Capítulo 39

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—¿Por qué tengo que ir?—preguntó Jennie con la mano en la cadera.

—Mis amigas quieren conocerte o más bien asegurarse de que no esté loca, así que solo mueve unas cositas y ya, podrás irte después de eso si quieres—Lisa se acomodó su abrigo, era época de frío.

La yōkai bufó, como si la fuera a dejar sola con sus amigas, ¿qué pasa si de nuevo le ofrecen ese baile? No podía permitir tal suceso, ellas debían ser señoritas decentes y no como Lalisa, aunque si lo pensaba mejor, era una buena oportunidad para preguntar si eso era normal en esta época, no creía que se negaran a responder su duda y si lo hacían, bueno, tiene métodos que con certeza decidirán abrir la boca.

Lalisa solo puede ser indecente conmigo, no con esas humanas.

Sí, en su mente no cabía escenarios de actos sugerentes, y mucho menos con la humana indecente de protagonista. No le gustaba esa idea, le provocaba una fea sensación en el pecho, no sabía cómo explicarlo, solo podía compararlo con pequeñas agujas pinchando su piel, solo que en este caso eran en su corazón y era raro, muy raro.

—¿Estas bien? Te notó algo perdida—la tailandesa agarró las llaves de la moto.

—Es hora de irnos, es de muy mala educación llegar tarde y yo no llego tarde—salió por el umbral de la puerta.

Lisa a veces no entendía la actitud de la Ppalgan Maseukeu, pero se encogió de hombros y puso seguro el departamento.

Hoy no tenía planeado salir, tenía mucha pereza, pero este día sus amigas estaban libres y era el momento perfecto para verse todas y que explique como es que ve a Jennie. No iba a entrar en detalles como lo hizo con Rosé, así que contaría lo esencial, nada más.

Bajó los escalones y miró como la yōkai estaba de pie junto a Francesco.

Le ayudó a subir a la Ppalgan Maseukeu como las anteriores veces, solo que cuando alzó la cabeza sus miradas se conectaron y la respiración de Lisa se cortó al igual que Jennie, sus alientos se volvieron pesados y la mano de la tailandesa sin permiso alguno se posó en la mejilla de la yōkai, esos ojos negros le abducían, pero el hechizo se rompió al oírla estornudar. Y se rio.

—Estornudas igual que un pequeño gatito, ¿segura que no eres un yōkai felino?—lo creía a estas alturas.

—¡No soy un gatito ni un yōkai felino!—frunció la nariz con su cara enrojecida.

—Estornudas y te enojas igual que uno—comentó divertida mientras se sacaba la bufanda—, pensé que los yōkai no se enfermaban—con delicadeza colocó la prenda en su cuello—. Con esto estarás abrigada.

Ya no dijo nada y se subió en Francesco, prendió el motor y fue rumbo al domicilio de Nayeon.

Por otro lado, Jennie no fue capaz de decirle que los seres como ella no se enferman, pero tampoco quería que le quite esa prenda que olía a Lalisa.

Miel, tu existencia es como la miel, por eso eres una abejita... mi Abejita.

No se equivocó, sus ojos, su sonrisa e incluso su aroma eran dulces, cálidas y gentiles como la miel. Hundió el rostro en la tela de la bufanda aspirando la cálida fragancia que era de la humana indecente. Una vez satisfecha, se apoyó en su espalda y oyó latir su corazón, jamás se cansaría de escucharlo.

Y su cerebro fue incapaz de evitar una memoria, a su mente vino el día en que se escondió debajo de la cama al oír los bravos rayos caer incontrolables, pero Lalisa permaneció tumbada mientras extendió su mano hacia ella con una sonrisa y diciendo palabras tranquilizadoras a su pobre ser.

YōkaiWhere stories live. Discover now