05. Leyenda Viva.

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El camino en auto fue horrible para Rose. Se encontraba a lado de la mujer con peluca de color chillón, y del otro lado de ella estaba un muchacho de aspecto bastante mayor, con una extraña cicatriz en la mejilla y cara de pocos amigos en general. Él parecía menos aterrado que ella, pero aún así, una chispa en sus ojos no dejaba de cuestionar a la muchacha sobre su seguridad que parecía falsa ya para ese momento.

─Habrán candelabros, y decoraciones, mucha comida de todo tipo,  bebidas y lindos asientos acolchonados...─. Comenzó a narrar la mujer del Capitolio, cuyo nombre ya sabía: Dorothea. Sí, sonaba algo extraño, pero definitivamente iba con ella y ese algo que la diferenciaba tanto de los habitantes de los Distritos.

Rose nunca antes había estado en auto, lo que sería una experiencia fascinante de no ser por el hecho de que sería Tributo y le daría un muy aburrido espectáculo al Capitolio. Solo era realista, no sobreviviría ni un micro segundo.

Pero algo dentro de ella, tenía esa extraña sensación en el pecho; esperanza. Quería ganar, volver a casa con su familia y pasar una agradable y larga vida sin ninguna cosa que les hiciera falta.

El auto ya daba demasiadas vueltas para el gusto de Rose cuando se detuvo después de unas horas que se fueron rápido debido a sus pensamientos esparcidos y el parloteo de Dorothea.

La mujer de peluca les pidió salir, y así lo hizo, bajando y encontrando a varios Agentes de la Paz y la extraña máquina a la que llamaban tren en una esquina. Había mucha gente, demasiada, pero le hicieron caminar tan rápido que no tuvo tiempo de analizar por completo a las personas o pensar en dónde se encontraba.











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Rose fue la primera en entrar al llamado tren que los llevaría al Capitolio. Casi juró que podría caerse de cara debido al asombro que tenía, ganas viendo fijamente y con maravilla cada parte extraña que nunca antes en su vida había visto.

Era un pasillo ancho y bastante iluminado por una especie de luces cubiertas por figuras de vidrio. Habían varias mesas y sillas con una tela que lucía bastante suave cubriéndolas como manteles y una especie de mesa que llevaba toda la comida que Rose nunca antes había visto en su vida.

Eran colores tan vivos, tan suaves y apetitosos. Nunca antes en su vida había visto tanta comida en un solo lugar, incluso los olores eran una sorpresa para su pobre nariz.

Sintió náuseas por una extraña razón, pero ignorando aquello, continuó con su camino como un conejillo asustado, rozando con los dedos el mármol de la mesa con la comida, hasta terminar siendo casi obligada por Dorothea a sentarse en uno de los acolchonados sofás individuales.

El muchacho de la fea cicatriz cuyo nombre aún no sabía y algo le decía que no debía interesarse mucho en saber, se sentó con rapidez a su lado, en silencio.

Y entonces la extravagantes mujer se sentó frente a ellos, mostrando su dentadura blanca.

─¿No es sorprendente? Son 320 kilómetros por hora y no se siente nada─. Trató de sacar plática. Pero ninguno parecía listo para hablar.

Obviamente era demasiado por lo que estaban pasando. Rose necesitaba espacio, necesitaba procesar todo y pensar en un buen plan para la pregunta en la que se negaba a echar un ojo. ¿Y ahora qué? No tenía ni una sola idea.

─¿Quieren un consejo? Disfruten todo ésto al máximo. Solo muy pocos tienen la oportunidad de estar aquí, justo como ustedes─. Rose alzó el rostro ante las palabras de la mujer.

¿La oportunidad? Es que nadie de ningún distrito quería estar ahí, nadie quería ser Tributo para Los Juegos del Hambre. No era un privilegio, era una maldición, la pesadilla de todos.

El muchacho de la cicatriz pareció darle una mala mirada que asustó bastante a la pelirroja, quien se escuchó tragar en seco antes de levantarse acomodando su pomposo vestido.

─Bueno... voy a buscar a su Mentor, me parece que ya se ha tardado demasiado─. Expresó en voz alta, siguiendo un camino de alfombra hasta una puerta, en la que se perdió.

Los dos Tributos se quedaron en silencio, Rose trataba de distraerse jugando con la tela de su vestido Beige cuando el muchacho de cabello oscuro a su lado se levantó, inspeccionando el lugar y deteniéndose en una mesita específica con botellas transparentes de colores raros.

Rose frunció el ceño al escuchar cómo tomaba la botella, inspeccionando de cerca y con curiosidad.

─¿Qué es lo que haces?─. Le preguntó en un susurro casi fantasmal.

─Si voy a morir pronto... mejor que valga la pena, ¿No?─. Soltó él, tomando uno de los vasitos de vidrio para verter el líquido.

─No deberías tocar nada...─. Apretó los labios la de cabello oscuro.

El muchacho la observó unos segundos, y entonces en una maniobra rápida bebió el interior del vasito. La muchacha lo notó formar una mueca de asco, jadeando ante el sabor. ─Oh, es demasiado dulce...─. Soltó una risita, dejando el vasito contra la bandeja color plata. ─¿No quieres un poco? Te ves pálida─.

─Mi piel es así...─. Explicó en un murmullo.

─Lo lamento por ti─. Expresó, volviendo repentinamente a esa expresión fría.

¿Lamentaba que Rose fuese pálida? Oh, bueno, eso era nuevo para ella.

─Lamento mucho que hayas sido la elegida entre tanta gente, eso es mala suerte─. Lo notó acercarse, como un depredador viendo a su presa.

─Lo mismo digo para ti─. Respondió, tratando de no sentirse intimidada.

No la mataría, no podría. No en ese momento. Pero probablemente tendría oportunidad luego.

Retrocedió cuando el muchacho colocó sus manos en el respaldo del sofá acolchonado, invadiendo su espacio personal por completo.

¿Qué le sucedía?

Estuvo a punto de hablar, o tal vez darle un empujón para que se quitara de encima. Pero una voz, gruesa y bastante autoritaria habló.

─Las disputas entre Tributos generalmente empiezan en la arena, así que deberías calmarte o ésto puede salir muy mal─. Habló un joven que entraba por una de las puertas, con una tranquilidad impresionante.

La mujer de colores chillones jadeó, completamente sorprendida. ─¡Niño, por Dios! ¿No tienes modales? ¡Déjala!─. El de la cicatriz soltó una risita, bastante divertido por el acento exagerado de la mujer.

Sus dedos se pasaron por un mechón oscuro del cabello de Rose, casi divertido antes de retroceder, dejándola respirar aliviada.

Y entonces, alzó el rostro, observando por fin a su supuesto Mentor, y al instante pudo reconocerlo. Cabello rubio despeinado sutilmente, camiseta de botones color blanca y piel bronceada, además de unos ojos preciosos y coloridos.

La Leyenda Viviente del Distrito 4, el vencedor más jóven de la historia.

─Entonces...─. El palmeó sus manos. ─Creo que no hacen falta las presentaciones, así que... supongo que Bienvenidos a los Septuagésimos Terceros Juegos del Hambre─.

Finnick Odair.

Oh, solo pensaba en lo vergonzoso que sería volver a desmayarse.


















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Atte: R. A.

Rose.| Los Juegos Del Hambre. | Finnick Odair. Where stories live. Discover now