Capítulo 36

184 14 0
                                    

Antes de dejarlos con el capítulo, debo aclarar algo importante sobre la enfermedad de Benjamin. Después de buscar e investigar mucho sobre el tema no pude hallar ninguna patología cardiaca que se asemejara a lo que yo quería/necesitaba para la historia, por lo que finalmente opté por inventármela, lo que significa que es una enfermedad que no existe y que, por lo tanto, estoy adaptándola a ciertas situaciones. 

No busco que se parezca a ninguna enfermedad preexistente o nada por el estilo. La enfermedad es producto de mi imaginación y no responde a ningún criterio médico. Dicho esto, y esperando que nadie con conocimientos médicos lea esto, los dejo con el capítulo. 


Estaba sentada en el pequeño sillón gris que estaba frente a la cama cuando la puerta se abrió. Mi primer instinto había sido mirar a mi hermano para asegurarme de que siguiera dormido, después de hablar durante casi toda una hora sin parar había caído rendido. Al comprobar que sus ojos seguían cerrados dirigí toda mi atención a la puerta. Mi madre da unos tres pasos dentro de la habitación antes de percatarse de mi presencia. Me puse de pie de un salto. Un reflejo rápido. Sus ojos me escanean fugazmente, tan de prisa que cuando su mirada vuelve a mi rostro no hay nada diferente en su expresión. La misma mirada vacía que no me dice nada, que no se inmuta ante nada.

—No sabía que ya estabas aquí —dijo, acedándose lo necesario, dejando la cama como barrera entre las dos.

—Llegué hace unos minutos.

Su mirada ahora se dirige a Ben, y me duele ver el esfuerzo que hace para evitar a toda costa que nuestros ojos se crucen. Apreté los labios. Ya ni siquiera sabía lo que me provocaba su indiferencia ¿Resignación? ¿Decepción? O algo mucho más complejo a lo que no era capaz de ponerle un nombre. Lo único seguro era la forma en la que había dejado de importante en tan poco tiempo.

Anhelé su mirada por unos segundos. Deseando que se fijara en mí un momento, quizá si lo hiciera notaria que he bajado de peso estas últimas semanas, que mi cabello ahora está bastante más abajo de mis hombros, y que he cambiado tanto en estos últimos tres meses que temo que ya no quede nada de esa Ellen que ella conocía.

El aire se me esfuma durante los segundos en los que solos nos observamos sin decir nada. La repare sin poder evitarlo. Lucía un poco más pálida que la última vez que la vi y sus ojos azules se veían cansados. No se necesitaba ser un genio para darse cuenta de que últimamente no había pasado una buena noche.

Esa posibilidad me revolvió el estómago.

—¿Todo está bien? —pregunté con cautela. Ella asintió con la cabeza, pero a mí no me bastó con eso—. Mamá, ¿podrías al menos mirarme?

Un suspiro escapó de sus labios, mientras yo trataba de mantener mis nervios al margen.

Sus ojos por fin dieron con los míos, y sinceramente, no supe si aquello había sido algo bueno o no.

—Las cosas están en orden, si eso es lo que quieres saber —respondió sin mucho ánimo. Y fue mi señal para dejar de intentar entablar una conversación.

Tomé una respiración profunda apaciguando las ganas de soltar un suspiro cargado de irritación. Frustración. Dejando de lado cualquiera replica que terminaría por llevarnos a ningún sitio. Mas callejones sin salida.

—¿Sobre qué querías que habláramos? —le pregunté ya sin rodeos.

—¿Quieres hacer esto aquí?

Su respuesta me dejó congelada durante un instante. Incrédula, de hecho. Me negaba a creer que me pidió vernos solo para volver a discutir.

—No quiero discutir, mamá —dije mientras negaba con la cabeza—. Si es la única razón por la que me pediste venir yo no quiero...

La lista de los Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora