7.La cabina más grande por dentro

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El viento hace una presión tremendamente asfixiante contra mi cuerpo, oprimiéndome
de tal forma que de intentar moverme, me sería imposible. Mis labios están secos y
cortados, y por ellos no entra ni sale un mísero aliento; el comprimido y estrecho tubo que ahora tengo por garganta lo noto más árido que un desierto, sin saliva, atascado por mis propias entrañas que han ascendido desde el estómago; el recién nombrado estómago está completa y literalmente vacío, ya que las tripas han decidido cambiar de lugar; del resto del cuerpo no siento nada, salvo el ardor de unos tremendos lagrimones que me nublan la vista.

La caída dura una eternidad. A medida que pasa el tiempo comienzo a notar una horripilante sensación: el cerebro se derrite lentamente y me sale por los ojos, por la boca y por la nariz. Está muy caliente. Quema. Arde. Cual fuego quemando un bosque, el líquido compuesto por el cerebro derretido empieza a devorar mi piel, destrozando mi ser físico. Con esa terrible agonía, consumiendome muy poco a poco, en una eternidad sin fin, deseo que se acabe todo, que termine ya la caída.

Pero el golpe no llega. Noto como algo me envuelve y me hace cosquillas, y es cuando vuelvo a sentir mi cuerpo, entero y en perfectas condiciones. Es extraño, al cabo de un momento después topo con un suelo, y de mi boca empiezan a salir burbujas. Breves instantes después, una fuerza arrastra mi cuerpo inmóvil hacia arriba, ascendiendo lentamente. No es sino momentos después cuando emerjo del agua repentinamente, mis sentidos despiertan y mi cerebro se da cuenta de que me estoy ahogando.

-Ah ... hip ....hip -hiperventilo, tratando de respirar.

-¡Casandra! -oigo vociferar al Doctor.

Me duele horrores la cabeza y estoy completamente empapada. El Doctor me ayuda a salir de lo que parece...

-¿¡Una piscina!? -digo para mis adentros -¿¡Cómo puñetas he acabado en una piscina?

Pasa un rato hasta que me recompongo y consigo respirar bien, rato en el cuál el Doctor no cesa de preguntarme a cada minuto si estoy bien, a lo que yo asiento.
Cuando ya estoy mejor, él me incorpora y susurra a mi oreja:

-Ya está, no pasa nada, ¿te encuentras mejor?

-Vuelve a decir eso y juro que te mato -le respondo tranquilamente, con su misma dulce voz.

-Ehh... vale, ejem... lo siento... -dice, trabándose, nervioso.

-Mmm, ¿el "lo siento" vale también por lo de tirarnos desde el balcón? -le recrimino, un tanto seca.

-Yo... -se interrumpe, se le quiebra la voz y me arrepiento de haberle hecho sentir culpable -lo siento, Casandra, he podido matarte...

-Ehh, no pasa nada -y acto seguido le abrazo -estoy bien.

-No estás bien, has estado a punto de ahogarte por mi culpa -dice, correspondiendo a mi abrazo.

-Hmm, estoy bien, enserio -aseguro- pero, dime, ¿cómo exactamente hemos acabado en una piscina si antes caímos de mi balcón?

-Entramos por las puertas de la Tardis, que estaba justo debajo de nosotros. Chasqueé los dedos para abrirla, y mandé un mensaje psíquico a los controles para abrir la entrada de la piscina -explica, recuperando su sexy y decidido tono normal.

-Amm, ¿es más grande por dentro? -medio pregunto medio afirmo.

-Sí, no lo había notado -dice sarcástico mientras sonríe -es tecnología de los Señores del Tiempo, hace mucho tiempo, al principio de la civilización, el Primer Sabio logró conseguir un compromido en éxtasis para aplicarlo a seres y a objetos sin dañar su materialidad y estado físico, extrayendo parte del vórtice temporal y estabilizándolo mediante una serie de compuestos de realidad.

El caso es que no he entendido la mitad de lo que ha dicho, pero como me encanta oirle hablar de las cosas imposibles que hace su máquina del tiempo, me limito a asentir mientras nos sumergimos en una conversación acerca de la Tardis, el tiempo y el espacio.

Al cabo de un rato, nos levantamos y damos un paseo por la nave mientras me enseña parte del infinito interior: múltiples pasillos adornados con cosas redondas similares a panales de abejas, puertas que dan a habitaciones y salas de control constituyen la nave; cerca de la piscina encontramos una enorme biblioteca en la que hay cientos de libros (y novelas encerradas en tubos de laboratorio); seguimos caminando y nos encontramos una sala de juegos típicos de algunos planetas; después me enseña una sala con una colección de cosas alienígenas (el Doctor me explica que aquella colección perteneció a Henry Vahnestaten, un humano que casi hace estallar una invasión dalek por un mero capricho, y que él tuvo que guardar los elementos de la colección porque eran demasiado peligrosos para la raza humana en ese momento del tiempo); después me enseña mil cosas maravillosas más, y por último acabamos en una habitación con una envejecida puerta de madera, recubierta de talarañas. Acaricio el polvo de la puerta y la empujo suavemente.

-¿Puedo? -pregunto con cautela, refiriéndome a entrar en la habitación.

-Hacía mucho tiempo... -murmura, pensativo -pero sí, puedes entrar.

Abro del todo la puerta, cuidadosamente, y me sumerjo en una estancia repleta de cosas: pergaminos, botellitas con liquidos de extraños colores, libros cubiertos con capas muy gruesas de polvo, y... una cuna que parece tener más de quinientos años.

-Es mía -dice el Doctor, sonriendo.

-¿El qué? -pregunto, sorprendida, sin saber a qué se refiere.

Me giro y veo su amplia sonrisa, que deja al descubierto todos y cada uno de sus blancos dientes.

-La cuna, era mía, mi cuna -aclara- yo dormí en ella.

-¡Oh, dios! ¡No me lo puedo creer! -exclamo- ¿de verdad es tu cuna?

-Ajá -asiente-

-Hmm... las primeras estrellas del Doctor -murmuro, sonriente, mientras acaricio las pequeñas estrellas de madera qie tiene como adornos la cuna.

Charlamos un poco más en la habitación, mientras el Doctor me habla sobre Gallyfrey, su planeta, sobre su cielo naranja y sus tres soles. Luego de eso, nos vamos hacia la sala de control, aunque antes de llegar nos detenemos porque el Doctor quiere enseñarme su vestidor.

-¡Es increíble! -exclamo, sorprendida.

Estoy en medio de un pasillo repleto de ropa de todos los siglos y estilos. Hemos subido por una escalera de caracol hasta el primer piso, aunque aún quedan otros tres; cada piso se compone de un pasillo circular abarrotado de perchas con ropa y algunos espejos.

-Mmm... lo sé -responde alagado.

-No, pero ¡es realmente increíble! -vuelvo a decir.

Él se ríe y bromeamos un poco sobre la ropa del rococó, tras lo cuál se acerca a mi oreja y me susurra:

-Ponte algún vestido o algo que te guste, te espero en la sala de control, la siguiente sala a la izquierda.

-Vale -respondo en el mismo tono sexy que él.

Nuestras caras están a un par de centímetros, solamente tengo que acortar la distancia que hay entre nosotros, pero por alguna razón no lo hago; bien porque esperaba que lo hiciese él o no se por qué, pero al final acabamos separándonos y él se va.

-¿Tú no te cambias de ropa? -le pregunto mientras se aleja.

-Sí, en la sala de control tengo ropa -me responde.

-Vale -contesto.

-No tardes, te espero allí -me recuerda.

Mis días en la tardisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora