0.2 | prologue

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o. i should not be left to my own devices

La tormenta de afuera rugía como si el cielo mismo estuviera en cólera. Los truenos resonaban como cañonazos, retumbando los muros que rodeaban aquella lujosa casa.

Hacía unas horas las luces eléctricas habían dado su último parpadeo para finalmente extinguirse, sumiendo el lugar en una oscuridad opresiva.

Sólo las siluetas de los soldados rompían la oscuridad del exterior, sus figuras apenas esbozadas en la penumbra, patrullando la periferia de la propiedad como guardianes de un castillo bajo asedio.

Ninguno era consciente de la pesadilla que ocurría dentro de la casa.

Los pasos apresurados de la rubia resonaron en el suelo de madera, casi ahogado por el tamborileo de la lluvia contra las ventanas. La oscuridad era casi total, sólo interrumpida por los destellos intermitentes de los relámpagos que se filtraban a través de las cortinas.

Las respiraciones de las dos chicas eran audibles en la quietud tensa mientras se adentraban precipitadamente a una de las habitaciones, iluminada por la luz mortecina de las velas.

La luz tenue de las velas parpadeaba, pintando sombras danzantes en las paredes de la habitación mientras Grace empacaba con premura.

A pesar del frenesí en el que estaba sumida, su mente regresaba una y otra vez a la espeluznante escena que había presenciado hacía unos segundos atrás.

La sangre. La vista de ese cuarto empapada en el líquido carmesí había sido suficiente para que la veta de terror se enraizara en su alma. Cada mancha, cada charco, cada rastro parecía susurrar los horrores que habían transcurrido allí.

Las manos de la rubia se movían con urgencia, arrojando objetos a la mochila con una precisión automática. La imagen de la habitación ensangrentada persistía.

No podía sacudir la visión de aquellas manchas viscosas y oscuras en el suelo y en las paredes.

Estaba segura de que era algo que jamás podría relegar de su mente, pero, sin embargo, siguió moviéndose frenéticamente por la habitación.

Sus movimientos eran rápidos y precisos, sus manos recorrían cajones y estanterías en busca de objetos que pudieran ser útiles. En medio de su búsqueda, levantó la mirada hacia su compañera, cuyos ojos seguían fijos en el suelo.

La urgencia en el aire la hizo hablar con rapidez:

—¿Crees que nos estamos olvidando de algo? —preguntó con una voz llena de ansiedad.

La respuesta no llegó de inmediato, y Grace volvió a sumergirse en su tarea. Sin embargo, la inquietante quietud la obligó a mirar de nuevo hacia la azabache.

Con el ceño fruncido por la preocupación, repitió su pregunta, esperando desesperadamente alguna orientación.

La inquietante ausencia de respuesta la obligó a girarse.

La chica estaba allí, en medio de la habitación, su tembloroso cuerpo apenas sosteniéndose en pie. Sus ojos azules, que solían irradiar determinación, ahora estaban nublados por lágrimas que luchaban por escapar.

El corazón de Grace dio un vuelco ante la desesperación que veía en la expresión de la muchacha.

Se volvió hacia ella y la agarró de la mano con fuerza.

―Escúchame, ¿me estás escuchando? ―la azabache asintió, asustada por la intensidad de la rubia. Tenía que saber lo que les esperaba a partir de ahora―. Ya no nos queda nadie. Sólo somos tú y yo ahora. Tienes que ayudarme, porque no creo poder con esto sola.

―Lo sé ―respondió la chica, clavando los ojos en el suelo―. P-pero...

―Da igual lo que pase, da igual lo que nos digan ―la interrumpió Grace―. Tenemos que permanecer juntas. ¡Tienes que prometerme que seguirás luchando!

Grace había levantado tanto la voz, que no se había percatado de que estaba gritando; estaba soltando todo el pánico que sintió al ver a la mujer sin ojos en la habitación.

―Ellos son la única opción que nos queda ―dijo, suavizando el tono de su voz―. Ellos pueden ayudarnos, te lo prometo.

Notó cómo sus propias palabras resonaban en el aire, recordándole la cruda realidad de su situación. Pero también sabía que debía ser un pilar de fortaleza para ambas, no podía obligarle a Teresa a olvidar tan rápido.

No era como ella.

Después de unos segundos, abrazó a la chica tan fuerte que le dolía.

Descendieron las escaleras de dos en dos, la lluvia seguía arremolinándose fuera como una súplica oscura. Los soldados irrumpieron en la casa, sorteando las escaleras mientras las dos chicas descendían precipitadamente.

Algunos de ellos se apartaron velozmente en las escaleras, ascendiendo hacia la planta alta.

Grace y Teresa continuaron su huida hacia la entrada, recibiendo direcciones apremiantes de los soldados que las flanqueaban. Otros custodios las seguían desde atrás, formando un corredor de protección.

Aunque los disparos retumbaron en el piso superior y los gemidos de agonía de la mujer perforaron el aire, Grace luchó por enfocarse en avanzar, en escapar de aquel caos.

Cerrando sus oídos al horror detrás de ellas, siguió adelante, sujetando la mano de Teresa con firmeza mientras avanzaban a largas zancadas.

Al atravesar el portón que separaba su refugio del mundo exterior, las sorprendió un intenso chaparrón que caía de un cielo negro. No se veían más que pálidos destellos fugaces reflejados en la cortina de agua, que repiqueteaba en el piso.

El líder de los soldados no dejó de moverse hasta que llegaron a un helicóptero. La lluvia caía a chorros sobre el vehículo, y Grace imaginó que era una enorme bestia que emergía del océano.

―¡Suban! ―les gritó el hombre―. ¡Deprisa!

Teresa estaba delante de ella, La rubia observó el cielo y sintió la lluvia mojándole la cara. El agua estaba casi caliente y tenía una extraña densidad. Curiosamente, la ayudó a salir de su abatimiento y a recuperar sus sentidos. Quizás fue sólo la intensidad del diluvio.

Se concentró en el helicóptero, en Teresa y en escapar.

Estaban por llegar a la puerta cuando una mano le pegó en el hombro y la sujetó de la blusa. Lanzó un grito al percibir que alguien la sacudía bruscamente hacia atrás, separando su mano de la de Teresa.

Cayó con fuerza salpicando agua al golpear contra la tierra. Un rayo de dolor le corrió por la espalda. La cabeza de una mujer apareció unos cinco centímetros arriba de ella, impidiéndole el paso a Teresa.

El pelo grasoso se deslizaba por sus hombros y mojaba la piel de Grace, mientras su rostro permanecía oculto en las sombras. Un olor horrible la invadió, como de huevos y leche en mal estado.

La mujer se estiró hacia atrás lo suficiente como para que la luz de una linterna revelara sus rasgos: una piel pálida y arrugada, cubierta de llagas que supuraban. El terror la paralizó.

―¡Nos salvarás a todos! ―exclamó la espantosa mujer, escupiendo saliva con cada palabra―. ¡Nos salvarás de la Llamarada!

Soltó una carcajada que en realidad sonó como una tos seca. Luego emitió un aullido cuando uno de los soldados la tomó con las dos manos y la arrancó de encima de Grace. Ella se puso de pie y volvió con Teresa.

Pudo ver que el hombre arrastraba a la extraña, que se resistía lanzando patadas al aire. Luego, la mujer le apuntó a la rubia con el dedo y le habló.

―¡No creas nada de lo que te digan, niña! ¡Tú nos salvarás de la Llamarada!


aquí cumpliendo con el prólogo, ¿qué les pareció?
estaré leyendo sus suposiciones para este libro.

𝐃𝐄𝐀𝐓𝐇𝐋𝐘 𝐓𝐑𝐈𝐀𝐋𝐒, tmr thomas.Where stories live. Discover now