8.El interior de la Tardis

445 57 5
                                    

Abrumada entre tantos ropajes, seguía intentando decidir qué ponerme. Era tan extraño... ¿quién no había soñado nunca con tener un vestidor como aquel, que albergaba cientos de trajes de distintas épocas? Era definitivamente como un sueño hecho realidad, pero aún así yo estaba embobada, mirando a todas partes, sin atreverme a tocar nada.

Cada atavío, cada fragancia que desprendían, ¿acaso no contenía una propia historia? ¿De que época había salido cada una de aquellas prendas de ropa? ¿Quién las había poseído? ¿En qué sitios habían estado? ¿Por dónde habrían pasado? ¿Qué historia portaban?

Poco a poco me atreví a rozar mis dedos con algunas ropas. Sentía una sensación muy extraña, algo así como si a una persona le dijeran que puede tocar y llevarse a su casa cualquier cuadro de un importante museo.

Al final, tras observar detenidamente varios vestidos de diversas épocas elegí un precioso modelo azul cielo al estilo griego clásico, ajustado hasta el talle, que se hacía amplios hacia la falda, a través de pliegues. Me cambié, aunque lejos de irme inmediatamente, decidí quedarme un poco más a explorar el inacabable vestidor. Encontré absolutamente todos los trajes habidos y por haber: desde pomposos vestidos de la Francia de Luis XIV, hasta monos futuristas que cambiaban de color (actuando como el camuflaje de un camaleón), pasando por montones de ropa que se asemejaban a la de los años ochenta de la Tierra, e incluso encontré una armadura medival completa (con yelmo incluído).

Como llevaba allí más de diez minutos, decidí ir a la sala de control para que el Doctor no se preocupase por mí. Salí de la estancia y me dirigí por el pasillo hacia la izquierda, hasta que acabé en una entrada con escaleras que ascendían hacia una sala circular.

-Ya iba a ir a buscarte -comentó en broma el Doctor, al oirme entrar.

-¿Dónde estás? -pregunté, pues no le veía por ninguna parte.

-Tras la consola de la Tardis -dijo.

Ascendí peldaño tras peldaño hasta que me encontré en medio de la sala, la cuál era absolutamente impresionante.

-¡Oh, dios mío...! -logré gesticular, con la boca abierta de par en par.

-¿Algún comentario? -preguntó, ligeramente orgulloso- los he oído todos.

-Es... -no se me ocurría ninguna palabra para describir la maravilla que tenía ante mí -...es impresionante, absolutamente impresionante.

Al fin el Doctor salió de detrás de la consola, y se detuvo frente a mí. Se había cambiado: ahora llevaba un traje de un intenso azul oscuro, que contrastaba con su extravagante pelo, y hacía que su figura se viese aún más misteriosa de lo que era.

-Estás... -murmuró, refiriéndose á mí- estás preciosa.

-Amm ... gracias -contesté, bastante cortada y sospecho que también ruborizada.

-¿Dónde quieres ir a cenar? -preguntó, desviando la conversación.

-¿Qué? -respondí, perpleja.

-Puedo llevarte a cualquier restaurante -contestó - del planeta que quieras -añadió.

-Ahh, pues no sé, no conozco ningún restaurante en otro planeta -bromeé.

-¿Quieres una guía? -dijo riendo- da igual, dime uno que conozcas.

-Hmm... una cosa...

-¿Sí?

-Mi casa sigue en manos de esos aliens, ¿y tú quieres que nos vayamos tranquilamente a cenar? -comenté, algo molesta.

-No te preocupes -me tranquilizó- la Tardis puede viajar en el tiempo, volveremos justo en el momento después de caer del balcón.

-Vaya... -dije sorprendida- ¿hay algo que no tengas planeado?

-Al parecer no -contestó, con una sonrisa.

-¿Y el plan para derrotar a los alienígenas malos? -dije riendo, aguándole la fiesta.

-Oh, ¿siempre tienes que estropearlo de esa forma? -replicó, poniéndome cara de pena y demás caratoñas.

-Hmm... no puedo evitarlo... -contesté, divertida.

-Bueno, entonces, ya que vas vestida así... -observó, pensativo- ¿que te parece si vamos a cenar a Pompeya?

-¿Pompeya? ¿¡De verdad!? -exclamé emocionada.

-Sí -dijo.

-Amm, pero ten cuidado -comenté- no quiero acabar entre las cenizas del Vesubio.

-De acuerdo -accedió- aunque no podríamos acabar allí ni queriendo.

-¿Por? -pregunté.

-Ya estuve allí, y no puedo volver a ese momento en mi línea temporal.

-¿¡Viste el Vesubio de verdad!? -pregunté, asombrada.

-Sí -contestó, asintiendo con la cabeza -pero esta vez no iremos allí. Voy a llevarte a una Grecia en su momento de gran esplendor, e iremos a cenar con el rey.

-¿Vamos a cenar de verdad con el emperador? -quise saber.

-Claro -contestó con total naturalidad.

-¿Cómo te las vas a apañar para que nos inviten a cenar? -cuestioné.

-No hará falta que nos inviten -contestó, mientras sacaba de su bolsillo una funda azul con un papel en blanco.

-¿Qué es eso? -dije, muerta de curiosidad.

-Papel psíquico -respondió.

-¿Y eso es...?

El Doctor tardó un poco en explicarme el funcionamiento de dicho artilugio: el papel en blanco tenía un filtro de percepción para que la persona a la que se quería engañar, viese una identidad falsa correspondiente a la persona que quería pasar desapercibida.
Tras aquella explicación, se dirigió así a la consola de la Tardis, y comenzó a manipular diversos botones, al tiempo que decía:

-¿Preparada, señorita Casandra? Su vuelo está a punto de despegar.

Yo, aún abrumada por aquella tecnología extraterrestre, me sentía un poco confusa, pero acabé respondiendo la verdad :

¡No! -exclamé, al tiempo que miraba sonriendo al Doctor.

Dicho lo cual, él bajó una palanca qué hizo que la máquina despegase, alejándonos de allí para llegar a nuestro siguiente destino.

Mis días en la tardisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora