VII: Estirado de M...

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♦Ethan McClarence:

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♦Ethan McClarence:

Pasó una semana sin que Saint y yo nos dirigiéramos la palabra.

Una semana en la que su rostro y su presencia fueron un fantasma helado y oscuro en los pasillos de la facultad que compartimos por años. Incluso sociología se convirtió en un terreno en dónde ninguno estaba dispuesto a girar la cabeza hacía el otro, por motivos completamente diferentes. Por mi lado, sus palabras habían resonado en mi cabeza más de la cuenta, destruyéndome de a poco las noches en las que intentaba no pensar en nada.

No sabía cómo describir el cómo me sentía al respecto y la única palabra que me venía a la cabeza cuando lo intentaba era derrotado. Reducido a escombros en un ring al que yo solito me había metido sabiendo las consecuencias que habría. Cuando se lo conté a Ryan, estuvo de acuerdo con aquella parte de mi cabeza que creía que Saint era la peor mierda con la que pude haberme cruzado. Sin embargo, yo me había obsesionado con ella.

Así que el vagabundo tenía razón cuando dijo que lo que sentía por él debía ser producto de una enfermedad mental incurable.

Y dolía como ser quemado por el sol sin la posibilidad de morir. Como si cada sílaba, cada palabra creada con ellas, tuvieran el único fin de apuntar y dañar aquellas partes en las que sabían era vulnerable. No podía decir si tenía el corazón roto, ya que jamás había sentido algo como aquello. Algo que me quitaba el aire y cerraba mi garganta, que tomaba mi corazón entre frías manos y lo apretaba hasta hacerme desear estar hundido bajo agua para sentir algo más que no fuera la helada soledad de la cual estaba rodeado. Y no me había dado cuenta del poder que le había dado hasta que él lo había utilizado.

Sin mis interacciones con Saint, todo lo que tenía en mis días era silencio. A pesar de que mi madre intentaba llamar al menos dos veces por semana, lo más interesante que tenía para decirme era sobre los eventos caritativos a los que había asistido los anteriores días. Y, muchas veces, la conversación terminaba con una ligera discusión cuando comenzaba a pedirme que le dijera a mi padre sobre comenzar a trabajar con él.

Y eso, en mi apretada agenda, estaba muy lejos de ser una de mis prioridades para el tiempo cercano.

O lejano.

O muy muy lejano.

Pero no podía decirle que no a todo, así que habían oportunidades que le daba para meterme en un horrendo traje de tres piezas y exhibirme como el muñeco barra hijo perfecto que era. Aquel sábado era uno de esos días. Y, por quinta vez, deseé tener la vida de mi gato que tuvo la suerte de quedarse en mi departamento a disfrutar de su soledad.

—¿Te sientes bien? Has tenido la misma cara larga durante una hora entera —dijo Ryan a mi lado, entregándome un vaso de brandy.

Agradecí su obvia intención de relajarme con alcohol y aunque sabía que no funcionaría, me bebí el contenido de un tirón.

De Perdedores y Otras CatástrofesWhere stories live. Discover now