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—Una serie de robos sin precedentes sigue atacando a nuestra ciudad

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—Una serie de robos sin precedentes sigue atacando a nuestra ciudad. La Casa del Poeta es una nueva víctima de este grupo delictivo que aún no ha sido identificado.

—Lo que se sabe de ellos es casi nulo. Operan de forma limpia, no dejan evidencia. Siempre atacan el sistema de videovigilancia antes de ingresar al inmueble en cuestión. Con este ya son más de veinte museos que han recibido un ataque de este tipo.

—Este grupo parece ir siempre acompañado, o presuntamente liderado, por una mujer. Aún no se ha logrado identificarla. Como las únicas característica físicas visibles: usa el cabello negro, siempre suelto y...

—¿Nunca se te ha soltado el cabello? —preguntó una voz interrumpiendo el noticiero.

La chica que estaba comiendo cereal mientras miraba la televisión, detuvo su desayuno para encontrar el origen de aquella.

Apenas se dejaba mostrar en la esquina del departamento. Había estado escondido en una de las ventanas, procurando no ser visto por la dueña del mismo.

Los dos rottweiler que acompañaban a la joven comenzaron a menear sus colas para saludar al intruso.

—No creo, es una peluca de buena calidad —respondió ella volviendo al cereal—. Aunque, no serviría de nada que encontraran un cabello, no tiene mi ADN.

La joven contestó aquello moviendo su cabello natural. Era castaño claro y hasta los hombros. Hacía juego con esas pecas que se levantaron junto a su sonrisa cínica.

—¿Traes lo que me deben? En realidad tengo prisa, no quiero perder el bono de puntualidad.

—No lo entiendo —dijo el hombre abriendo la mochila que portaba para dejar mostrar los fajos de billetes que comenzaba a entregar a la chica—. Pudiendo utilizar todo esto para vivir en una mansión, en un departamento lujoso y... vas a ese trabajo que...

—Es una excelente coartada. Además me mantiene distraída. —Los billetes le regalaron un agradable aroma a la nariz, así que sonrió ampliamente—. Estos van para otra cosa, mientras que este cereal, lo compra otro tipo de trabajo. Ahora vete.

Antes de cerrar la mochila vacía, dio un último vistazo al departamento de la chica y soltó una risa.

—Eres un caso interesante. Por cierto, al jefe le fascinaron los ejemplares. Volveré cuando alguien más esté interesado en tus servicios.

—Vete —repitió ella terminando el plato para colocarlo en su pequeña tarja y comenzar a lavarlo.

—Nos vemos, Max, Pícaro.

Se desvaneció, con una sonrisa entre los labios, y tan silencioso como siempre.

El camino al trabajo fue tan abrumador como siempre. Los empujones, el calor del metro, las peleas... Pero a ella no le molestaban. Eran un retiro espiritual, un descanso de su verdadero trabajo.

En esos minutos, ella se deleitaba entre canciones, armaba sus mejores planes; leía, que era algo que le fascinaba,  e imaginaba. Imaginaba tantas cosas que el tiempo de trayecto le parecía demasiado corto, aunque casi tomara dos horas para llegar a su oficina.

Una vez dentro, las incomodidades ajenas eran para ella el paraíso. Esa monotonía especial que tenía el hecho de trabajar como administrativo, le parecía divina. Se sentaba en su escritorio, en su mundo, en su zona. Nadie la molestaba, era ella. Ella contra el mundo, dentro de su mundo.

Se colocaba unos audífonos de cable desde que salía de la casa. Le gustaba la sensación de aislamiento. Eran negros, porque adoraba la discreción en su otra vida. Nadie comprendía su doble vida. Tan solo Santoro (aunque aquel también era un nombre clave), conocía la identidad que había creado.

Por una parte, era como actuar en una obra de teatro. En definitiva, la hacía sentir como la protagonista de algo que ella misma podía definir. Las características, la forma de hablar, la manera en que se relacionaba con todos (nula).

—Un hot dog, por favor —pidió en un puesto callejero antes de llegar a la oficina.

Su voz también cambiaba. La ropa modesta y el cabello que daba un aire infantil quedaban perfectos con su voz temblorosa y tímida.

Apenas pagó los veinte pesos, siguió su camino. Cuando era ella, caminaba con paso fuerte por las calles. Era imponente a kilómetros de distancia. Cuando caminaba a la oficina era simplemente... Jenny. Ahí lo hacía con un aire desgarbado. Se tropezaba de vez en cuando y corría como niña asustada cuando cruzaba la calle.

Nadie le hacía demasiada fiesta al llegar, aún cuando era un departamento importante para la empresa. Se había ganado la fama de ser una mujer introvertida, que no tenía la más mínima intención de volverse amiga de los demás.

Eso sí, como buscaba no llamar demasiado la atención, tampoco es que fuera grosera. No quería enemigos ahí, así que siempre lucía una sonrisa adorable, muy creíble además.

—Buenos días, Jenny. Le traje un chocolate a todos los de la oficina, te dejo el tuyo —expresó una compañera que portaba el semblante alegre.

—Ay... muchas gracias —respondió la chica tomando el caramelo entre sus manos.

—¡No tienes que decir nada, Jenny! ¡Bonito día, linda!

La otra mujer caminó enternecida por su compañera. Apenas se perdió de vista, Jennifer giró hacia su escritorio y borró la sonrisa, suprimió el sonrojo y tiró el chocolate a la basura.

Quería volver a colocarse el audífono, pero justo antes de que lo lograra, una conversación llamó su atención.

—¡Sí! ¡De nuevo robaron otro museo! —comentaba uno de los oficinistas que mostraba la pantalla de su teléfono.

—¿Robaron? Ese sitio lo roba una sola persona y es esa chica.

Jenny quitó con discreción su otro audífono para seguir deleitándose con la conversación.

—¿Una sola persona creó esto? Tiene a todo el mundo enloquecido, ¿no crees que ya la habrían atrapado?

El primer hombre le hizo un zoom a la fotografía y todos se quedaron viendo la noticia como hipnotizados.

Eso era lo que causaba su imagen. Por semanas, se había estado comentado de esa misteriosa mujer. La única que se repetía en todas las escenas. Aquella que se miraba hermosa, pero al mismo tiempo, no se miraba. Delicada, pero cruel. Quizá por ello le quedaba tan bien el apodo puesto por los noticieros, por la gente y que en el fondo, Jennifer aprobaba profundamente.

—"La rosa negra" —recitaron los dos hombres que miraban el celular, leyendo la noticia.

Sí, hubiera querido que los días siguieran así. Perfectos y discretos, llenos de aventuras pero también de monotonía. Sin embargo, ni siquiera la mismísima Rosa Negra, podía sospechar lo que le esperaba al siguiente día.

 Sin embargo, ni siquiera la mismísima Rosa Negra, podía sospechar lo que le esperaba al siguiente día

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She IS DarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora