Cálidos días de verano

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La amistad entre ambos chicos fue aumentando durante los siguientes meses del verano. Siempre que Kaitor volvía de sus viajes, lo primero que hacía era buscar a Elros para quedar con él. Ahora era bastante habitual, que se pasaran todo el día juntos. Al semielfo seguía sin agradarle la idea de acercarse al pueblo o entrar en la taberna, pero en compañía de Kaitor se había atrevido a hacerlo más de una vez.


Elros había probado la cerveza y se había reído sin miedo a lo que pensaran los demás. Por desgracia, a veces escuchaba algún comentario despectivo o notaba que lo miraban de forma fría, pero al lado de su nuevo amigo, se sentía seguro.


El cazador solía ser bastante amable y educado, pero no tenía reparos en encararse con cualquiera que se atreviera a tratarlos de forma injusta. Una de esas noches, en la taberna, Kaitor estuvo a punto de pelearse con un borracho que se atrevió a soltar en voz alta que le parecía una vergüenza que dejaran entrar a un semielfo en el local.


Afortunadamente, el hombre pareció acobardarse y todo quedó en un intercambio de insultos y empujones por parte de Kaitor. Aun así, el altercado había puesto muy nervioso a Elros y desde ese día se negaba a volver por el lugar.


El cazador lo entendía perfectamente y había dejado de insistirle. Ahora solían pasear más por el bosque o simplemente se sentaban a contemplar el río.


Elros suspiró y miró por la ventana. Kaitor todavía no había regresado de su último viaje. Dentro de la tienda, el aire estaba fuertemente cargado con los vapores de diferentes pociones. Aparte de eso, aquel día hacía bastante calor, así que el semielfo empezaba a agobiarse allí dentro.


—¡Voy a salir un rato! —gritó desde la entrada mientras agarraba una carpeta de cartón y unos papeles. Se los había traído su nuevo mejor amigo. Antes de conocerlo, el semielfo no podía permitirse esos lujos. El papel era un recurso muy caro que no se fabricaba en Nilandir.


—¡Vale, ten cuidado! —contestó a gritos la sanadora desde la trastienda.


Elros caminó solo en dirección al río y se sentó bajo la sombra de un árbol. Agarró sus papeles y comenzó a dibujar. Para lo poco que había practicado durante su infancia, lo cierto era que se le daba bastante bien.


Pronto, la cara de Kaitor empezó a ser reconocible en el papel. Sin embargo, no lograba que su dibujo quedara exactamente como él pretendía.


—¡Eh, tú! ¿Qué haces en mi sitio? —bramó alguien de repente.


Elros se asustó y el pelo rebelde de su dibujo se convirtió en una línea recta desastrosa. Al levantar la vista y ver a Kaitor acercándose, no se tranquilizó como cabría haberse esperado en otro tipo de situación. El semielfo se apresuró a esconder el boceto en la carpeta.


—Perdona, ¿Te he asustado? —preguntó su nuevo amigo sonriendo.—No, tranquilo, no pasa nada —disimuló Elros mientras el corazón le latía como si fuera a sufrir un infarto.—Me imaginaba que estarías aquí. Acabo de llegar de Alantir. —Alantir era el nombre de la capital. El chico de ojos verdes se le quedó mirando con curiosidad—. ¿Qué hacías? ¿Estabas dibujando?—Eh... sí, un poco.—¿Puedo verlo? —preguntó con interés mientras se sentaba a su lado.—No, mejor no... este no me ha quedado muy bien.—¡Oh, venga! Ya he visto otros dibujos tuyos. No puede ser tan malo.

El rey de los marginadosWhere stories live. Discover now