El peligro de confiar en los demás

19 1 0
                                    

Después del almuerzo, Kaitor se dirigió a la posada donde su padre y él pasarían la noche. Por el camino se encontró con un grupo de chicos que charlaban cerca de una granja. En total eran cinco jóvenes. El cazador se dio cuenta de que ya conocía de vista a la mayoría de ellos. Sobre todo a esas dos chicas con las que ya había hablado antes.

Liliana le miró con una sonrisa coqueta y se apresuró a toquetearse el pelo para asegurarse de que estaba bien peinada. Su amiga Sandra, la pelirroja, estaba apoyada en la valla de madera con aburrimiento mientras hablaba con un chico algo flacucho. Cerca de Liliana, había otro chico más fornido, de pelo castaño y algunas pecas, que miraba a Kaitor de forma inquietante. Su cara le sonó tremendamente familiar, pero al principio no logró reconocerlo. El joven mascó un trozo de hierba que tenía en la boca y la escupió a un lado.

—¡Eh, forastero! Acércate —ordenó el chaval bajando de un salto desde la valla donde había estado sentado.

Kaitor lo estudió valorando si debía rechazar su oferta. No le gustaba ese tipo de encerronas grupales. De pronto recordó por qué le sonaba su cara. Se llamaba Jerry Tirmor. Era el mozo del establo donde habían dejado el carro. Tal vez tenía algo importante que decirle.

—Dime —comentó a la defensiva sin llegar a acercarse demasiado al grupo.

—¿Es cierto que tu padre y tú tenéis un negocio nuevo con la sanadora?

—Sí, ¿por qué? —respondió el cazador con pocas ganas de darle información sobre el tema.

—¿Y es cierto que vas a pagarle a mi primo un cerdo mensual por labrar un cuarto de terreno?

—¿A tu primo? —preguntó Kaitor sin saber a quién se refería. Un chico regordete dio un paso adelante.

—Sí, tu padre, el manco, se reunió con el mío esta mañana. Eso fue lo que oí —dijo con voz grave.

Kaitor lo fulminó con la mirada. No podía creer que aquel imbécil se atreviera a llamar a su padre "manco" estando él presente. Le entraron ganas de partirle la cara, pero se contuvo. Volvió a mirar al chaval de pecas que parecía ser el líder del grupo.

—He estado fuera —informó el cazador enseñando los dos conejos que colgaban de su espalda—, así que no sé de qué me hablas.

—Parece que este negocio va a generar bastante dinero, ¿no? —comentó con una sonrisa inquietante Jerry.

Kaitor miró con expresión seria al mozo de cuadras. Aquellas preguntas indiscretas no eran de su incumbencia.

—Puede —reconoció encogiéndose de hombros sin darle importancia. —Si me disculpas, tengo prisa. Quiero vender estos conejos antes de que se lo coman las moscas.

El joven asintió con una ligera sonrisa y lo dejó marchar.

—¡Ya nos veremos esta noche en la posada! —bramó a su espalda desde la distancia—. No hay otra cosa que hacer en este maldito pueblo.

Kaitor hizo un pequeño gesto de despedida con la mano y siguió caminando. Tan solo un par de segundos le habían bastado para confirmar que no le caía bien ninguno de ellos. Si solo hubiera estado allí Jerry y su primo, tal vez se hubiera liado a puñetazos con ambos. Y aunque la idea de pelearse con esos idiotas le parecía tentadora, en el fondo sabía que había hecho lo correcto. No quería perjudicar el negocio de su padre ahora que iban bien las cosas. El cazador siguió caminando y se perdió de vista.

—Rudeus, te has pasado llamando a su padre manco delante de sus narices —comentó la pelirroja en tono de reproche. El chico hizo un gesto como si no le importara.

El rey de los marginadosWhere stories live. Discover now