XXI: Conveniencias y advertencias.

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𝆺𝅥𝅮 Saint Van Dooren:

Unos golpes fuertes en la puerta lograron despertarme.

Y hubiera saltado de la cama al ver la hora, si no fuera por el mastodonte que prácticamente dormía sobre mi espalda. No supe muy bien cómo había soportado a Mc Clarence en aquella posición, ya que el calor y el hormigueo que sentía en los brazos que él aplastaba estaba siendo bastante irritante. De igual manera, no me dio tiempo de pensarlo demasiado. Los siguientes golpes se escucharon más insistentes.

Ethan lanzó un gruñido cuando lo empujé hacía un lado para quitarlo de encima y solté un suspiro aliviado mientras me levantaba. La cabeza me palpitaba a horrores y me dolía el cuerpo, tanto por la mala posición al dormir como por las otras... actividades. Tardé un par de segundos en conectar neuronas, reconociendo la habitación del hotel en donde nos estábamos quedando. Volví a mirar el reloj, faltaba menos de una hora para el desayuno con el grupo.

—Mierda —mascullé, escuchando de nuevo los golpes. Sin pensarlo mucho, golpeé a Mc Clarence con la almohada —¡Levanta! Vamos a llegar tarde —gruñí poniéndome de pie.

Su forma de llamarme no fue la más bonita, pero el Sahara se congelaría primero antes de que yo me sintiera ofendido por algo que saliera de sus labios. Busqué en el piso los pantalones que había usado la noche anterior y me los puse deprisa para avanzar y abrir por fin la maldita puerta. Shawn apareció del otro lado, vestido exactamente igual que ayer. Solo que esta vez, su camisa de lino tenía una rosa bordada en hilo dorado.

—Siento despertarte así, pero te llamé y no respondiste —se disculpó con una ligera mueca.

Eran las seis de la mañana y él se veía como si se hubiera despertado hace horas. Sentí un poco de pena por quienes decidían o debían trabajar en aquel rubro.

—No pasa nada, mi teléfono debió morirse —razón por la cual no debí escuchar la alarma.

Me di la vuelta y dejé que entrara. El chico dejó una bolsa sobre el tocador que, supuse, traería en su interior la lista de cosas que le había pedido por mensaje antes de caer rendido junto al estirado. Y, hablando de Roma, lo escuché maldecir en un tono de voz ronca que me hubiera puesto los vellos de punta si no tuviera el tiempo contado.

—¿Qué hace él aquí? —preguntó, metido aún entre mis sábanas.

Observó a Shawn con el ceño fruncido, tratando de enfocarlo. Cuando abrí las cortinas de un tirón, revelé en parte la piel de su torso que mostraba sin vergüenza. Las marcas que le había hecho la noche anterior eran demasiado notorias como para pasarlas desapercibidas, así como las mías. Pero si el botones pensó en algo, no lo dejó salir de su cabeza, cosa que agradecí.

Sin preocuparme mucho por él, le indiqué qué conjunto había elegido para ese día y Shawn desapareció con él para quitarle las arrugas que el viaje había ocasionado. No sin antes lanzarle otra mirada fugaz al estirado que, si somos sinceros, ni me molesté en interpretar.

—Voy a ducharme, deberías irte a hacer lo mismo —dije hacía este, sacando de la bolsa la base de maquillaje que usaría para tapar los chupones que Ethan había hecho en mi garganta.

No era mi primer rodeo con idiotas que gustaban marcar al otro peor que una vaca de corral.

Ethan saltó de la cama como si algo en mis palabras lo hubiera despertado de golpe.

—Hagámoslo juntos —dijo a las apuradas, casi corriendo cuando me dirigí al baño.

Negué rotundamente.

De Perdedores y Otras CatástrofesWhere stories live. Discover now