11. Adorable Accidente.

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Esa trágica mañana que parecía bastante normal, era el inicio del fin para Rose. Sabía lo que se aproximaba, las pruebas individuales de los Tributos. Todo era un circo, y si no dabas un buen espectáculo, podían haber demasiadas consecuencias, y siendo tan indefenso como lo eran todos los de Distrito, definitivamente no era algo conveniente.

Salió de la extraña ducha con una toalla envuelta en su cuerpo menudo, observando el armario completamente inusual, extravagante y complicado que tenía al frente, pensando en que ponerse -cosa que no duraría mucho, puesto que debía llevar su uniforme de Distrito-, cuando la puerta de su habitación se abrió.

Soltó un jadeo, asustada, apegando sus manos a su cuerpo vulnerable y notando como su Mentor entraba sin muchas preocupaciones, acercándose a ella e ignorando notablemente la situación en la que se encontraba.

─Necesito hablar contigo─. Le dijo, con un semblante preocupado.

─¿Puedo vestirme primero?─. Susurró avergonzada, causando que el muchacho vestido con una camiseta de botones le diera una descarada mirada de arriba a abajo.

─Tranquila, no me molesta─. Casi se burló con su usual humor. Ella le dio una mala mirada, que hubiese sido efectiva de no ser por su tamaño. ─Escucha, debo ser rápido. Es la última oportunidad que tengo para decírtelo─. La menor alzó una ceja. ─Te harán las pruebas individuales, lanza cuchillas y sorpréndelos. Tienes que ser inteligente, sacar una buena calificación. Tómalo muy en serio, Rose─.

─¿Lanzar cuchillas?─. Murmuró sorprendida, logrando que la mano bronceada del muchacho mayor llegara a su mentón, que alzó con una suavidad impresionante con el dedo índice y pulgar. La muchacha tembló un poco cuando su piel tocó su labio inferior.

─Puedes con eso, tienes qué─. Le susurró después de acercarse completamente a él.

Ella quedó hipnotizada. Los movimientos, el cabello rubio, su toque sorprendente. Era maravilloso. Y su corazón comenzó a latir, presa de la calidez que Finnick Odair emanaba. Tragó en seco, retrocediendo lentamente, evitando ese cosquilleo a toda costa. No podía ser así, no podía ser algo real.

─De acuerdo, gracias por el consejo─. Dijo, con las mejillas sonrosadas, aún con las manos en su busto.

─Soy tu Mentor, es mi deber darte consejos y ayudarte a estar a salvo─. Dijo él, más frío de lo que Rose deseó.

Apretó los labios, bajando la mirada. ─¿Puedo vestirme ya?─. Finnick buscó esa mirada oscura e inocentona a la vez, sin éxito algo.

No respondió, simplemente se dio la vuelta, dejando a la Tributo del Distrito 4 sola en su habitación, inmersa en sus pensamientos.






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Era una especie de sala de espera bastante sofisticada, pero muy incómoda, no solo por el ambiente entre las 24 personas de 12 Distritos distintos, también por la frialdad de las paredes, la impaciencia que conllevaba el esperar que esa bocina en la esquina de la habitación dijera tu nombre para la prueba, y las especies de sillitas -si es que así se les podían llamar- que solo acalambraban los músculos de los muslos y el trasero de Rose.

Estaba nerviosa, con ese sentimiento que ya comenzaba a hacerse conocido en su sistema en la boca de su estómago, junto a las náuseas y el leve mareo producto de su enemiga más reciente; la ansiedad.

Iban por Distritos, lo que significaba que primero irían las chicas y chicos del 1, 2 y 3 antes de que fuese su turno. Comenzaba a lamentar aquello, con su pierna temblando sin control y la mirada en sus manos atadas.

Rose.| Los Juegos Del Hambre. | Finnick Odair. Where stories live. Discover now