VIII : No era el mío.

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𝆺𝅥𝅮 Saint Van Dooren:

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𝆺𝅥𝅮 Saint Van Dooren:

Cuando expliqué —involuntariamente— todo lo sucedido con Mc Clarence en voz alta, caí en cuenta de lo mierda de persona que había llegado a ser. Porque no solo me había burlado de él, sino que también lo había rebajado a un nivel mucho más bajo que el de un pobre desgraciado e infeliz. Lo había lastimado, entendí. Y no se lo merecía.

Era algo que ya sabía.

Todos estos días, la idea de disculparme con él rondó por mi cabeza, pero cada vez que lo veía e Ethan me ignoraba, recordaba que había hecho aquello para cortar sus esperanzas de raíz. Conocía a Mc Clarence como la palma de mi mano. Si tenía la idea concreta de conseguir algo en esa cabeza suya, nada haría jamás que se detuviera hasta que lo hiciera. Sin importar cuanto pierda en el proceso o, peor aún, cuando sufra.

Y yo estaba bastante seguro de no sentir ni una pizca de lo que él sentía por mí. Tampoco me veía haciéndolo.

Porque no solo éramos dos polos opuestos. Ambos, durante casi cinco años, representamos a la perfección los primeros vestigios de lo que sucedería si un objeto inamovible y uno imparable colisionan alguna vez. Una destrucción mutua asegurada, cabe aclarar. Sino es que también la de todo nuestro alrededor como consecuencia.

Además, tenemos caminos muy diferentes por recorrer una vez termináramos la universidad. Él estaría al frente de una corporación internacional mientras todo lo que yo anhelaba era estar al frente de una cafetería floreciente. En las sombras o, más bien, en la luz natural. Mientras que Ethan brillaría con la intensidad de dos soles.

Jamás busqué nada de lo que su entorno me ofrecería y, ciertamente, suelo quemarme demasiado fácil como para sobrevivir no solo a un sol, sino a dos.

Lo único que compartiría con el estirado sería una absurda rivalidad que jamás nos llevaría a nada. Un chiste que se contaría entre mis allegados para mencionar lo competitivo que era, o lo inmaduro que podía llegar a actuar con cierto tipo de personas. Y en su mundo, yo quedaría relegado al oxidado recuerdo de alguien que no lo soportaba y que por eso lo molestaba.

Ese era nuestro único destino.

Y la mesa quedó en silencio cuando terminé de explicárselo a mis amigos. El mundo exterior seguía gritando, pero el nuestro pareció enmudecer. Nadie dijo nada durante diez minutos y cada uno se ocupó de terminar su bebida. Eso no significó que no expresaran sus opiniones con sus miradas. Tanto Joan como Carter me observaron como si estuviera loco, mientras todo lo que brilló en los ojos de Emily fue... decepción.

Una que se sintió como un golpe en el estómago y que dejó en su impactó una pesada y asquerosa piedra. Porque había actuado igual que lo hicieron las personas que me lastimaron en el pasado. Personas de las cuales ella me defendió.

—Sé que fui un imbécil —mi voz salió ronca, tal vez por el nudo en mi garganta.

La pelirroja frunció los labios, conteniendo seguramente todo lo que de verdad anhelaba decirme. Y la culpa se sintió mucho peor, cuando me di cuenta de las consecuencias que trajo en los ojos de alguien que apreciaba.

De Perdedores y Otras CatástrofesWhere stories live. Discover now