XI: Heridas severas.

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𝆺𝅥𝅮 Saint Van Dooren:

—¿Y ya vas a decirnos contra qué poste chocaste esta vez? —preguntó mi padre en medio del desayuno.

Por primera vez en mucho tiempo, la cuarta silla en la mesa estaba ocupada por una persona. Ethan no parecía para nada incómodo en aquel escenario e incluso estuvo hablando con mi madre sobre la dificultad de las materias que estábamos cursando juntos. En mi caso, había estado comiendo algo enojado. El malnacido se había saltado varias etapas en su camino de ganarse mi favor y había ido directamente a sentarse a desayunar en la misma mesa que mis padres. Y que estos lo hayan recibido con tanta naturalidad y comodidad me hizo sentir algo traicionado.

Desvié la mirada del estirado para ponerla en mi progenitor, quien me observaba curioso desde la cabecera. Aunque más bien miraba las heridas en mi propia cara.

Intentar taparlas había sido en vano.

—Yo...

—Fue culpa mía, en realidad —me interrumpió Ethan, dejando de lado el tenedor con el que había estado revolviendo el revuelto de huevos y verduras en su plato. Tomó la taza de café frente a él con una elegancia que distaba mucho del desastre ebrio que había recogido de la calle la noche anterior —. Molesté a quien no debía y cuando Saint quiso ayudarme, recibió un par de consecuencias —dijo, manifestando una sonrisa plana y arrepentida.

Si yo no lo conociera, hubiera sentido lastima por el escenario que estaba pintando. Porque su expresión de niño apenado era digna de un puto oscar.

—Espero que ahora me hagas caso cuando te digo que cierres la boca —sonreí también, con la misma cantidad de falsedad que él había puesto en su discurso.

Si creía que le iba a dar puntos por tomar toda la culpa de mis golpes frente a mis padres, estaba muy equivocado. Conseguirlos le costaría más que un par de palabras bien pensadas para hacerme quedar como un supuesto héroe.

Mi mamá resopló una risa. Ella apenas había tocado el contenido de su plato y solo la presencia de Ethan me había detenido de decirle algo. También había notado como este se tomaba el esfuerzo de mantener su vista en sus ojos, sin desviarse —como casi todos— a su cabeza.

Le di un punto no solo por ello, sino también por no haber mencionado nada referido a aquel elefante en medio de la mesa.

—No me sorprendería si fuese al revés, Saint siempre tiende a molestar a quien no debe.

Fruncí el ceño.

—¿No deberías estar de mi lado? —pregunté algo ofendido.

La mujer que me dio la vida me observó como... como la mujer que me dio la vida. Conociendo todas mis mañas y estrategias.

—Saint dijo que estás estudiando administración de empresas, Ethan —dijo mi padre, desviando la conversación sobre la pelea de anoche a una más amena.

De Perdedores y Otras CatástrofesWhere stories live. Discover now