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Quise llorar de frustración en cuanto las puertas del elevador se abrieron en el piso donde trabajo. Mi jefe, Khai se dirigía destilando un aroma que causaba escalofríos a todo el personal.

El olor del amargo cigarrillo que emitía cuando no estaba contento nos ponía de nervios a todos los omegas de su cuadrilla. Me pregunté qué demonios había hecho para ser el receptor de su mirada cargada de furia y de la tensión en su mandíbula.

Mel, la omega que tiene como asistente viene detrás suyo cubriéndose la nariz con disimulo usando su suéter rojo. Me dedicó una mirada de pesar que estoy seguro es acompañado con una mueca que en ese momento cubría con su muñeca.

Quise dar un paso fuera de la caja metálica pero mi jefe lo impidió.

—Ni te molestes, vamos al octavo piso.

¡Diosa luna, no!

El octavo piso era donde los directivos estaban, desde el presidente de la compañía hasta los de recursos humanos. No es una buena señal que me pida ir.

—Señor, con todo respeto —llegó la hora de pedir piedad —. Pero yo le avisé que me ausentaria dos días. Creí que todo estaba…

—Relájate —contrario a sus palabras, el tono que empleó no era para que me relajara —. Tenemos una reunión con Suppasit.

¿Y quería que me relajara? Me está llevando a la boca del lobo.

No sabía cómo sentirme respecto a que quien me corriera de patadas a la calle sería el presidente de la compañía y no recursos humanos.

¿Diosa luna, que pecado cometí en mi vida pasada? ¡No seas rencorosa y apiadate de mi, el omega con más mala suerte que creaste!

Las puertas se abrieron y sentí la bilis subirme por la garganta. Khai salió primero, Mel salió detrás de él haciendo una señal de apoyo hacia mi y después de implorar mentalmente a la Diosa luna, abandoné finalmente la caja metálica.

Sentí las miradas del personal, aquellos que por trabajar en ese piso creían que les elevaba valor y podían mirar al resto por encima del hombro. Pero en ese momento no eran ellos los que me afectaban, si no el recorrido que se sintió como el que recorren los reos con destino a la muerte.

Los tacones de Meli resonaban en el pasillo, el aroma de Khai había disminuido y mi bilis seguía en mi garganta cuando mi jefe se detuvo en una puerta y después de unos leves golpes la abrió, haciéndose a un lado para que Mel y yo entremos primero.

Las piernas me temblaron y la confusión me hizo fruncir el ceño al encontrar en una mesa larga y ovalada a Earth sentado en una de las sillas.

—¡Kanawut! —El entusiasmo y sonrisa con la que me saludó me incomodaron. No correspondi, en su lugar mire a mi jefe en busca de respuestas, pero lo único que me dio fue una orden para tomar asiento.

Obedecí, eligiendo el lugar más alejado de Earth. Mel se sentó a mi lado izquierdo y Khai a su lado.

—Que dicha saber que hoy sí tuvo el tiempo de acompañarnos, señor Kanawut —la ironía en la voz de la mujer que acompañaba a Earth me hizo mirarla, pero me arrepentí al instante que vi el exceso de maquillaje que llevaba en el rostro.

Cómo con su acompañante, la ignore. Entrelace los dedos de mis manos sobre mi regazo por debajo de la mesa y comencé a rebotar mi pie contra el piso, estaba ansioso y muy nervioso.

Me incliné sobre Mel para preguntarle qué estaba pasando pero la puerta se abrió en ese momento y no pude hacerlo. Los alfas que reconocí como abogados de la empresa entraron, saludaron en general con un asentimiento y detrás de ellos entró una mujer de cabello rojizo y largo, maquillaje sencillo y porte elegante. No percibí aroma así que no estaba seguro si se trataba de una beta o si llevaba inhibidores de olor, pero la seguridad con la que se dirigió a todos era como la de una alfa.

Dulce Destino Where stories live. Discover now