04. La ropa deportiva no tiene glamour

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04. La ropa deportiva no tiene glamour

Virginia Lennox

—Tras la pérdida de todo su negocio, la familia Lennox decidió mudarse a Blue City, aún no se ha descubierto su vivienda pero sí el instituto en el que los jóvenes Lennox estudian... —habla y habla la mujer de las noticias. Cuando una fotografía de mí aparece, con la ropa malcolocada, el pelo despeinado y la sangre corriendo por mi cara apagó el televisor enfadada.

Mamá, que está sentada a mi lado, me mira intensamente pero no dice nada.

—Me iré a dormir —anuncio, levantándome del sofá.

—¿Tan pronto? —inquiere mamá— ¿Y sin cenar?

—¿Una tostada quemada es a lo que tú llamas cena, mamá? —alzo una ceja en su dirección, burlona.

—Estoy aprendiendo, Ginny.

Niego con la cabeza, resoplando.

—No entiendo qué haces aquí. Tu familia tiene dinero, podrías irte con ellos.

—¡Amo a tu padre! —frunce el ceño, levantándose del sofá con apariencia enfadada— ¿Sabes, Ginny? Algún día podrás darte cuenta de que el dinero no lo es todo.

—Lo es para mí —refuto—. ¿Qué esperas, mamá? El dinero es lo único que conozco, es lo único que me habéis dado. ¿Quieres que seamos una familia unida y feliz? Spoiler; si no lo fuimos siendo millonarios, no lo vamos a ser siendo pobres —doy media vuelta, con mis tacones resonando contra el suelo—. Iré a dormir. Ten dulces sueños.

Cuando llego a mi cuarto, me quito la ropa y los zapatos y los coloco adecuadamente. Dejo la ropa en el cesto de la colada y me paseo en sujetador y bragas caras por mi cuarto para agarrar mi pijama de seda.

Me quedo delante del espejo para peinarme suavemente y, cuando está completamente desenredado, me acuesto en mi cama.

Doy vueltas durante horas y horas, con mi cabeza hecha un lío. No puedo entender a mamá, ¿por qué mierda pretende ahora que seamos una familia unida?

Me crié con niñeras y junto a Archibald. Mis padres no iban a las reuniones del colegio, ni a las exhibiciones y mucho menos estaban en casa el día de nuestro cumpleaños o Navidad. Por supuesto, nos hacían llegar regalos caros y brillantes, porque debían compensar su asusencia de alguna forma.

Así que no, no pueden culparme por qué mi única forma de amar sea monetáriamente.

Mi hermano, de hecho, fue el único al que estuve unida y ya ni siquiera sé qué mierda le pasa conmigo ahora: siempre nos llevamos bien. Hasta hace un año, él y yo habríamos hecho lo que fuera el uno por el otro.

Suspiro y escucho la puerta de casa abrirse y cerrarse. Después, los pasos de mi padre y mi hermano resuenan por el lugar, junto con sus voces.

Un par de toques en mi puerta me hacen quitarme la lágrima traicionera que se me escapa del ojo.

—Pasa.

Cuando Archibald entra a mi cuarto, está enfadado. Cómo parece estarlo siempre conmigo.

—¿No piensas venir a cenar? 

—No tengo hambre —mi voz nos trastabilla ni un poco, pero sé que Archibald me conoce lo suficiente cómo para notar mi estado deprimido y furibundo.

Ni siquiera sé por qué estoy enfadada, solo sé que lo estoy.

A pesar de notarlo, mi hermano lo ignora.

—Papá y yo hemos estado buscando trabajo, deberías probarlo.

Suelto una risa seca, sentándome en el borde de la cama para mirarlo de forma burlona.

—Yo no trabajo, Archibald, y mucho menos en alguna mierda mal pagada como camarera o dependienta —lo reto con la mirada—. Vete tú de obrero, porque yo soy una puta princesa y a las princesas nos lo dan todo —luego, añado: —. En mano y preferiblemente bañado en oro.

***

Odio usar ropa deportiva. Tiene tan poco glamour.

Así que, a pesar de haber intentando combinar de la mejor forma posible el pantalón de algodón y el top deportivo negro, me siento como una mierda.

Los zapatos de deporte ni siquiera resuenan característicamente como suelen hacer mis usuales tacones.

Odio esto.

Guardo mi bolso, dónde tengo ropa para cambiarme porque no pienso estar así todo el día, en la taquilla y me dirijo hacia el gimnasio.

¿Quién pone gimnasia un martes a primera hora?

Al entrar al gimnasio, todas las miradas se quedan en mí. Estoy acostumbrada a llamar la atención, me encanta, de hecho, así que tener a todos mirándome con odio me hace sonreír.

A lo lejos, en una esquina del gimnasio, distingo a Frankie, la chica gorda a la que hice llorar el primer día. Ella no me mira, no mira a nadie en realidad, sino que tiene la vista baja todo el tiempo.

Ruedo los ojos. Niñata llorona y patética.

También veo a Miranda, la chica de la pelea, hablando con su grupito de zorras.

Y, por último, distingo a los trillizos de los que Frankie me habló. No me hace falta conocerlos para saber qué son ellos, con sus aires de grandeza. Están a un lado, en silencio, y con sus tres pares de ojos puestos en mí.

Alzo una ceja en su dirección, sin achantarme, pero me obligo a apartar la mirada cuando el profesor, que probablemente también es el entrenador, entra al gimnasio.

—¡Buenos días, chicos! ¿Cómo estamos por la mañana?

—¡Dormidos, entrenador! —le responde un chico en un chillido.

—Pues despiértate, Bodhi —obvia, sin dejar su sonrisa animada—. Vamos a calentar dando unas vueltas al gimnasio, ¿de acuerdo? Venga, ¡a correr!

Resoplo, antes de empezar a trotar. Una chica pasa por mi lado, golpeándome con su hombro.

—Perra.

¿Qué mierda le pasa a las zorras de Blue High?

No tengo problema con correr las cinco vueltas que el profesor (o entrenador, no sé cómo llamarlo) nos exige. A pesar de detestar la ropa deportiva, soy buena en el ejercicio. Este sexy cuerpo no se mantiene solo.

—Muy bien, chicos. Venga, respirad —rueda los ojos—. Hoy vamos a jugar al balón prisionero. ¿Ya sabéis las normas, verdad?

—¡Ataca y extermina, entrenador!

El entrenador suelta una risotada, negando con la cabeza.

—Ya te gustaría, Chadson. No se golpea a la cara, si la pelota te toca quedas eliminado y el «todos contra uno» es de llorones cobardes. ¿Estáis listos?

—Listos, entrenador —la que habla ahora es Miranda, pero sus ojos están puestos en mí.

Oh, joder.

Voy a matar a esa puta.

KILLIAN (SDR 2)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang