09

172 27 1
                                    


Su amistad regresa a lo que era antes.

Pablo ahora tiene trece años, volviéndose más hiperactivo e imprudente. Robert ha visto los problemas que tiene para controlar su ira, aunque nunca ha vuelto a explotar con Robert, no desde que le dijo que esa mala actitud suya podría traerle problemas.

Quizás, por eso, no le sorprende tanto cuando un día Pablo llega con un labio sangrante y el ojo morado a su casa. Aunque si le provoca un susto horrible por la preocupación.

—Dios, conejito, ¿qué demonios sucedió?

Pablo entra a la casa, luciendo solo un poco avergonzado cuando comienza a revisarlo, notando también un corte en su ceja que ha dejado de sangrar.

—¿Qué pasó?

—Un imbécil me estaba molestando.

No dice nada sobre la palabrota que dejó salir, decidiendo ignorar eso por el momento a favor de llevar a Pablo adentro.

—No me dijiste que tenías problemas en la escuela.

—No los tengo —Pablo protesta, sonando mucho como un pequeño niño molesto—. Solo tengo problemas con ese estúpido.

Lo toma de la mano para subir las escaleras y entrar al baño de su habitación, con algo de esfuerzo logra cargarlo para subirlo al mostrador, buscando entre los gabinetes gasas, una crema para moretones y algo de agua oxigenada.

—Bien, quiero saber que pasó.

Pablo se cruza de brazos, negándose a hablar. Robert lo mira, dejando todo al lado y volviendo a tomar su rostro, esta vez con más suavidad.

—Estoy preocupado por ti, mi conejito, me gustaría saber por qué llegas a mi casa en este estado. 

Pablo se lame el labio inferior, una gotita de sangre vuelve a salir y Robert abre una de las gasas para comenzar a limpiarlo, escucha un suspiro.

—Estábamos jugando fútbol y, bueno, empezó a empujarme. Y lo deje pasar porque me has dicho que tengo que controlar mi carácter.

Ante eso, Pablo parece avergonzado. Robert no dice nada, esperando a escuchar toda la historia.

—Me tiró al césped y le reclamé por eso. Él, eh, me jaló del cabello y bueno... Comenzamos una pelea... Puede que le haya roto la nariz... Un poquito... 

Suspira, contando hasta diez para reunir más paciencia. Pablo fue provocado, tenía todo el derecho a defenderse.

—¿Qué más? 

Pablo se encoge sobre sí mismo, negándose a mirarlo. —Estoy suspendido por una semana.

Cuando termina de hablar, levanta la mirada y su cabeza empieza a sangrar, una cantidad alarmante de líquido rojo manchando su cabecita.

Robert se quita los brazaletes con prisa y se levanta las mangas de la camisa para lavarse las manos. Se coloca un par de guantes y regresa con Pablo, que tiene una mano deteniendo la hemorragia.

Comienza con ese corte, presionando hasta que la sangre deja de salir. Limpia con una gasa humedecida en agua oxigenada ignorando el siseo de dolor de Pablo, colocando una bandita con cuidado.

Limpia su rostro, teniendo mucho cuidado con el corte en su ceja. Desinfecta bien su labio y coloca crema sobre su ojo morado. Se quita los guantes, recogiendo el desorden, suspira al terminar, mirando a Pablo.

Solo que Pablo no lo mira a él. En cambio, tiene la vista fija en su antebrazo izquierdo, dónde se ve un conejo dibujado, uno que apareció horas antes y Robert había mirado intensamente durante una hora.

Robert se da cuenta de su error demasiado tarde, cubriendo la zona con la mano contraria y sintiendo el pánico recorrer sus venas.

—Pablo...

—Eres tú.

Susurra, Robert no puede identificar ninguna emoción en su tono. 

—¡Eres tú! Has sido tú todo este tiempo. Te he tenido en frente y no lo sabía.

Está paralizado por la emoción en la voz de Pablo, tiene una gran sonrisa que lo hace ver precioso incluso con su rostro tan lastimado, pero parece desconcertado cuando no encuentra la misma felicidad en Robert.

Se quita el brazalete de plata y se sube la manga de su sudadera, extendiendo su brazo con la imagen espejo del conejo.

—¿Lo ves? ¡Somos almas gemelas! 

Robert niega, caminando hacía atrás hasta que choca con la pared, negándose a mirar su propio brazo.

—¿Qué pasa? Yo creí... 

Pablo baja del mostrador, acercándose hasta que están frente a frente. Robert recuerda una versión suya mucho más pequeña, acercándose con los bracitos extendidos pidiendo ser cargado. 

Pablo lo abraza, Robert le corresponde, aferrándose a él con fuerza y enterando su rostro en su cabello. Han hecho esto tantas veces antes, cuando se sentía enfermo por la culpa de estar unido a un niño tan pequeño, él estaba ahí para consolarlo de la misma manera, dejándolo abrazarlo.

Pablo es consuelo y tortura para su alma. Así que lo abraza con más fuerza, agachándose para tomarlo de los muslos y cargarlo, manteniéndolo cerca.

—Ya lo sabías. —No es una pregunta, tampoco un reclamo, pero asiente de todas maneras. —¿Cuánto tiempo?

Su voz suena suave, con su cabecita recargada sobre su hombro y las piernas enredadas en su cintura, cómo si siguiera siendo ese niño pequeño que buscaba constantemente estar seguro entre sus brazos.

—Me enteré un poco después de cuando obtuviste tu marca. 

Pablo coloca sus manitas en sus hombros para separarse un poco y puedan mirarse a los ojos. 

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Iba a hacerlo, cuando fueras mayor y pudieras perdonarme por ocultarlo tanto tiempo. Me sentía tan mal, tenías a penas cinco y estabas unido a un hombre de veintiun años. Pensé que sería mejor si lo sabías mucho después, cuando pudieras entender lo que significa tener un vínculo platónico.

Pablo coloca una mano sobre su mejilla, Robert cierra los ojos, suspirando ante el contacto que lo ancla a tierra, disminuye la culpa y lo hace sentir mejor. 

—¿Puedes perdonarme?

Siente un contacto suave contra su mejilla contraria, un beso que dura varios segundos pero sirve para despejar por completo su cabeza, llevándose los malos sentimientos y dejando el alivio de que no ha perdido a su conejito.

—Si.

Ese día es Robert quien no suelta a Pablo, necesitando un recordatorio físico de que no ha perdido el vínculo tan especial que tienen.

Revisa sus heridas horas después, contento de que no va a necesitar puntos. Todavía se ve bonito incluso con su ojo morado.

Pablo se queda a dormir, siendo la cuchara pequeña. Robert deja ir la culpa antes de caer dormido.

Pablo duerme con las mejillas sonrojadas y el corazón acelerado, después de tanto tiempo suspirando por Robert, cree que tiene una oportunidad.

BunnyWhere stories live. Discover now