La hermosa bruja Zenaida

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Los chicos observaron con asombro a la mujer que se acercaba a ellos montada a caballo. Tanto la apariencia del animal como el porte de su jinete parecían irradiar un poder y una perfección fuera de lo común. Kaitor jamás había visto un caballo en tan buenas condiciones y, menos aún, con aquel tono azabache tan brillante. El chico estaba seguro de que aquella bestia valía más dinero que una casa en la zona centro de Alantir.

Elros contempló con la boca abierta a la joven bruja intentando averiguar si sus orejas eran puntiagudas. Al verla de lejos, tuvo la sensación de que no era humana. Ella mantuvo el semblante inexpresivo y siguió avanzando ignorando que los chicos estaban cerca.

—Buenas tardes —saludó Kaitor de repente con su mejor sonrisa—. Imagino que ha hecho un largo viaje. ¿Necesita ayuda con algo?

La mujer lo estudió atentamente con sus exóticos ojos grises y una expresión seria antes de detener su montura.

—Buscaba una posada donde pasar la noche.

—¡Claro! Es justo ese edificio de ahí. —La hermosa dama miró hacia el lugar que Kaitor había indicado y con un leve golpe de sus talones hizo que el caballo reanudase la marcha. El chico se apresuró a seguirle el paso. —¿Quiere que le ayude a desensillar su montura?

—¿Eres el mozo de cuadras?

—No, pero por 5 Arkes puedo atender bien a su caballo.

Cinco monedas de plata era un precio desorbitado por aquel servicio, pero su ojo de comerciante sabía que aquella mujer no tendría problemas en pagarlo. La chica bajó del caballo y sacó el dinero.

—Más te vale que esté en buenas condiciones cuando regrese —contestó la joven poniendo una moneda de plata en su mano.

—Por supuesto, mi señora.

Kaitor hizo una leve inclinación de cabeza y agarró las riendas del animal para meterlo en el establo. Elros lo siguió desconcertado.

—¿A qué viene esto? —preguntó en voz baja.

—Son negocios —respondió el chico guardándose la moneda en el bolsillo—. Sé reconocer a una buena cliente cuando la veo. ¡Oh, fíjate qué hermosura! —comentó maravillado acariciando la cabeza del corcel. —Ojalá pudiera tener un caballo como este. Apuesto a que es capaz de correr como el viento.

El chico empezó a desatar los arneses, pero al cabo de un rato escucharon una voz familiar.

—¡Eh, tú! ¡Mercader! ¿Qué demonios haces en mi establo? —Jerry se acercó a ellos con paso apresurado y una expresión de enfado. Kaitor se rascó la cabeza y sonrió de un modo inocente.

—Solo intentaba ayudarte un poco con el trabajo

—Del establo me ocupo yo. Lárgate.

El chico le arrebató las riendas con brusquedad, mientras Kaitor levantaba las manos de forma pacífica sin perder la sonrisa. Cuando se alejaron lo suficiente del establo, el comerciante le susurró a su amigo:

—¿Ves? Dinero, fácil. Ni siquiera he tenido que hacer nada. Vamos a comer. Esta vez invito yo.

Kaitor le pasó el brazo por encima del hombro con alegría y ambos entraron en la posada. El olor a madera, cerveza y comida se mezclaba en el ambiente. A esa hora no había mucha gente en el comedor, solamente tres o cuatro clientes. La hora punta solía ser a la noche.

El chico distinguió a la madre de Jerry atendiendo la barra. Era una señora de pelo castaño claro y algo pecosa, de brazos carnosos y busto comprimido por su habitual corsé. No era mala mujer, pero desde que Kaitor le había partido la nariz a su hijo, su actitud con él era mucho más seca.

El rey de los marginadosWhere stories live. Discover now