El inicio de una gran aventura

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La agresión mágica al hijo del alcaide no tardó en provocar un gran revuelo en el pueblo. Mientras la bruja descansaba tranquilamente en su habitación, varios aldeanos se reunieron en los alrededores del edificio.

—Deberías hablar con ella, Tirmor. Para algo eres el alcaide —le presionó uno de los campesinos.

—¿Y qué quieres que le diga? —preguntó molesto—. Hola, señora bruja, lo que ha hecho está mal, ¿por favor, no vuelva a hacerlo?

—¡Ese monstruo atacó a nuestro hijo! —dijo con tono alterado su esposa.

—¡Sshh, lo sé Margaret, lo sé! —respondió el alcaide nervioso intentando que bajara la voz—. Pero una bruja de la Torre podría arrasar el pueblo entero, si se lo propusiera.

—¡Se supone que están para protegernos! —exclamó un aldeano indignado.

—Yo propongo que agarremos nuestras armas y prendamos fuego a esa maldita bruja.

—No, Norman, eso no va a pasar —le advirtió el alcaide apuntándole seriamente con el dedo. —Mandaré una queja a la Torre de Plata para que ellos se encarguen. Ahora mismo no tengo la autoridad ni los medios suficientes para arrestarla.

—¿Y mientras tanto? —preguntó su mujer horrorizada.

—Procuremos no enfadarla.

Los ojos de un cuervo cercano seguían la conversación de los aldeanos desde uno de los árboles. De pronto, el animal pareció perder el interés y alzó el vuelo en dirección a Kaitor y Elros. Los chicos se habían quedado por los alrededores de la posada en cuanto vieron salir huyendo a los clientes.

—¿Crees que lo habrá hecho para defenderme? —preguntó extrañado el semielfo. Su amigo se encogió de hombros.

—No tengo ni idea —contestó con sinceridad.

—A lo mejor ella también es semielfa —comentó de forma pensativa el rubio—. No pude verle bien las orejas.

El cuervo, que se había posado en la rama de un árbol a escasos metros, movió la cabeza prestando mucha atención a los muchachos.

—Se me olvidó decirte que me ofreció dinero por acompañarla a las montañas de Tirin —informó de pronto el cazador de ojos verdes.

—Nadie se acerca nunca por ese sitio. Dicen que es muy peligroso.

—Lo sé, pero es mucho dinero

—¿Vas a ir?

—Probablemente.

—¿Puedo ir con vosotros?

Kaitor alzó las cejas con sorpresa. No esperaba que su amigo mostrara tanto interés en acompañarle.

—No sé si ella estaría dispuesta a pagarte a ti también.

—El dinero no me importa. Podría ser útil, sé curar heridas.

El cuervo que los vigilaba desde las alturas, torció la cabeza sin perder detalle. Sus pequeños ojos negros no se despegaban de ellos.

***

Poco después, en la posada, la hechicera soltó un largo suspiro y abrió los ojos con cansancio. Las pupilas extrañamente dilatadas de la bruja volvieron lentamente a la normalidad. Zenaida permaneció tumbada en la cama mientras miraba el techo de la habitación durante unos segundos. Aún estaba agotada por el viaje, pero sabía que no era sensato perder más tiempo.

—Será mejor que me dé prisa —se dijo en voz alta a sí misma.

Al cabo de un rato, la bruja salió de la taberna con paso decidido. Vio que el grupo de aldeanos la miraba con recelo. Tras un instante de vacilación, el alcaide se apresuró para ir junto a ella.

El rey de los marginadosUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum