02

211 32 1
                                    


Ha pasado un mes desde que empezó a cuidar de Pablo.

El niño se ha apegado mucho a él, siempre emocionado de recibirlo en su casa para mostrarle su último dibujo o alguna nueva palabra que aprendió a pronunciar correctamente. Tiene por preferencia dormir encima suyo, ya sea con la cabeza recargada en sus muslos o sobre su regazo, Robert parece ser su lugar favorito para tomar una siesta.

La mamá de Pablo ha bromeado con él sobre como parece ser su persona favorita en el mundo, sus ojitos brillando ante la más mínima mención de su nombre y lo entusiasmado que está cada que se ven.

Aunque inicialmente aprendió a cuidarlo por el pago monetario, ahora lo hace porque también se ha vuelto muy cercano al pequeño. Está ahorrando el dinero que ha ganado para su regalo de cumpleaños, su mente ocupada pensando en algo que sea perfecto para él.

Es sacado de sus pensamientos cuando escucha la puerta de su habitación abrirse, a penas tiene tiempo de reaccionar cuando un cuerpo corre hasta su cama, saltando directamente sobre él y sacándole el aire.

La risa de Pablo inunda su cuarto, el niño gateando sobre su abdomen adolorido hasta que quedan frente a frente.

—¡Sorpresa! 

Robert se enfoca en lo que Pablo tiene entre sus manos, una pequeña caja con galletas en forma de conejos.

Algunas se ven bastante curiosas, lo que le dice a Robert que Pablo las hizo.

—Oye, conejito. ¿Hiciste estos para mí? 

Pablo asiente con orgullo, colocando la caja sobre su pecho. 

—Ayudé. Cortando y decorando.

Robert notó eso, ya que hay dos conejos bizcos y otro con ojos demasiado grandes. Le sonríe a Pablo, acariciando su mejilla con una mano.

—Gracias, me gusta mucho. ¿Te gustó cocinar?

—Siiiip.

Pablo recarga su rostro contra su palma, cerrando sus ojos y llevando su manita contra la suya. Cuando Robert aparta su mano, Pablo todavía la sostiene.

Robert mueve su brazo cuando ve la intención de Pablo de levantar sus brazaletes, se sienta con cuidado de no tirar ni al niño ni a su caja de galletas. Decidiendo ignorar su pequeño puchero, toma la caja.

Pablo se emociona, atento a cada una de sus reacciones cuando Robert le da la mordida a uno de los conejos. La masa segura la hizo su madre, pero Robert tiene que admitir que el hecho de que Pablo las decoró pensando en él es lo que las hace tan especiales.

Le ofrece lo que queda del conejito, sonriendo cuando Pablo la toma con una sonrisa tímida antes de empezar a comerlo. Cómo siempre, Pablo se las arregla para llenarse toda la boca de migajas.

Limpia su rostro con un pedazo de su ropa, sin importarle la mancha que dejó, mucho más enfocado en la dulce sonrisa que tiene Pablo.

— ¿Vedrás? Mi cupleaños. 

Robert resiste una risita por su pronunciación, asintiendo.

—Claro que sí, ahí estaré.

Pablo extiende su manita, con los dedos en un puño a excepción del meñique. Robert sonríe, enternecido, entrelaza su dedo con el más pequeño, sellando la promesa. La manera en que sus ojitos se iluminan junto con su enorme sonrisa vale completamente la pena. Pablo tiene los ojos de cachorrito más bonitos que ha visto en toda su vida.

Pablo intenta mover sus brazaletes de nuevo y esta vez Robert se lo permite. Ver las marcas de alma está reservada para gente de confianza, personas que se aprecian lo suficiente para compartir un momento tan íntimo.

Muchas personas suelen cubrir sus marcas, por lo que Robert entiende que Pablo tiene curiosidad por ver. Y no importa cuantas veces haya visto esa porción de piel blanca sin imperfecciones, todavía siente una punzada de decepción cuando no hay letras negras grabadas.

Pablo levanta la vista, la confusión plasmada en sus rasgos infantiles. Robert suspira, palmeando el lugar a su lado para que Pablo pueda acurrucarse. 

Se toma su tiempo, pensando sus palabras para responder la pregunta no dicha de Pablo. Finalmente, se decide.

—Las almas gemelas son algo complicado de explicar, conejito, nadie sabe cómo funcionan, ni como aparecen. Así que nadie supo explicar por qué yo no recibí una.

Una manita pasa sobre su brazo izquierdo, acariciando la piel hasta posarse sobre su muñeca.

—Son eventos raros, pero suficientes para que haya registro de ellos. Algunas personas simplemente no obtienen su marca, hay muchas teorías respecto a eso, aunque nadie sabe con certeza el motivo.

Ambos permanecen en silencio durante algunos minutos, Pablo todavía acariciando el lugar donde debería estar la tinta negra.

—¿Yo tendré una? 

Robert lo toma para sentarlo sobre sus piernas, de manera que pueda estar frente a frente, necesita que Pablo vea la sinceridad en sus ojos.

—Ya verás que sí, tendrás tu marca, recibirás un alma gemela que te cuide y te ame durante cada día de tu vida. Mereces todo lo bueno del mundo, conejito, estoy seguro de que lo tendrás.

Los ojitos de cachorrito de Pablo se iluminan, brillan de una manera que le recuerda a Robert un cielo lleno de estrellas. 

Pablo lo abraza, recargando su cabecita contra su pecho, escuchando los latidos de su corazón. Robert corresponde al abrazo, besando su cabeza.

En realidad, cree que Pablo también es su persona favorita en el mundo. El pequeño se ha ganado un lugar muy especial en su corazón, quiere protegerlo y mantener su bella sonrisa siempre en su rostro.

Por lo mismo, espera de verdad que su marca aparezca, no quiere que Pablo pase por la misma decepción que él, pasando días y noches preguntándose si acaso había algo mal en lo profundo de su interior, si acaso nunca sería suficiente para alguien, si nunca sería amado de verdad.

Observa a Pablo hasta que se queda dormido, babeando sobre su pecho. Acaricia una de sus mejillas sonrosadas con cuidado de no despertarlo.

Sabe que hará todo por él.

BunnyWhere stories live. Discover now