Capítulo 37

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Conseguir el perdón de Milo resulta ser más difícil de lo que pensé. Digamos que aún sigo subestimando lo fácil que es hacerlo enojar, o en el peor de los casos, hacer que se preocupe de más. Yo había sobrepasado ambos límites. Y es la razón por la que no me ha dirigido la palabra en todo la mañana.

—¿Así que solo vas a ignorarme?

Cerró su casillero y se alejó sin ni siquiera mirarme. Contuve el impulso de soltar un suspiro. Caminé detrás de él, persiguiéndolo, era una suerte que estuviéramos en nuestros quince minutos de descanso. Cuando llegamos a "la zona libre de libros", habitación destinada para nuestra hora de almuerzo y descanso, me quedé en la puerta mientras él iba a sentarse en uno de los sofás.

Me apoyé contra el marco y lo miré.

—No puedes ignorarme para siempre.

—Puedo hacerlo durante los siguientes quince minutos —murmuró, y yo lo sentí como una victoria.

Él pareció darse cuenta de lo que acababa de hacer. Aguanté una sonrisa mientras lo veía aclararse la garganta.

—A partir de ahora.

—Vamos, Milo. —Empecé a acercarme—. Ya no sé cuántas veces he dicho que lo siento, pero no voy a parar hasta que me perdones. Lamento mucho no haber contestado tus mensajes y lamento no haberte llamado. —Busco su mirada cuando estoy frente a él—. Yo solo..., no lo pensé, ¿vale? Apagué el teléfono y quería que todo dejara de hacer ruido por un tiempo. Lo siento por hacer que te preocuparas.

Sus ojos dieron con los míos, al principio intentando una expresión indiferente, enojada, pero al final solamente dejó escarpar un suspiro y la calidez se adueñó de ellos.

—Es muy difícil ignorarte, ¿lo sabias?

Se me escapó una sonrisa.

—En serio lo siento —le dije con verdadero arrepentimiento.

Milo ladeó la cabeza para mirarme, luego también me sonrió.

—Vale, te perdono. Pero no vuelvas a desaparecer de ese modo —me riñe—. Estuve a nada de comenzar a mandar señales de humo a ver si contestabas por algún lado.

—No seas tonto, Milo —me reí.

El enarcó una de sus cejas, con esa expresión atrevida que se leía como un claro "¿No me crees capaz?"

—No me pongas a prueba.

Pestañeé unas dos veces seguidas antes de soltar una risa corta, un tanto nerviosa. Por supuesto que lo creía capaz

—Vale. No lo vuelvo a hacer, lo prometo —Me dejé caer en el sofá a su lado. La tensión en sus hombros desapareció y volvimos a ser los de siempre. Cerré los ojos y boté una exhalación profunda—. Estoy muerta, perseguirte toda la mañana y atender a los clientes requiere de un gran esfuerzo.

Imaginé la sonrisa en su rostro, luego escuché su risa.

—El día aún es joven.

Gruñí.

—Ni me lo recuerdes.

Nos quedamos en silencio los siguientes minutos, relajándonos en el sofá. Alcancé a escuchar ruidos a mi alrededor, pero no me inmuté, probablemente era alguno de los chicos viniendo por una taza de café. Faltarían algunos cinco minutos para volver a nuestros puestos.

Entonces, la voz de Milo llegó a mis oídos de nuevo.

—Siento mucho que las cosas estén así con tú madre.

La lista de los Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora