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Yujin nunca supo cómo cuidar de sí mismo.

En casa, sus padres nunca le prestaban atención, pero tampoco lo dejaban hacer mucho que digamos.

Yujin recuerda que a veces se olvidaban de él y tenía que dormir en el patio de su casa. Yujin pensaba que no era para tanto, que podría soportarlo; pero no se daba cuenta del daño que estaba causándole. Sus padres preferían drogarse por cualquier rincón en vez de cuidar del pelinegro. Él no lo entendía, pero a medida que pasaba el tiempo iba acostumbrándose.

Siempre pensó que las cosas serían así, hasta que lo conoció a él.

Recuerda que esa noche de otoño durmió bajo la lluvia, llevaba puesta ropa holgada y de tela fina. Lo recuerda bien porque fue la mejor noche de su vida.

Recuerda que cerca de su casa había una plaza, en la que muchos niños solían juntarse. Ese día, un niño de varios años mayor que él se le acercó curioso.

— ¡Hola! ¿Cómo te llamas? Yo soy Ricky. —el niño se puso de cuclillas en frente suyo, y sonrió.

El pequeño Yujin juró que jamás había visto una sonrisa tan linda como la de aquel niño.

Miró al mayor con desconfianza— Y-Yujin, Han Yujin.

El mayor puso una mirada que Yujin no logró comprender.

— Y... ¿qué haces aquí afuera, con este frío y sin abrigarte? Te puedes enfermar.

— Mis papás olvidaron que estoy aquí, creo que en unas horas se darán cuenta que no estoy, solo hay que esperar un poquito más. —dijo frotándose las manos en señal del frío que sentía.

Ricky puso una mueca en desaprobación— ¿Quieres quedarte a mi casa? Mis padres aún no llegan del trabajo, además, así no te enfermarás.

Los ojos del menor brillaron, luego de unos segundos dudó, ¿debería ir con el niño desconocido? Aunque de todos modos, a sus papás no les importaría.

No pasaría nada si solo iba un momento, ¿no?

— ¿De verdad harías eso por mí? —Ricky asintió— Muchas gracias, Ricky —el pelinegro sonrió en grande y se acercó a Ricky, este agarró la diminuta mano y fueron en dirección a la casa del mayor.

Yujin se sorprendió al entrar al hogar ajeno, pues este se sentía acogedor (no como su casa), aparte de estar limpio y ordenado.

— ¿Tienes hambre? —Ricky se dirigió a la cocina dejando al pequeño en la gran sala de estar— Puedes agarrar aquella manta y taparte. —Yujin enseguida hizo lo que el otro le había dicho, sintiéndose mucho mejor.

El pequeño Yujin se sentó en una alfombra que se encontraba en el centro de la sala, ya estando arropado. Ricky llegó con galletas y un vaso de leche; se los entregó a Yujin y este lo observó con ojos muy abiertos y sonriendo.

— ¡Son como los que salen en la tele! ¡Como los que comen los otros niños!

— Pero si solo son galletas de chocolate. —Ricky rió sentándose delante del menor; el niño le parecía muy tierno, quizás demasiado.

— Nunca las probé —respondió emocionado, agarrando una y dándole un gran mordisco; sus ojos volvieron a brillar y miró a Ricky— ¡Está muy bueno! Muchísimas gracias.

Mientras el pequeño seguía comiendo sin parar, el mayor lo observaba sin decir ni una sola palabra, de vez en cuando, sus ojos se oscurecían, pero de eso Yujin no se dio cuenta.

♡ ﹒ first loveWhere stories live. Discover now