3.Averiguaciones

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Madera, era una habitación cubierta enteramente de madera. Frente a la puerta había una pomposa cama con dosel granate, conjuntado con las gruesas cortinas de su mismo color. La esencia medieval se palpaba en el ambiente. La pintoresca alcoba era complementada por una cómoda y un armario de otra madera de un tono más rojizo.

Tras echar un vistazo al pequeño habitáculo, procedí a registrar la cómoda y el armario, en busca de algo inusual que confirmara mis sospechas de que algo raro pasaba en el castillo.

En la cómoda hallé un colgante con el dibujo de una mujer en su interior, aunque salvo por eso el mueble estaba vacío. Luego de mi hallazgo me aproximé al armario. Lo examiné y registré con cuidado, encontrando una camisola blanca y un sobrio vestido verde. Cuando me fijé con algo de detenimiento, descubrí unas gotas de sangre en el cuello de la camisola. Era reciente, de no más de tres días. ¿Se habría cometido un crimen en aquella habitación de invitados? Se me erizó el vello del cuello de solo pensarlo.

Recorrí con los dedos los relieves del armario, y sin darme cuenta palpé unas bisagras detrás del mueble. Con cuidado y sin hacer demasiado ruido, lo retiré hasta dejar al descubierto una puerta que, si no me equivocaba, comunicaba con la habitación asignada al Doctor. Perfecto, porque necesitaba hablar con él.

Doblé y tiré de la manivela hasta dejar un resquicio por el que me asomé.

-¿Doctor? -susurré. Todo estaba sumido en una profunda oscuridad.

-¿Qué? -respondió desde el otro extremo de la habitación.

-¿¡Realmente puedes dormir con todo lo que está pasando!? -me sorprendí al verlo tendido sobre la cama.

-No estoy durmiendo, no necesito dormir -aclaró- estoy pensando.

-¿Qué había en la comida? -quise saber- ¿Era veneno?

-No -respondió.

-¿Qué era, entonces? -pregunté mientras me acercaba y me sentaba en el borde de la cama.

-Carne humana -respondió, secamente.

-¿¡Qué!? -grité.

-¡Shh! -susurró el Doctor mientras se abalanzaba sobre mí para taparme la boca.

-¿Qué pasa? -cuestioné a su reacción, esta vez en voz más baja.

-Alguien puede estar espiándonos. Creo que ha sido una mala idea venir aquí, pero ahora no nos queda otra opción.

-¿Estás seguro de que era... carne humana? -pregunté, cautelosa.

-Sí, aunque espero que fuera solo una broma pesada.

-¿Por qué? ¿Es que el conde Vlad es un caníbal? -dije asqueada.

-No lo creo, pues él no llegó a probar la carne.

-¿Tú también te diste cuenta? -solté, al recordar mis sospechas durante la cena.

-Sí, no comió absolutamente nada.

-Entonces, ¿pasamos la noche aquí y mañana volvemos a la Tardis?

-Sí -contestó- no me gusta nada ese tal Vlad.

-Bien, en ese caso creo que volveré a mi habitación -dije.

-Puedes quedarte, si quieres -propuso el Doctor.

-Vale -susurré. La verdad es que no me hacía mucha gracia tener que pasar la noche sola en una fría habitación.

Él se hizo a un lado dejando hueco, y yo me acurruqué en el lado de la cama que dejó libre. En ese momento me di cuenta de que había cambiado su habitual traje por una camisa blanca de la época y unos pantalones de un verde botella.

-Has cambiado de atuendo -señalé.

-Salí a investigar por la ventana y me rasgué el mío -explicó.

-¿En serio? -dije estallando en carcajadas. ¿Quién salía de madrugada a explorar por la ventana? Lo que me extrañaba es que no se hubiera caído al foso.

-Sí -respondió él- mejor no preguntes.

Estuvimos hablando un rato más, hasta que decidí intentar dormir y el Doctor entró en una especie de letargo al que no se podía llamar dormir pero tampoco estar completamente despierto.

-Señores del Tiempo, ¡qué complicados! -me dije a mí misma.

Sin embargo, los minutos pasaron y yo no conseguía conciliar el sueño.

Sin pensarlo mucho, me levanté sin hacer ruido y caminé hasta la puerta en el más absoluto silencio. Estuve tentada de despertar al Doctor, pero deseché la idea: si se lo proponía, seguramente diría que era muy peligroso (opinión que por mi parte no era compartida), y además no iba a presionarle con más preocupaciones innecesarias.

Salí y cerré la puerta tras de mí, con cuidado de no hacer el menor ruido. En aquel castillo pasaban cosas muy raras, y yo no iba a resistirme a una emocionante expedición nocturna por los corredores de aquel misterioso lugar.

Caminé por los adornados pasillos, atormentada por la inquietante conversación que habíamos mantenido el Doctor y yo momentos atrás.

Deambulé un rato sin rumbo, hasta que sin saber cómo, llegué hasta una ventana con vidrieras azuladas y verdosas. La abrí de par en par y me asomé al exterior, recibiendo una gélida ráfaga de viento.

No podía dejar de pensar en la cena: ¿Carne humana? ¿¡Quién coño servía carne humana a sus invitados!? Seguía pensando que mi teoría de que el conde era un caníbal era acertada, aunque el Doctor la había descartado porque, de ser cierta, Vlad habría comido como un animal salvaje, en lugar de no probar bocado.

Inspiré profundamente, llenándome de aire helado. Había salido de la habitación sin una idea fija sobre qué hacer, pero tras relajarme un poco había aclarado mis pensamientos: descubriría costara lo que costase que ocultaba Vlad en su inmenso castillo.

Me alejé de la ventana tras cerrarla, y anduve durante unos minutos hasta encontrar una escalera. Descendí por ella y acabé en lo que supuse que sería el salón principal.

Ya había estado en las dos plantas superiores, por lo que aún me faltaban las torres y el sótano. Me decidí por éste último (en esa época seguramente allí se encontrarían las mazmorras), ya que por el momento no había encontrado el acceso a ningún torreón.

Avancé recorriendo múltiple salas y habitaciones de todo tipo: elegantes, recargadas, frías, alguna que otra algo destartalada, ninguna de ambiente cálido o acogedor... y así hasta que dí con otra escalera al piso subterráneo.

Subía una corriente de frío viento desde abajo, por lo que mi primera reacción fue volver a la otra planta, más cálida; por el contrario, tras pensarlo dos veces y reprimir mis primeros instintos, decidí que si quería descubrir los secretos que allí se ocultaban debía bajar al sótano.

Con cuidado y mis más silenciosas pisadas, bajé peldaño tras peldaño la escalera hasta que ésta se acabó, dando paso a un lúgubre pasillo al final del cuál había una puerta con rejas.

-¿Una celda? -pensé para mis adentros respecto a la puerta y a lo que pudiese haber tras ella.

Llegué hasta el mencionado portón; la escotilla estaba cerrada, por lo que la única manera de vislumbrar el interior era entrar a la habitación.

Como último recurso probé a colocar el ojo en la cerradura, en vano, pues no logré ver nada.

Así pues, tomé un par de horquillas de mi pelo y me dispuse a forzar la cerradura.

Maniobré durante algún tiempo, pero al final la puerta cedió y se abrió ante mí. Instantes después me arrepentí de haber entrado.

Mis días en la tardisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora