6.

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Sentía el fuego,

de seguro.

La idea de una coraza alrededor de mis manos crecía.

Eran aisladas.

Independientes.

Lo que sucedía en una

el polvo,

la sed,

el desentendimiento

o la culpa

nunca llegarían

a sentirse con el tacto de la otra.

Sus superficies serían siempre navegables,

mientras pudiera seguir dibujando

un mar sin límites

pero con fronteras.

Un mar que recibiera la lluvia,

y tragara tormentas

en su abismo.

El mismo abismo

que separaría mis manos

tanto como yo pudiera

crearlo

(sobre mis hombros)

y creer en él,

sin caer en él,

o que me arrastrase la tormenta. 

Desmontar un CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora