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Una de las cosas que Juan amaba, era hacer galletas; sentía que lo relajaba, incluso le parecía divertido cuando hacía de diferentes figuras y colores, eso lo ayudaba a olvidar los problemas que lo rodeaban.

Cuando tenía diez años, su abuela le había enseñado la receta mágica- según él-para hacer galletas, y desde ese día, prepara galletas para toda su familia y para sus amigos más cercanos, incluso hacía galletas para sus vecinos, hasta que, por problemas económicos, decidió que venderlas sería una buena idea.

Al principio fue difícil, pero luego se hizo muy conocido por la mayoría de sus vecinos, lo llamaban "el chico de las galletas", él amaba el sobrenombre.

-Estoy en casa-cerró la puerta tras él, contando el dinero que había

recaudado ese día.

-Juanito, ¿cómo te fue?-preguntó su hermana mayor, Ari, dándole un cariñoso abrazo.

-Bien, logré vender todo-sonrió satisfecho-Toma-le entregó todo el
dinero, pero su hermana negó.

-Ya te dije que guardes ese dinero para ti, yo estoy consiguiendo dinero.

-No, Abi, yo también quiero aportar-dijo muy decidido.

-No-se cruzó de brazos-Ve y compra para ti otra sudadera, me aburrí de
verte con esa.

-Deja mi sudadera, es mi favorita.

-Es la única que tienes-suspiró-Yo sé que quieres ser un buen hijo y ayudar, pero solo tienes dieciséis.

-Me dices lo mismo siempre y sabes que no te haré caso dejó el dinero sobre la mesa del comedor-Tú no me mandas-le enseñó la lengua y corrió a su habitación.

Ari lo vio alejarse y sonrió, su pequeño hermano era muy adorable e inocente, se sentía orgullosa de él, pero le gustaría que viviera más como alguien de su edad y no preocupado por la economía de su hogar, él aún no estaba para trabajar y privarse de salir con sus amigos, o de descansar en sus vacaciones. Pero Juan era muy puro, y prefería dejar lo demás de lado para ayudar en lo que pudiera.

Spreen no hacía nada más que dedicarse a sus estudios, la Universidad era pesada a pesar de ser su primer año, no tenía mucho descanso, pero estaba un poco aliviado, un examen más, y estaría de vacaciones

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Spreen no hacía nada más que dedicarse a sus estudios, la Universidad era pesada a pesar de ser su primer año, no tenía mucho descanso, pero estaba un poco aliviado, un examen más, y estaría de vacaciones.

Trató de poner total concentración en lo que estaba leyendo, pero la imagen del chico que llegó a su hogar vendiendo galletas hace pocos minutos no salía de su cabeza, ¿la razón? Aún escuchaba su irritante voz, jamás lo había visto por ahí, de seguro porque él nunca salía.

Nunca se consideró una persona muy amable o social, todo lo irritaba fácilmente, quizás por la presión de sus estudios, o porque simplemente ser gruñón estaba en su ser. Muy pocas personas habían logrado congeniar con él, sus mejores amigos Rodrigo y Rob era un ejemplo, los tres eran vecinos y eso también ayudaba a que convivieran, pasaban juntos la mayor parte del tiempo.

¡Hola, Spreen! entró de golpe Rob en su habitación, haciéndolo sobresaltarse.

¡No hagas eso!-exclamó molesto.

-Uy, perdón señor enojón-se tiró en la cama del pelinegro.

No entendía cómo es que terminó siendo amigo de Robleis, uno de los chicos más hiperactivos y dramáticos de su clase, era todo lo contrario a él, ruidoso e inquieto.

-¿Qué haces aquí? Mañana tenemos examen.

-Vengo a que mi profesor favorito me de clases.

-No te tengo paciencia cuando se trata de enseñarte algo, lo sabes- suspiró.

-Entonces déjame quedarme, me siento aburrido en mi casa-hizo un puchero.

-Como sea-rodó los ojos y siguió en sus estudios-Solo no hagas ruido.

Los minutos pasaban en silencio, robleis se había mantenido en silencio, tal y como Spreen le había ordenado, pero empezó a darle hambre

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Los minutos pasaban en silencio, robleis se había mantenido en silencio, tal y como Spreen le había ordenado, pero empezó a darle hambre. Con sigilo y cuidado de no molestar a su mejor amigo, sacó una pequeña y decorada bolsa de su mochila, la empezó a desatar sin darse mucha cuenta del ruido que estaba haciendo.

-Te dije que guardaras silencio-apartó la mirada de su libro un tanto irritado.

-Lo siento, tengo hambre.

Spreen miró a Robleis sacando una galleta decorada de una bolsita transparente con un lazo amarillo.

-¿Qué es esa cosa?

-Es una galleta, ¿no es linda?-se la mostró al pelinegro-Es una galleta de mi cara, incluso le puso cabello negro como el mío-sonrió.

-Son igualitos, se ven chuecos y feos-se burló-¿Quién te hizo esa mala
broma?

¡Cállate! escondió su galleta para que dejara de burlarse-Se la compré al chico de las galletas, las hace personalizadas si quieres, ayer le pedí una de mi rostro y aquí está.

-¿Y ese quién es? No me gustan esas cosas, y si así las decora, de seguro saben igual de feo-hizo un gesto como si fuera a vomitar.

-¡Blasfemia!-gritó de repente-No puedes decir eso si no las has probado, es más, lo harás ahora mismo.

-¿Qué? ¡No! Ni hablar, deja de molestarme, sabes perfectamente que no me gustan, le dio la espalda.

-De lo que te pierdes, pero no te preocupes, un día tendrás que probarlas y te arrepentirás de tus palabras, ¡es más! Quedarás enamorado.

Spreen bufó, su amigo estaba loco, nunca le gustaron las galletas y jamás le gustarán.

Spreen bufó, su amigo estaba loco, nunca le gustaron las galletas y jamás le gustarán

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