He visto desde todos los ángulos nuestra relación, he imaginado cada historia contigo y al final... siempre quedas conmigo, y siempre estarás conmigo; y es que así es lo nuestro. -Joerick Cimentel
NO HOMOFOBICOS/ Y para las que shippean a estos cham...
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En cuanto siento sus muslos forrados de cuero sobre mi piel desnuda me saca un gemido que no puedo contener.
Hay música fuera. Sé que todo lo que no involucra este momento es insano.
La primera vez que vine a este lugar estaba aterrado. Sí, estaba buscando algo, o mejor dicho a alguien, pero mi corazón latía cual inocente escapando de un malvado.
Estaba tan aterrado que cuando entre tanta gente lo vi, quise correr a sus brazos para sentirme protegido; sin embargo, él me regaló una mirada, esa que no se vislumbraba bien por su antifaz, deteniéndome.
Me hizo saber con una mirada que no era bueno que estuviese allí, que no era bueno que, después de solo concentrarme en él, lo mirara de aquella forma, o bueno, mucho peor de como siempre lo había hecho.
Sus uñas arañan mis brazos desde la muñeca, llegan a mi cuello, espalda y rematan en mi cintura, apretando. Sé que mañana dolerá, arderá, pero ahora es solo un placer que nunca he sentido con otra persona, solo con él.
Estoy boca abajo, atado de manos a una cadena que hay en la pared. Solo mi cintura para abajo descansa en la cama especial, mientras él mantiene sostenido con sus piernas bien fuertes mi cintura.
El rizado termina de prepararme como solo él lo sabe hacer y tienta en entrar en mi agujero después de empinarme un poco.
Quisiera pedirle que deje de jugar conmigo pero no puedo hablar, de ninguna manera.
Lo veo tomar uno de esos pequeños látigos que le gusta usar y lo lleva contra mis nalgas, causando que grite y chille de dolor.
Estoy tan duro que siento estallar si tan solo hace el intento de entrar una vez más.
—Tranquilo, cariño. Tu angustia acabará pronto. Solo resiste un poquito más para tu papi, ¿sí?
Asiento frenéticamente porque me siento enviciado de él. Todo lo que Joel diga siempre serán órdenes sagradas para mí.
El cuero de sus shorts ajustados se pega a mis piernas una vez más. Escucho su correa cantar, la rodea en mi pecho dejando mis pezones tan apretados que siento mi líquido preseminal salir un poco.
Jadeo y saliva sale de mí boca por la encantadora sensación de dolor y ardor que siento ante todo eso.
A él le encanta experimentar cuánto soy capaz de resistir.
—Dios, Erick... —susurra tanteando mi entrada de nuevo—. El único consuelo que tengo al despertarme es saber que al llegar la noche, entre tantos, tu culito es el único que siempre muero por reventar.
Tras decir ello me penetra sin compasión, toma la correa levantando más mi pecho, y palmea sin descanso mis nalgas ya marcadas por sus grandes manos.
Soy todo un nudo de excitación y gloria para cuando me toma de la mejilla para que lo vea y pasa su boca hambrienta por la mía, para que comamos juntos, para que nos saciemos del otro.
Joel muerde mi lengua cuando ya no puedo contenerme y mi culito lo aprieta fuertemente en señal de que me estoy corriendo como siempre, como solo él lo provoca; temblando hasta sentir que moriré de un ataque al corazón, salivando, rodando los ojos y sudando.
Él abandona mi boca y puedo ver su cara hermosa llena de lujuria mientras sigue embistiéndome aunque ya mi cuerpo se encuentre casi desmayado de lo increíble que ha sido mi orgasmo.
Siento mis paredes arder, y entonces solo puedo sonreír encantando cuando me llena por completo.
Libera mis manos, sostiene mi pecho al mismo tiempo en que quita la correa y me da vuelta para lamer toda mi leche escurrida en mi abdomen y alrededor de mí pito.
Termina su trabajo dejándome con ganas de repetir pero sé que solo tengo que pagar diariamente 45min para estar con él, porque si tardamos más que un cliente regular alguien podría sospechar.
—Cuando llegues a casa por favor echa la pomada en tu cuerpesito, ¿sí, bebé?
Asiento mordiendo mi labio, porque ya comienzo a extrañarlo, porque sé que aunque es mi hermanastro y llegará en unas horas a casa como si nada de esto ha pasado, no podremos mirarnos a la cara ni tener contacto hasta mañana a esta misma hora.
Mi Joel besa tiernamente mi frente y me sonríe tan cálidamente que me dan ganas de decirle lo hermoso que es.
Pero jamás podré decírselo, al menos no con mi propia voz; porque hace diez años, al saber que mi padre visitaba lugares como estos, este se encargó de que yo no pudiera decirle nada a nadie.
Porque eso que él hacía es algo impuro, así como lo que hacemos Joel y yo todas las noches desde que este mundo lo atrapó.
