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Juan miraba con orgullo su trabajo, agregar los cupcakes a su venta había
sido una gran idea.

Caminó hasta la casa de los Buhajeruk con una sonrisa satisfactoria en sus labios, había guardado algo para cierto pelinegro que últimamente había estado siendo muy amable con él; también quería agradecerle por haberlo visitado hace un par días cuando enfermó.

Peinó un poco su cabello y tocó la puerta, respiró hondo y sonrió. Segundos después, una mujer apareció en el marco de la puerta, regalándole una brillante sonrisa.

-¡Juan! Cariño.

-¡Señora Buhajeruk!-se sorprendió, tenía tiempo de no verla

-¿Cómo has estado? ¿Tu mamá ha estado bien?-preguntó, causando que el menor se tensara de inmediato, aunque sabía que no lo hacía con mala intención, la señora Buhajeruk siempre le decía que podía contar con ella a pesar de no saber exactamente la situación, sabía de algunos rumores, pero tampoco quería preguntar, solo sabía por él que su mamá estaba enferma, y nada más.

-Ella está bien, tratando de mejorar volvió a sonreír.

-Me alegro, cielo. ¿Traes algo para comprar?

-¡Sil-sacó la galletas ordenadamente guardadas en bolsitas decoradas-
Tengo estas.

-¿Vendes cupcakes?-miró el pastelito con curiosidad.

-Si, pero este no está en venta-se avergonzó-¡Puedo traerle mañana si
Quiere!-se apresuró a decirle.

-Perfecto-le sonrió con dulzura-Dame todas las que tengas-pidió.

Juan asintió y se las entregó, la señora Buhajeruk se despidió y estaba a punto de cerrar la puerta hasta que recordó la otra razón por la que había ido -¡Espere! ¿Está Iván?-se sonrojó levemente, apartando su mirada de la mirada sospechosa de la mujer.

-Si, está en su habitación, ¿quieres subir?

-¿N-No puede bajar él?

-No seas tímido, cariño, sube-tomó su brazo y lo empujó a las escaleras.

Juan sonrió avergonzado y subió, pareciéndole demasiado extraño la manera tan confianzuda de dejarlo entrar. No sabía qué habitación era, pero una enorme "S" pegada en una de las puertas rápidamente lo hizo caer en cuenta que ahí era. Se atrevió a abrir la puerta de manera sigilosa, asomó un poco la cabeza y se encontró con spreen durmiendo. Sonrió ante la tierna imagen del mayor, tan pacífico y con su expresión suavizada, su ceño no estaba fruncido y sus labios formaban un pequeño puchero.

No sabía si debía despertarlo, pero no podía quedarse demasiado tiempo tampoco, así que se acercó con sigilo hasta la orilla de la cama y con delicadeza empezó a moverlo; a los segundos vio como el mayor abría poco a poco los ojos con expresión somnolienta.

-Juan...-susurró al verlo—Juan bonito- volvió a susurrar

El menor se sonrojó ante los balbuceos de Spreen.

-Juanito... Solo yo puedo decirte así.

-Todos me dicen asi-rió suavemente.

-No-frunció el ceño-Solo yo, nadie más, eres mi Juanito.

Cada palabra que Spreen decía, iban directo a su corazón, llenándolo de calidez, poniéndolo nervioso.

Spreen se giró, dándole la espalda. Y entonces Juan se dio cuenta de que seguía durmiendo, que solo estaba balbuceando. Rió y volvió a moverlo, esta vez más fuerte para despertarlo de una vez por todas.

-Mamá, déjame en paz, tengo sueño-se quejó.

-No soy tu mamá, tonto.

Spreen despertó de golpe.

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