10.El rey Agamenón

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Nos acomodamos en las sillas de la larga mesa de piedra. Nuestro anfitrión había insistido en preparar un banquete en nuestro honor, por lo que en este momento el
Doctor y yo aguardábamos a que viniese la comida.

Al cabo de un rato en el que los dos permanecimos en silencio (observando las decoraciones de la preciosa terraza exterior en la que nos encontrábamos), escuchamos unos pasos que se aproximaban desde el interior.

El rey Agamenón entró en cenador, seguido de una fila de muchachas que portaban sobre sus cabezas enormes platos de cerámica. Las jóvenes fueron posando sus recipientes sobre la mesa, y el rey se acomodó junto al Doctor.

-Espero que estos manjares sean de vuestro agrado -dijo, dirigíendose a mí.

-Lo son ya, solamente por el hecho de que vos nos los hayáis ofrecido -contesté, causando una buena impresión con mis halagos.

-¡Oh, Ctímene, me siento halagado! -replicó el monarca (que al parecer era una persona sumamente engreída).

-Decídme, señor mío, ¿qué manjares tenemos ante nosotros? -comentó el Doctor, desviando la conversación.

-Pues verá, recordando los viejos tiempos en los que Ulises cenaba en mi compañía, he decidido en su honor cenar sus platos preferidos -resolvió el monarca- ¿recuerda usted, Ctímene, la noche en que mi esposa Clitemnestra cocinó para usted y su hermano el cordero con salsa?

-¡Cómo olvidarlo! -mentí, pues no había asistido a aquella cena- aquel cordero fue sin duda el mejor que he probado.

-Pues aquí tiene su merced una réplica exacta de la especialidad de mi esposa, aunque ella está indispuesta en estos momentos y no nos acompañará en la cena -dijo haciendo ademán de servirme cordero.

-¡Oh, vaya...!  -fingí afligirme.

Tras lo cuál, todos quedamos silenciosos.

-¡Cordero, confieso que siento debilidad por él! -pronunció el Doctor antes de que el silencio se prolongara demasiado, sirviéndose una cantidad de dicho manjar.

Y cuando todos tuvimos cordero servido en nuestros respectivos platos, clamó el rey alzando su cáliz:

-¡Un brindis, por nuestro sabroso cordero y por que la suerte esté de parte de nuestro buen Ulises!

Y chocamos nuestras copas.

-Ctímene, querida, ¿cómo está el cordero? -me preguntó Agamenón.

-¡Exquisito, buenísmo! -contesté, mientras me llevaba un bocado a la boca. En realidad, yo era medio vegetariana (exceptuando el pollo empanado y el jamón) y hacía años que no probaba el cordero (básicamente porque me daba náuseas).

Pero para no hacer un desaire al rey (y no revelar que no era la verdadera Ctímene, a la que al parecer le encantaba la carne), tuve que comérmelo entero. No sabía mal (de hecho era el mejor que había probado en la vida), pero seguía teniendo reparos al pensar que me estaba comiendo un animal.

Y así continuó la velada, entre sopa de carne, atún, olivas y faisanes con salsa de naranja. Todo transcurrió con normalidad hasta que el rey preguntó:

-Y dime, Euríloco, ¿qué es de nuestro buen Ulises?

-De Ulises... -respondió el Doctor, ganando tiempo -pues he de decir que no se encuentra en una situación muy favorable.

-¿De veras? -se sorprendió Agamenón.

-No sabe su merced bien las calamidades que hemos pasado -comenzó a inventar el Doctor, muy solemne.

Mis días en la tardisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora