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Pablo está creciendo.

Se vuelve solo un poco más alto, cosa que le recuerda constantemente a Robert, diciendo que un día será tan alto como él.

Su habla mejora muchísimo. Aunque se niega a aprender un nuevo idioma ahora que ya domina uno.

Hace un berrinche cuando le toca entrar a la escuela, pero con Robert prometiendo ir por él todos los días acepta asistir. 

Sigue siendo tímido, pero Robert puede verlo salir de su caparazón más a menudo, regresando a casa con la ropa manchada de barro, hablando emocionado sobre sus amigos y compañeros de clase.

Pablo está creciendo rodeado de felicidad y amor, justo lo que él quería. 

Lo ha visto, a veces, acariciando su brazo izquierdo. No ha vuelto a dibujar algo aún, pero Robert puede ver el anhelo en su mirada cuando observa las letras grabadas en su piel.

Algunas veces la culpa lo carcome por dentro, dejándolo sintiéndose como un monstruo que no merece el amor tan inocente y sincero que Pablo parece tener por él. 

Pablo nunca cuestiona su estado de ánimo en esos momentos, eligiendo solo quedarse a su lado. Robert no le dice que su presencia es consuelo y tortura al mismo tiempo, sobretodo porque al final, está muy agradecido de tenerlo.

Se vuelve más fácil con el tiempo dejar ir la culpa, disfrutando los dulces momentos que pasa con su pequeño. Contento de verlo crecer, deseando estar ahí para él hasta verlo convertirse en todo un hombre.

Alguien que también agradece tener es un amigo de la universidad, Marco Reus. Marco no sabe de su situación del alma gemela, pero siempre es un gran apoyo cuando Robert necesita un poco de distracción.

Ha pasado la semana sintiéndose un poco abrumado, Pablo va a cumplir ocho años y no sabe cómo es que el tiempo pasó tan rápido. Está pensando en muchas cosas relacionadas a su vínculo, así que necesita algo que aleje su mente de todo eso.

Robert lo invitó a salir, explicando que primero tendría que pasar por Pablo para llevarlo a casa, su amigo aceptó gustoso acompañarlo a recoger a su pequeño y luego ambos podrían pasar el rato en casa de Robert.

Sale de casa y es jalado a un abrazo aplastante que corresponde con una risa, Marco tarda varios segundos en alejarse. 

Caminan hablando de cosas de la universidad, Robert sonriendo todo el tiempo hasta que llegan. Varios niños ya están saliendo, Robert observa salir a Pablo, riendo al ver su aspecto desalineado. 

Tiene el cabello un poco más largo, revuelto en todas direcciones, con las rodillas manchadas de barro. Pablo lo ve y corre hasta donde están, abrazándose a sus piernas.

Marco suelta una risita, entonces Pablo se da cuenta de la otra persona presente. Robert mira como su carita contenta cambia a una de molestia.

—Pablo, saluda.

Pero el niño no le hace caso, oculto detrás de sus piernas y mirando enojado a Marco, Robert le da una pequeña sonrisa incómoda, sacando al niño de su escondite.

—Pablo, él es Marco Reus, un amigo mío.

—Hola. Lewy me ha hablado mucho sobre ti.

—¿Lewy? 

Pablo pregunta, llevando su mirada de uno a otro. Marco asiente, pasando un brazo por los hombros de Robert y pegando sus cabezas.

—Se puso todo rojo la primera vez que le dije así, entonces se quedó como su apodo. Se veía tan lindo.

Robert se ríe, desviando la mirada. Pablo toma una de sus manos, jalando para alejarlo un poco.

—Vámonos.

—Espera, conejito. ¿No quieres pasar por un helado? 

Pablo duda, finalmente asintiendo. Robert lo carga para caminar porque no entiende que le pasa el día de hoy, si bien es tímido, nunca se había mostrado tan molesto con otra persona.

Pablo acomoda su cabeza contra su hombro, pareciendo más relajado mientras caminan. Robert le cuenta a Marco cómo es que empezó a cuidarlo, ambos en una conversación tranquila que termina cuando llegan a la heladería favorita del pequeño.

Robert pide un helado grande de chocolate para Pablo, uno de vainilla para él y Marco también elije vainilla, se sientan en una mesa para poder comer y disfrutar un poco del día. 

Robert deja a Pablo sentado en su propia silla, pero el niño rápidamente se pone de pie, batallando un poco para sentarse sobre sus piernas.

—Es bastante pegajoso. 

Marco comenta, tomando una cucharada de su postre.

—Eh, si, a veces. 

Vuelven a hablar un poco, Pablo mirando fijamente a Marco y a penas probando su helado hasta que se derrite. 

Robert mantiene un brazo alrededor de su cintura, acariciando uno de sus bracitos para tratar de mejorar su estado de ánimo. Pensando distraídamente si habrá pasado algo en la escuela que lo tenga tan molesto.

—Oh, Lewy, tienes una mancha.

Robert a penas reacciona cuando Marco pasa uno de sus dedos con suavidad por su labio inferior, solo parpadea, un poco nervioso.

—Gracias.

—No es nada, me preguntaba si-

—¿Podemos irnos a casa ahora? 

Robert baja la mirada a Pablo, su ceño enojado se ha ido y parece un poco triste. Se pone de pie, acomodando a su pequeño contra su cadera.

—Lo siento, Marco, tengo que llevarlo a casa, algo anda mal con él.

—No te preocupes, Lewy, espero que el chiquitín no esté enfermo. ¿Te veo después? 

Asiente, Marco se acerca lo suficiente para darle un pequeño abrazo y siente un beso contra su mejilla. Se aleja con el rostro rojo, acomodando mejor a Pablo y caminando un poco distraído.

—Estás rojo.

—Claro que no.

Pablo infla las mejillas, quedándose callado el resto del camino. Llegan a su casa, Robert lo lleva cargado hasta su habitación, sentándose sobre su cama con un suspiro.

—¿Robert?

—¿Si, conejito?

Acaricia su cabello, sabiendo que algo molesta al niño, sabe que Pablo hablará una vez que se sienta listo, no tiene sentido presionarlo.

—¿Él... Te gusta?

Murmura, escondiendo su carita contra su pecho. Robert suspira, no quiere que Pablo siga creciendo, la vida solo se volverá más complicada mientras mayor se vuelva.

—No lo sé. 

—No quiero que me dejes de lado.

Robert toma su carita entre sus manos, viendo sus ojitos llenos de pequeñas lágrimas. Deja un beso sobre su frente y uno más sobre su naricita.

—Conejito, no haría eso. Eres especial, ¿lo entiendes? Marco es un amigo, pero no significa que está compitiendo contigo. 

Pablo no parece estar muy convencido, pero ya no hay lágrimas en sus ojos.

—Eres mi conejito, siempre tendrás un lugar especial en mi corazón. 

Pablo sonríe ante eso, abrazándolo con toda la fuerza que tienen sus bracitos. Robert también lo abraza, recordando cuando era más pequeño y podía esconderlo del mundo al tenerlo entre sus brazos.

—Te quiero.

Se le acelera el corazón, mirando su muñeca izquierda, las letras queman su piel mientras su secreto le pesa en el corazón.

—Yo también.

BunnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora