, ¿es que no puedes acatar algo sin protestar? -dice refiriéndose a lo de antes.

-Bueno, si quieres poner en práctica tu plan, mejor hacerlo ya, porque no tardarán en encontrarnos -sugiero, desviando la reprimenda.

El Doctor abre la puerta, y nada más salir de la habitación, nos topamos con uno de los seres.

-¡¡Ahh!! -grito.

Lo esquivamos por los pelos, pero montones de ellos empiezan a surgir por las escaleras, así que ya no tenemos escapatoria. Cambiamos de dirección varias veces, evitanto que nos cojan.

-¡¡Por la ventana!! -vocifera el Doctor.

-¿¡Qué!?

-¡Es eso o estás muerta!

Abre la ventana de la terraza (la cabina se encuentra un par de metros más allá de donde acaba el balcón.) Me coge de la mano y tira de mí hasta que ambos estamos sobre la baranda, chasquea los dedos abriendo las puertas de la Tardis, y grita:

-¡Allons y! ¡Todas las puertas a la piscina!

Tras lo cuál, nos precipitamos desde seis metros hacia el vacío, hacia una inminente muerte.

Mis días en la tardisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora