Capítulo 4: El más digno

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Muy temprano en la mañana, Hong-Er sintió la cama de repente vacía y fría, y un instinto desesperado por tener cerca a Dianxia lo hizo arrugar el entrecejo y forzarse a despertar y buscarlo. Se alzo saliendo del cumulo de mantas calientes y miro a todos lados sin conseguirlo, con el cabello hecho un remolino y pequeños bucles cayendo por toda su frente y ojos.

Estuvo a punto de levantarse y salir a buscarle, desesperado, pero al mismo tiempo... las tibias cobijas, la almohada perfecta bajo su carita, el suave aroma lavanda, lo obligó a cerrar los ojos y caer nuevamente, y así, siguió durmiendo, casi sonriendo, disfrutando como nunca del placido descanso.

"suave, es tan suave y caliente, no me quiero nunca levantar, y ahora que no esta Dianxia puedo girar por todos lados" pensó inconexamente, cambiando de posiciones, encontrando cada una más cómoda que la anterior.

Sin saber si seria una falta esto, tomo la almohada de Xie Lian y la abrazo profundamente, hundiendo la cara allí, sintiéndose profundamente aliviado y finalmente, cayo rendido.

Sin embargo, luego de estar yendo y viniendo durante treinta minutos en ese suave estado onírico, decidió levantarse, alzándose pesadamente, sin soltar la almohada. La luz de la mañana entraba por las ventanas abiertas de par en par. —Mmmm...

Bostezo un poco, frotando su ojo, acomodándose bien el parche de cuero negro.

En efecto, Xie Lian había abandonado la cama.

De él solo quedaba el rollo con cuentos que le leyó perezosamente antes de dormir.

Esa amplia habitación conectaba con un baño cuya puerta de madera estaba abierta y cálido vapor emanaba de ella, eso y el suave bullicio de una conversación que se escuchaba cada vez más alegre y animada.

Rápidamente, se puso de pie sin miedo a tropezarse porque finalmente tenía ropa de su talla. La túnica para dormir que le había comprado Xie Lian era super cómoda y abrigadora, de un intenso color verde y lleno de pequeños dibujos infantiles de flores, tigres y conejos. Hong-Er quiso algo un poco más sobrio, pero no se quejaba.

—...una botella de vino de arroz dulce.

—¿Crees que puedes aplacar a tu maestro con alcohol? —Escucho a Mu Qing hablar casi riendo—Te golpeara.

—Seguramente, pero si esta ebrio, me pegara más suave.

—Su Alteza es tan inocente, se nota que el gran rey es un buen hombre—Mu Qing se rio un poco—para su información, es lo contrario, mientras más viejo esta un hombre y más ebrio se encuentre, más duro pegara.

Hong-Er se asomó tímidamente, entre el profundo vapor de agua y sahumerio ardiendo, pudo divisar una escena de opulencia.

Una gran tina blanca y enorme como para albergar a tres adultos, llena de agua, espuma y flores frescas que flotaban como lotos en un rio bendito, y en medio de ese rio, Hong-Er creyó ver un dios.

Xie Lian reía, bromeando alegremente con Mu Qing, que, sentado detrás de él en un banco, con la túnica arremangada hasta los codos, peinaba su cabello distraídamente. Ambos estaban muy concentrados, riendo.

La sonrisa de Xie Lian era hermosa, amplia, llena de dientes perlados. Su cuello estirado hacia atrás, duro y esbelto, la forma de sus pectorales y hombros mojados, duros como piedras, delgados. Sus manos, llenas de pulseras mojadas, meciéndose distraídamente en el aire acompañando sus palabras con gestos.

En esta vida llena de desastres y horrores, Hong-Er nunca vio algo tan magnifico como ahora y de la nada, se sintió abrumado, con el corazón asombrado.

Mu Qing dejo de hablar. Xie Lian sonrió al darse cuenta de su presencia minúscula y alzo el cuello mirándole con esos cautivadores ojos de oro — Buenos días, ¿Cómo amaneces hoy?

LimerenciaWhere stories live. Discover now